Columnista:
Jonathan Cardona
Muchos habrán escuchado decir que al gobierno no le interesa o no le sirve que el pueblo se eduque. A mí me parece que es muy cierto, no les interesa. No les interesa que el ciudadano común se entere de los secretos que hay que tener para conservar el poder, o la plata que producen los puestos de poder. En cierta medida los que adquieren conocimiento, menos se la «dejan montar».
Por eso, el mayor conflicto para los gobiernos, lo generan los mismos universitarios, pues algunos alcanzan a mirar un poquito más allá de lo que dictan los «buenos discursos políticos» y, sobre todo, los medios de comunicación masiva.
Muchos estamos metidos en la caja hecha de palabras que nos dictan otros, y terminamos por parecernos tanto a los papás o a los amigos con que nos mantenemos. El dicho dice «dime con quién andas y te diré quién eres». Así empezamos a defender las palabras del Centro Democrático, la Colombia Humana, o, Dios no lo quiera, el Partido Verde. En el campo de batalla, todos pertenecen a una institución, ya sea partido político o a la policía. Se supone que los partidos pelean por ideales. Pero ¿por qué pelean los policías?
Escuchando las palabras del concejal de Medellín, Daniel Carvalho, sobre su experiencia cuando prestó el servicio militar y le tocaba trotar a las cinco de la mañana, diciendo:
Sube sube guerrillero
que en la cima yo te espero
con granadas y moteros
a tus novias violaremos
y a tus hijos mataremos
Me puse a pensar cuál es el papel de esa institución a la hora de educar a los policías, en qué caja de palabras los encierran que no logran mirar más allá de sus propias narices, o de escuchar nada más que lo que dicen sus superiores.
La institución de la Policía Nacional, como programadora neurolingüística, programa al sujeto para que mire lo que el puesto necesita que se mire. No les sirve que razone, solo que obedezca. El sujeto al pasar por el proceso de programación se titula como policía y, a partir de ahí, el que tiene en frente, no es otro colombiano, es un posible enemigo del Gobierno: un comunista, mamerto o guerrillero. Sin importar si saben, o no, lo que esas características en realidad representan.
Allí no hay condolencia, porque ellos representan la institución que defiende a los colombianos buenos, así no sepan cuáles son. Son unos perros rabiosos de pelea, que reaccionan a la mínima expresión de supuesto desacato. Uno siempre tiene que darles la razón porque son de la gloriosa Policía Nacional. Si es de día y ellos dicen que es de noche, es de noche, porque qué lío burocrático pelear por un comparendo mal puesto o poner una demanda por un golpe injustificado de un uniformado.
¿Qué se sentirá esa mentira de poder que ellos dicen tener? ¿Será que les satisface tener la razón así sea a punta de golpes? Ese aire de grande que le da el hecho de ser defendido por la justicia penal militar, y representado por sus superiores, no deja que la culpa los haga sentir mal.
Entonces, el policía no pelea por nadie ni por un ideal ni por el bien de la supuesta patria. El policía es una herramienta de los superiores, que se confabula con los gobernantes de turno para que se hagan los de la vista gorda o hagan correr a los que meten las narices donde nos les conviene y puedan hacer sus triquiñuelas. De resto, utilizan el poder que se les entregó, a fin de cobrar vacunas con el objeto de que dejen trabajar o para no darse la vuelta por las plazas de vicio, en los horarios de mejor venta.
Fuerza de mente, me dijo un primo que prestó el servicio, deben tener cuando cualquier cosa que no entiendan los pusiera a dudar. Por eso, las pancartas, las canciones y las flores no les dicen nada. Fueron entrenados para ser como una roca, una pared, tanto por fuera como por dentro. Solo se activan cuando huelen a desacato o cuando se les da una orden.