Cada vez que se termina un año y cuando estamos en los albores de uno nuevo, los balances, los recuentos, las recapitulaciones y las cuentas, brotan y florecen como las plantas. De igual forma, los propósitos y todas las metas habidas y por haber, empiezan a hacer parte de nuestra lista de cosas infaltables para los próximos doce meses.
Hacer dietas, entrar a cursos de diferentes cosas, aprender un nuevo idioma, cambiar de trabajo, viajar, conseguir más dinero, encontrar pareja, o cambiarla, ascender en el campo laboral, terminar algunos estudios, en fin, serán los proyectos que todos albergarán en la cabeza este 31 de diciembre que se avecina y durante los primeros días del 2017.
Pasados esos días y los meses, muchos de estos planes se olvidarán. Algunos seguirán viviendo como siempre, otros cambiarán algunas cosas, y otros tantos, harán una transformación total y radical de sus vidas así eso no se pueda. Lo cierto es que, sea como sea, independientemente de los planes personales, deberíamos pensar también en los colectivos y en los que como ciudadanos y como parte de un país en transformación habríamos de hacer.
Pero no olvidemos, antes de entrar a nombrar algunos aspectos que deberían vincularse a nuestra cotidianidad en el año que viene, que, pese a todas las vicisitudes, pese a los agüeros y a todas las maldiciones que el 2016 se ganó por ser año bisiesto, el país avanzó un poco en torno al respeto a la vida; aprendió, de alguna manera, a sortear las dificultades que traía, por ejemplo, un proceso de paz; entendió que la vida hay que respetarla y que por pensar diferente no se puede amenazar ni intimidar a nadie y mucho menos asesinarlo.
Por supuesto que casos terribles hubo, como siempre, porque estamos en Colombia, donde todo lo absurdo e impensable sucede y aunque lo anterior es apenas incipiente frente a lo que debería ser, es clave resaltarlo porque lo que se nos viene es precisamente un trabajo arduo y continuo para que esas cosas, que recién empezaron a darse, se queden del todo en nuestro ambiente.
En este 2016 murieron, por diferentes causas, personajes de alto renombre nacional e internacional, siguieron las guerras en el mundo, las hambrunas; se dieron situaciones inimaginables en el ámbito político, económico y social; se alimentó el odio y el rencor; murieron niños y ancianos de física hambre; se alimentó la homofobia, el racismo y la xenofobia; aparecieron con fuerza los nacionalismos ramplones y, como si fuera poco, como siempre, como eternamente, los que tenían poco tuvieron menos y los que tenían mucho, ahora tienen más.
Pero no se vayan a estresar por eso. Es la vida, es el mundo, es la condición humana la que nos lleva a ver, a sentir y a perpetrar ese tipo de sucesos. ¡Qué le vamos a hacer! En todo caso, les decía que esas pequeñas cosas que sucedieron frente a la vida, son un avance en un país que celebra la muerte, la guerra, la trampa, el dolor, la envidia, la cizaña, la corrupción y la perversidad.
Y lo digo, especialmente, por las cifras, que ustedes ya conocen, en cuanto a la reducción de muertes violentas, en combate, tanto de policías como de militares y guerrilleros gracias al desescalamiento del conflicto y al cese de hostilidades bilateral y definitivo entre el Gobierno Nacional y las Farc. En junio de este año se hizo un reporte del Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (CERAC), según el cual ya habían dejado de morir, para esa fecha, 1200 personas por razones relacionadas con la guerra:
Quien quiera ocultar o renegar de esa buena noticia es porque desea y ama la guerra, claro que de esos hay muchos… Es lo mejor que nos pudo pasar, lo más grato, lo más importante. Pero no hay que cantar victoria aún. El camino que se avizora es largo y culebrero y los enemigos del proceso se atrincherarán y se camuflarán con más mentiras para torpedearlo todo, para acabarlo, para que volvamos a tener familias pobres velando sus muertos y, claro, para hacer de sus diatribas las banderas políticas para llegar al poder en 2018.
Lo que creo que nos concierne es hacernos, de verdad, unos propósitos altruistas, fáciles de materializar, y posibles de cumplir en el marco de una ciudadanía responsable y comprometida con la paz. Por eso me atrevo a sugerirles que, entre todos, nos propongamos, entre otras, estas pequeñas cosas:
- Insultar menos, tanto en las redes sociales como en la vida real (el insulto y la ofensa no nos hace ganadores en un debate).
- Decir menos mentiras (para los líderes uribistas que engañan a sus adeptos y los hacen cometer errores, y para algunos medios de comunicación).
- Perdonar (es muy saludable y si las víctimas del conflicto han podido, ¿por qué nosotros no?).
- Tratar de reconciliarnos con los demás (con aquellos que piensan distinto, tienen opiniones diferentes y creen que la guerra es el camino. Hay que hacerles ver, por las buenas, que ella jamás será una buena opción).
- Actuar en consecuencia con lo que pregonamos (no podemos decir que queremos la paz, pero en casa, o en el trabajo, o en Twitter, o en Facebook, despacharnos contra el que no nos gusta).
- Abrir la mente, el corazón y las puertas para nuevas ideas y nuevas opiniones (a veces creemos tener la razón en todo, y no, no siempre la tenemos. Hay quienes pueden no tenerla pero tienen sus razones, escuchémoslos).
Como ven, esas pequeñas cosas, si nos las proponemos en serio, no son muchas, pueden llevarse a cabo y repercutir en una mejor convivencia. Porque recuerden que la paz no es solo la firma de una acuerdo. Va mucho más allá y en ese sentido, también es de esperar que el Gobierno, en aras de consolidarla, tenga también como propósito seguir trabajando para brindar bienestar a la población.
No olvidemos las deudas que tiene con La Guajira o con el Chocó. Las fuertes alzas que, al parecer, van a recaer en los bolsillos de las clases media y baja, debido a la Reforma Tributaria y que, en parte, pueden sobrellevarse si los recursos que se obtengan de ella son bien invertidos en salud, educación, recreación o cultura y si se le da cero espacio a la corrupción.
El año que viene, según la numerología suma 10 (2+0+1+7), lo cual, sin creer en esas cosas, puede ser un buen presagio. No seremos diez en todo, ni conseguiremos el diez para todo, pero podemos intentar ser más tolerantes y mejores seres humanos a ver si, algún día, este país que queremos y que nos ha dado lo que tenemos y lo que somos, deja de ser ese “platanalcito” que hemos visto desarrollarse.
Que el propósito para el 2017 sea, en todo caso, el de aprender a comprender que no somos iguales, que todos merecemos respeto y que juntos, así sea por vías y caminos distintos, podemos lograr un país en paz, reconciliado, armónico, con los problemas y sobresaltos de la vida, pero sobre todo menos violento y menos sanguinario.
Feliz Año Nuevo a mis lectores. Ojalá sea uno lleno de salud, paz y bienestar para todos.