Una vez más queda demostrado que al Gobierno colombiano, en cabeza de quien esté, le queda muy difícil velar por el bienestar del pueblo. Los gobernantes y las autoridades ambientales pretenden solucionar los problemas del medioambiente generando alertas a la población y echándoles la culpa a las personas que se asientan a las orillas de los ríos y quebradas.
Lastimosamente en Colombia no hay un verdadero mecanismo de prevención de desastres naturales y es más triste aún darse cuenta que detrás de cada ola invernal viene un alto número de damnificados porque los honorables políticos de este país prefieren ser corruptos y apoderarse de los dineros del pueblo, que invertir en los problemas reales de la sociedad.
Hace un año escribí una columna en la que me preguntaba ¿Qué tan preparados está Colombia para enfrentar catástrofes naturales? Hoy cambio esa pregunta y se la remito al Estado: ¿Qué tan dispuesto está el Gobierno para prevenir catástrofes naturales?
La respuesta que daba a la primera pregunta es que poco o nada estamos preparados para una catástrofe natural, es más, hasta los países más desarrollados han sufrido catástrofes gigantescas, la gran diferencia es que ellos previenen y educan a los ciudadanos. En Colombia, por su parte, el gobierno se encarga de tratar de solucionar los inconvenientes en el momento en el que están sucediendo las cosas porque el otro tiempo se la pasa mirando de dónde más le van a sacar plata a los colombianos.
Es increíble que en la época de sequía en el país, no se hayan tomado medidas de precaución en la mayoría de las ciudades para afrontar un fenómeno de ‘El Niño’ que ya estaba anunciado. Es inaudito que 7 años después de los estragos de 2010, todavía hayan pueblos y ciudades que se inunden de la misma forma como en esa época, simple y llanamente porque a los entes gubernamentales no les importa la comunidad.
Desde hace varios días el gobernador de Antioquia, Luis Pérez Gutiérrez, y la señora Margarita Moncada, directora encargada del Dapard, vienen culpando a la población de algunas zonas ribereñas de haberse asentado en las orillas de los afluentes y las quebradas; tal parece que a ellos se les olvida que ellos llegan allá por la falta de oportunidades, muchos de ellos desplazados de la violencia, otros tantos en búsqueda de nuevas formas de vida y algunos por desconocimiento y necesidad.
Muy cuidadosamente y por conocimiento de causa en algunos casos, me atrevo a decir que una de las soluciones que algunos municipios y ciudades han tomado para darle a las personas en situaciones de riesgo o que quedan damnificadas por catástrofes naturales, ha sido crear viviendas de interés social, pero desgraciadamente no todas las personas a las que se les adjudican dichos lugares son víctimas, algunas de ellas son falsas víctimas y otras, amigos de los gobernantes o de algún funcionario de las entidades estatales, peor aún, miembros de los combos delincuenciales.
Para sustentar lo anteriormente dicho, quiero invitarlos a ver el documental “Lo que la tierra no se llevó” realizado por estudiantes de la Universidad Minuto de Dios, Seccional Bello. Quienes en su búsqueda por saber qué sucedió con las personas del barrio La Gabriela, en Bello, después del deslizamiento de tierra que acabó con la vida de 89 personas y dejó varias familias sin techo, se encontraron con unas realidades que demuestran que muchas veces ni siquiera las ayudas humanitarias llegan a manos de los verdaderos damnificados.
Retomando el tema concerniente, pareciera que la solución para la difícil situación que se vive en los municipios afectados por las crecientes de los ríos Cauca y Magdalena es que los gobernantes se laven las manos echándoles la culpa a los habitantes y no que se pellizquen y se den cuenta que la responsabilidad también es de ellos y que esto se da porque la gestión que hacen es nula o muy poca.
Un ejemplo muy diciente de lo que argumento es la improvisación que han tenido algunos alcaldes de Antioquia para la reubicación de los damnificados, a tal punto de que en el corregimiento de Bolombolo, los lugares destinados como albergues, también se inundaron.
Aunque no todo es negro, es de aplaudir la gestión de los alcaldes del Oriente antioqueño, quienes se tomaron la tarea de crear estrategias de prevención y de construcción de nuevas infraestructuras que impidieran que las crecientes de los ríos que siempre los golpeaban, volvieran, por lo que hicieron muros de contención, además de educar a los ciudadanos para que sepan cómo reaccionar ante posibles crecientes y de implementar pantallas que contienen los reportes climáticos.
Queda demostrado que cuando los mandatarios se preocupan por la ciudadanía, toman medidas para prevenir que ésta se vea afectada por situaciones tan difíciles como los fenómenos naturales.
Sin embargo, como se ha visto en los últimos años en el país, las tragedias son crónicas anunciadas con mucha anterioridad, pero las autoridades en la mayoría de las veces hacen caso omiso a las denuncias y cuando suceden los acontecimientos, ahí sí comienzan las investigaciones y se habla de que ya eso estaba pronosticado.
Es el momento de que los colombianos hagamos valer nuestros derechos porque es ilógico que uno de los países más ricos del mundo en cuanto a agua y hayan pueblos a los que no llegue el agua potable, peor aún, son quienes sufren las inclemencias de las catástrofes naturales y encima, el gobierno los culpa de que vivan en condiciones precarias porque se asientan en terrenos de alto riesgo.
Cabe aclarar que no estoy defendiendo a quienes viven en zonas de riesgo, soy consciente de que quienes lo hacen, están prácticamente condenados a sufrir cualquier serie de accidentes que los dejan mal heridos y en el peor de los casos, lleguen a morir. Lo que quiero dejar como reflexión es que quienes gobiernan el país deben dejar de ir a dormir en sus curules o a jugar, por el contrario, deben fijar su mirada en estos sectores marginados de la sociedad y pensar cómo hacer para que quienes viven en esas zonas de riesgo, tengan mejores condiciones de vida.
Me pongo en los zapatos de quienes sufren este tipo de calamidades y porque he tenido la posibilidad de conversar con varias personas, sé que no tienen más adonde ir. Mientras que los de cuello blanco, por su parte, como tienen todas sus comodidades, lo único que les preocupa es ver cómo las aguas se llevan las pertenencias de quienes lo han perdido todo, para buscar la oportunidad de ofrecerles unas tejas, unos adobes y un almuerzo para que vuelvan a votar por ellos.