¿Qué ha dejado al descubierto la COVID-19 en Colombia?

Debemos dejar de ser tan individualistas y comenzar a pensar en el otro y en sus condiciones de vida, no solo económicamente, sino también en el aspecto emocional, y en todo lo que ha implicado para los colombianos entrar en este confinamiento.

Opina - Política

2020-05-29

¿Qué ha dejado al descubierto la COVID-19 en Colombia?

Columnista:

Jhon F. Barbosa

 

Tras varias semanas de enfrentarnos a una cuarentena debido a la COVID-19, causada por el virus SARS-CoV2, que se ha venido propagando por el mundo entero, han quedado al descubierto y a la vista de todos los colombianos, la realidad de las diferentes problemáticas sociales que lleva viviendo el país década tras década, fenómenos que parecen ir unidos de la mano uno con otro. Es importante mencionar aquí, que el tema de la corrupción es indudablemente la raíz de toda esta situación, pero no voy a ahondar en esto ahora porque vamos a precisar mejor algunas problemáticas puntuales que se desprenden de una u otra forma, de este tema tan espinoso para Colombia. Fenómenos como el de la informalidad laboral, la pobreza, la violencia, etc., siguen siendo pan diario en nuestro país, y por estos días lo hemos vivido con mayor vehemencia.

De acuerdo a las cifras presentadas por fuentes oficiales como el DANE, para el mes de febrero del año en curso (un mes antes de que comenzara la cuarentena), la proporción de trabajadores informales en tan solo 23 ciudades y áreas metropolitanas fue de 47,9 % (es importante tener en cuenta que Colombia tiene 1103 ciudades registradas dentro de 32 departamentos), por lo cual podemos deducir que esta cifra es mucho más alta, superando más del 50 % de personas trabajando en la informalidad. Esta modalidad de trabajo claramente no contribuye al bienestar de los ciudadanos, ya que la mayoría no cuentan con afiliación a una seguridad social ni tampoco tienen una estabilidad laboral. Muchas de estas personas viven de lo que conocemos como “el rebusque” y del día a día, ahora imagínense ese “rebusque diario” en un momento de confinamiento como el que vivimos hoy.

Por otro lado, se ha venido hablando en los últimos años de una clase media colombiana que está destinada a desaparecer. En medio de esta crisis se pudo evidenciar que, esta clase media en situación de emergencia no es reconocida como una población vulnerable porque la gran mayoría no son desplazados, ni víctimas del conflicto, no pertenecen a ningún grupo de ayuda para menores ni tampoco al programa Familias en Acción o a alguna entidad que proteja a los adultos mayores, no son desempleados, no están asociados a ningún movimiento racial, no tienen Sisbén, ni pertenecen a estratos 1 o 2, y se me olvidaba, están endeudados con bancos y otras entidades para mantenerse en este escalafón social de clase media. Tal parece ser que en Colombia se es rico o se es pobre, no hay punto medio, no se le reconoce.

Por su parte, el sistema educativo del país también ha tenido que transformarse debido a todo lo generado por la pandemia. Días antes de iniciar el confinamiento, decretado de manera oficial, se cerraron todas las instituciones educativas, y los estudiantes fueron enviados a estudiar desde la casa vía online; rápidamente algunas universidades y colegios privados pudieron reajustarse a esta situación, muy diferente a los estudiantes de centros educativos públicos. Según un informe del pedagogo colombiano Julián de Zubiría, tan solo el 4 % de los municipios tiene buena conectividad, el 63 % de los bachilleres del año anterior no tenían acceso a Internet desde sus hogares y, en las zonas rurales, por ejemplo, tan solo el 9 % de los jóvenes disponen de computador.

Pero entonces ¿qué pasa con los estudiantes que no tienen las herramientas para estudiar desde casa vía online? Sencillo, no podrán continuar con sus clases. Esta situación ha dejado ver que ese “ideal de clases virtuales” está muy lejos de ser una realidad para la gran mayoría de los estudiantes del país, y que, si encontramos un déficit enorme en el sistema educativo de modo presencial, ahora imaginemos lo poco preparados que estamos para las clases online. Esta situación también nos deja ver que en Colombia la educación no es un derecho, es un privilegio.

Otro fenómeno innegable que seguimos viendo es la violencia desmedida contra las mujeres y niños en Colombia y en gran parte de América Latina, que incluso ha aumentado según las estadísticas realizadas en diferentes países. Aquí, en ciudades como Bogotá, Cali, Medellín y Cartagena (solo por nombrar algunas), se han venido registrando diferentes casos de feminicidios. Es evidente que en medio del aislamiento social en el que vivimos ahora, la casa o el hogar sigue siendo un lugar peligroso, y no solo para las mujeres, sino también para los menores de edad que están siendo abusados física y psicológicamente, como lo evidencian algunos medios y estudios realizados. Según datos de la Secretaría de la Mujer, desde que inició el aislamiento preventivo, tan solo en Bogotá, por ejemplo, la Línea Púrpura (que brinda orientación y atención psicosocial a mujeres víctimas de violencia) ha registrado casi tres veces más llamadas y mensajes de WhatsApp que las que recibía antes de la cuarentena. Entre el 20 de marzo y el 13 de abril, la línea recibió 11 792 llamadas y mensajes; entre el primero y el 19 de marzo se recibieron 3446. Esto quiere decir que antes del confinamiento se recibían, en promedio, 181 solicitudes diarias a través de la línea telefónica y de chat, pero una vez decretado el aislamiento en la capital, este número aumentó a 471.

