Ahora resulta que las polémicas contra La pulla no están enfocadas hacia sus propuestas sino hacia su formato. Gran número de espectadores se quejan porque María Paulina Baena, la presentadora, usa un tono de voz quejumbroso o duro; otros acusan al espacio de sobrado, soberbio y gritón; no han faltado periodistas como Fabián Yañez (en su propio canal de YouTube, curiosamente sirviéndose de medios idénticos a los de La pulla) que denuncian en la configuración del vídeo blog de El Espectador una especie de irresponsabilidad porque quienes escriben los libretos interpretados por Baena no dan la cara a la opinión pública.
En otras palabras, parece no importar si este rincón digital de análisis periodístico posee una gran capacidad investigativa acorde con su versatilidad para sintetizar en pocos minutos temáticas abstrusas o complejas de examinar. Lo que importa, al parecer, es un puñado de nimiedades fáciles de comentar y de criticar. De cuando en cuando vuelven esos ataques a la ropa de María Paulina Baena, a la supuesta rudeza de su voz (como si el tono marcara la pauta de la hondura en lo que dice; eso lo hace, más bien, la mayoría de demagogos que son atacados por La pulla) y a que las ideas no son de ella pues lee un libreto. Para ser sinceros, la verdad es que resulta muy difícil refutar a esta propuesta informativa y analítica.
Esta situación no es nueva en los medios colombianos. Hubo gente molesta hace treinta años cuando dentro de Sábados Felices se empezaron a ventilar temas políticos. Durante los inicios de Zoociedad muchos pusieron en tela de juicio su aparente frivolización de los graves problemas sociales que entonces tenía el país.
Por otro lado, a los propiciadores de opinión se les sataniza debido a las razones más peregrinas que puedan imaginarse. Y casi siempre por el empaque antes que por las opiniones. A Antonio Caballero lo acusan de ser oligarca, a Alfredo Molano de comunista, a María Antonia García de la Torre de amargada y de loca. Cuando una tribuna de análisis empieza a formar un público y comienza a consolidarse, los dardos terminan llegando por cualquier motivo. Detrás de las críticas a La pulla quizás estén periodistas que no han podido encontrar una fórmula exitosa, o personas envidiosas ante la numerosa audiencia que tienen los jóvenes comunicadores de El Espectador.
Es un blog con libreto, sí. Una columna de opinión pensada desde lo histriónico, desde una puesta en escena para lograr empatía con audiencias que tal vez no leen a los columnistas de los periódicos. O que no observan el veneno destilado por las grandes cadenas de televisión. Ágil, logra decir en un espacio reducido lo que tomaría horas enteras de discusión acalorada. Es un desahogo, sí. Pero, en el fondo, qué columna de opinión no lo es. El desahogo propicia la discusión porque presenta las cartas con las que está jugando. Y asume, desde su tinglado, que será atendido y que sus ideas por lo menos serán consideradas.
Quedarse inquieto por las características físicas o la cantaleta de quien presenta La pulla, olvidando o haciendo a un lado la necesidad de pensar, de estudiar los asuntos que la conductora del programa está poniendo de presente, denota un inmenso vacío en la manera como afrontamos y consideramos las barbaridades que suceden en Colombia.
Más medios informativos deberían promover y permitir espacios como La pulla. Para ver si empiezan a involucrar en el debate público a un grupo de jóvenes tradicionalmente desinformados y por lo tanto ajenos a él.
Que sigan grabando su vídeo blog cada semana. Lo hacen muy bien. Ojalá lleguen a un nivel de valentía y autonomía que los volverá sólidos: cuestionar ellos mismos al poder periodístico que les dio la oportunidad de estar ahí, mejor dicho a sus empleadores, así como al poder periodístico colombiano en general —todos sabemos: no es libre y tiene dueños muy poderosos.
En la batalla por discutir con argumentos, la autocrítica y la autoevaluación son practicadas por muy pocos. Si es serio como hasta ahora ha sido, La pulla, por su frescura y habilidad, debería encabezar esta actitud dentro del periodismo más joven de Colombia.
Ojalá sigan fastidiando por mucho tiempo más. Se les necesita.
Cuando la vi la primera vez, lo primero que pensé es en que es una parodia del sketch de Jaime Garzón y su personaje Godofredo Cínico Caspa. El material, a pesar de ir en contravía de la «postura» política del personaje de Garzón, apela a la misma arrogancia e incomodidad, que no por ser de corte liberal deja de ser menos molesto e impositivo. Extremandamente parcial y poco congruente con la realidad del colombiano de a pie en asuntos como la mal llamada adopción igualitaria y extremadamente indulgente con el sentimiento popular cuando de juzgar la corrupción se trata, La Pulla sin duda apela a «la indignación por la indignación» para ganar audiencia, que es al fin y al cabo su propósito como producto de un medio de comunicación.