Autor: Chrístofer Hidalgo
El tratamiento de algunos temas que son baladí, en comparación con otros que repercuten en el diario vivir de las personas como las leyes que se aprueban en el Congreso, la polución exacerbada en algunos sitios de Colombia, u otros temas relegados; deberían ser regulados para ciertos momentos o en ciertas circunstancias. Algunos otros, como el de la salud, debería acaparar gran parte de la agenda de los medios, debido a la repercusión que tendría en la ciudadanía el conocimiento sobre los avances de la salud.
El conocimiento sobre los avances en ese campo ha sido relegado a círculos especializados que están inmersos en los procesos científicos. El gran público, por su parte, recibe de los medios de comunicación otros tipos de contenidos informativos que, a la luz de la vida pública, serían de segundo orden.
La problemática sobre los contenidos que se asoman en la agenda de los medios es honda, ya que, dicha agenda, es el espejo de los intereses de los grandes emporios que manejan los medios de comunicación. Por lo tanto, la agenda es manejada según la necesidad que se tenga de exponer un tema en particular, soslayando lo necesario, o lo relevante para la vida humana, por lo estrictamente monetario, que se vende como lo más importante.
Si se hace un análisis simple de los contenidos que cubren la mayor parte de la malla televisiva, se podrá ver, en la mayoría de los casos, un funcionamiento similar en el que hay espacio para la publicidad de productos como gaseosas, condimentos, comidas rápidas, etc., que son malignos para el ser humano, pero que, a su vez, son rentables y hacen que los medios de comunicación se sostengan.
Esa dinámica de producción de contenido lleva a que el espectador sea el gran damnificado. En ese esquema, la producción televisiva tiene un marcado interés particular, ya que no se asoma un atisbo de mesura para procurar reducir el perjuicio hacia el televidente.
En algunos casos aislados, los medios de comunicación dan espacios para la divulgación de contenido científico. Sin embargo, en esas esporádicas apariciones, muchas veces se distancia al informante de la información. El periodista de turno, que tiene la responsabilidad de producir notas a diario, es proclive al yerro, ya que su formación le impide reproducir el conocimiento de muchos de los temas que cubre.
En ese contexto se crea un ambiente de confusión general, en el que prima la obtención de noticias o de opinión, soslayando la rigurosidad de la información. La costumbre de los medios por generar opinión y repercusión de las noticias es una práctica peligrosa que conduce fácilmente a la desinformación.
En Colombia, por ejemplo, estuvo en boga la extracción de materias primas usando la técnica de fracking. Los medios de comunicación dieron importancia al tema y se convocaron a varios expertos (que iban desde ingenieros en petróleo, ambientalistas y biólogos, hasta abogados y economistas), para que dieran su opinión sobre el tema. Frente a la gran cantidad de información, los medios de comunicación se ufanan de ser proclives a la imparcialidad, pero esa práctica también da cabida a crear un ambiente de confusión general sobre un tema en específico.
Con el fracking, así como con otros temas menos mediáticos, los medios de comunicación deberían reproducir las verdades universales comprobadas con rigor científico, en vez de conducir al espectador a la opinión.
Es decir, los medios hacen lo anterior en vez de matizar la ignorancia de los periodistas frente a los temas que son tratados en los medios, para producir más visitas o cantidad de lectores. En esta época, el interés último de gran parte de los medios de comunicación pasa por hacer un bien ético a la ciudadanía; lo que prima es mantener una sórdida regularidad de promedios de consumo de las audiencias.