Tal parece ser que la violencia contra las mujeres y la violencia intrafamiliar es una de las ‘pandemias’ más grandes de Latinoamérica, y se necesita con urgencia reconocer esos movimientos liderados que ponen en evidencia esta situación desde una mirada política y social.

Ahora bien, antes de iniciar la cuarentena, Colombia venía siendo azotada por una ola de crímenes sistemáticos en contra de campesinos, indígenas, líderes y lideresas sociales y ambientales. Hoy por hoy, y según los informes de las entidades de Derechos Humanos, esta problemática no cesa a pesar del confinamiento y, en lugares como el Cauca y el Magdalena, la cifra de asesinatos continúa en aumento. Parece ser que el coronavirus también se ha instrumentalizado para hacer una embestida en contra del Acuerdo de Paz y de cualquier movimiento social que vaya en contravía de lo establecido por el Gobierno Nacional.

En medio de este panorama un poco gris, cada instante en Colombia parece sumar una problemática más. Cabe reconocer que ningún país estaba preparado para una pandemia de esta magnitud, pero aquí se pusieron en evidencia las crisis sociales, económicas y políticas que llevamos padeciendo durante décadas por culpa de las malas administraciones y de la corrupción que parece ser la mayor enfermedad en nuestro país.

Por estos días, muchos sectores de la población que han sido y siguen siendo invisibilizados, vienen siendo los más perjudicados con esta situación: los propietarios de bares y discotecas, los artistas, los músicos, los dueños de pequeñas y medianas empresas, etc., están hoy a la deriva, no hay ninguna decisión o ayuda política que los cobije, solo se les recomienda “reinventarse”, como si fuera tan fácil hacerlo en medio de una pandemia y con unas políticas que no los visibiliza.

Otro fenómeno grave que ha surgido por estos días, tiene que ver con los ataques de muchos ciudadanos contra los trabajadores del sector de la salud, quienes son los que están enfrentando en primera línea a esta pandemia. ¿Acaso son ellos y ellas los culpables de la situación actual que vive el mundo entero? Se han conocido muchos casos de violencia física y psicológica por parte de la comunidad a todo este gremio; en algunos sitios como supermercados y demás, no se les ha permitido abastecerse como a cualquier otro ciudadano, han sido rechazados por sus vecinos en sus lugares de residencia, quienes les exigen que se vayan de sus propias casas, y en las calles se les mira como si fuesen los portadores y focos de contagio para los demás. A ese nivel de ignorancia e irrespeto hemos llegado como sociedad.

Continuar enumerando una tras una las problemáticas que afronta Colombia, nos tomaría seguir escribiendo varias hojas, pero considero que también es importante mostrar la otra cara de la moneda que ha dejado este fenómeno de la COVID-19. A pesar de todas las problemáticas que ha puesto en evidencia, también es necesario rescatar y resaltar las acciones de muchos otros ciudadanos en diferentes partes del país para contrarrestar esta pandemia.

Hemos visto cómo muchas personas se están movilizando para ayudarse unas a otras por medio de donaciones de mercados o de dinero, brindando así solidaridad con quienes lo necesitan. Un sinnúmero de campañas con este fin se ven en las redes sociales y en algunos barrios, donde las ollas comunitarias se han vuelto un ejemplo de solidaridad. El llamado inminente a trabajar en comunidad es la clave para sobrellevar este momento de crisis que estamos afrontando. Debemos dejar de ser tan individualistas y comenzar a pensar en el otro y en sus condiciones de vida, no solo económicamente, sino también en el aspecto emocional, y en todo lo que ha implicado para los colombianos entrar en este confinamiento.

Hoy por hoy, es necesario también reconocer la importancia de los diferentes movimientos y luchas sociales, así mismo, es importante que como sociedad trabajemos para comenzar a cambiar estas problemáticas y exigirles a los servidores públicos que trabajen en pro de las necesidades de la comunidad y no solo bajo su propio beneficio, porque es cierto y, lo hemos podido corroborar durante estos días, que en Colombia existe otra enfermedad contagiosa y mortal, y es esa llamada “corrupción”.

 

LA CORRUPCIÓN, OTRA ENFERMEDAD MORTAL Y CONTAGIOSA 

( 1 ) Comentario

  1. Gran aporte, felicidades y gracias por el reportaje

    Un abrazo
    Amigo

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Jhon F. Barbosa
Cali. 1991. Licenciado en Historia, egresado de la Universidad del Valle (sede Cali), con campo de investigación ligado especialmente a los estudios y transformaciones culturales y sociales.