Columnista:
Juan David Arias-Henao
Todo un planeta de casi 8 mil millones de personas, junto con su sistema económico, político y de salud, han sido puestos en jaque por la expansión de un diminuto virus de 0.01 micras. Este hecho, sin duda, cambiará el curso de la primera mitad del siglo.
Nuestra visión del mundo, excesivamente centrada en el humano, se ha construido bajo una creencia muy importante en los últimos 2500 años de historia en occidente: la humanidad ocupa un lugar preeminente, superior y distinto a la naturaleza. Dicha creencia, nos hace pensar de manera casi instintiva que solo tiene importancia lo que “dice” la especie humana.
Como pasa casi siempre en la explicación de la realidad, los humanos reciben una atención privilegiada. En la crisis actual, el protagonismo se lo han llevado los políticos chinos y norteamericanos, las compañías farmacéuticas, los humanos contagiados y, a veces, los pobres del mundo. El virus, sin embargo, es entendido simplemente como parte de la naturaleza, ¡no puede “hablar”!
Fuimos entrenados para ignorar la manera en que las diversas formas de vida nos “dicen” infinidad de cosas acerca de nuestro comportamiento, y de cómo nos relacionamos con el mundo. Sin embargo, con la actual crisis económica, ecológica, política y de salud pública del mundo, nuestra forma de pensar está dando un quiebre radical. Ya no es posible ignorar todo aquello que está más allá de lo humano, ni siquiera un diminuto virus.
Por ello, tal vez sea importante abrir nuestra sensibilidad, y prestar una mayor atención a todo aquello que nos “habla”. Siendo así, ¿puede “decirnos” algo el coronavirus? ¿Qué es lo que él está interrumpiendo en nuestra manera cotidiana de ser y hacer en el mundo?
El coronavirus nos está “diciendo” que el planeta necesita un respiro. Que la salud de nuestros cuerpos está íntimamente relacionada con el bienestar de todas las formas de vida en la Tierra. La pandemia es solo un síntoma de una profunda problemática socioambiental, que se expresa en la crisis de salud colectiva de los humanos y del planeta.
Los actuales niveles de industrialización, urbanización y consumo, están impactando gravemente los ecosistemas —“argumenta” el virus—. Al mismo tiempo, la lógica fragmentada e individualista del liberalismo, el discurso del desarrollo y la carrera ciega por el progreso, están minando las redes de la vida planetaria.
Nos “dice”, que no es posible tener todo bajo control en las redes de la vida. Que no es cierto que la civilización nos haya aislado en una burbuja contra todos los peligros naturales, sino que, al contrario, siempre hemos estado desnudos habitando en una red de sistemas de vida complejos que no controlamos absolutamente.
A través de varios hechos, el coronavirus nos “indica” que es necesario considerar seriamente el decrecimiento para reconstruir las tramas vivas. Las imágenes satelitales de la Nasa muestran una disminución dramática en los niveles de contaminación en China y Europa debido a la desaceleración económica. La limpieza de las aguas en canales y ríos, o la presencia de felinos, primates, aves y peces en lugares que no se veían hace décadas, son un síntoma de que la vida se reconstruye, mientras más de 2000 millones de personas se aíslan en sus hogares.
La situación actual nos ha devuelto a este mundo material, en donde el ser humano no ocupa un lugar privilegiado, sino que resulta ser una especie más entre muchas otras. El virus “dice” que todas las formas de vida dependen unas de otras, y que su reproducción o muerte está relacionada con los fuertes vínculos entre las especies.
¡El coronavirus “habla”! Expresa que la vida es mucho más importante que la economía, y que hasta ahora hemos sido gobernados por quienes no pueden ver más allá de su economicismo y de sus acciones en la bolsa. No podemos seguir pensando que las medidas para la reproducción y el cuidado de los seres vivos deben estar en manos de la lógica del costo-beneficio.
Además, nos está “preguntando”: ¿Cuáles son nuestras opciones para enfrentar la situación? Una crisis también es una oportunidad, y tal vez las únicas estrategias deseables sean la solidaridad y la cooperación global para reconstruir las redes de la vida.
Por todo lo anterior, preguntarnos si el coronavirus habla puede desencadenar una respuesta obvia: no solamente habla, ¡sino que nos está gritando! Más bien, nuestro deber ahora es preguntarnos, ¿por qué razones no lo estamos escuchando?
Imagen: cortesía de Miroslava Chrienova.