Debía tener diez u once años cuando me pregunté por primera sobre el conflicto armado en Colombia, y empecé a buscar respuestas en un libro llamado “Viva Colombia” (sí, ese que se armaba por fascículos de El Tiempo).
Once años después, las inquietudes que tengo hoy y mis fuentes bibliográficas (afortunadamente) son de otra naturaleza. Ya no es una pregunta por la guerra, sino por la paz. Ya no basta una explicación sencilla, sino que es necesario abarcar la complejidad de la realidad. Y lo más importante: ya no es solo mi pregunta, sino la pregunta de muchos. Por eso decidí compartir un par de mis inquietudes con ustedes, junto con algunas reflexiones al respecto. Espero que les ayude, y me ayuden a seguir pensando.
- ¿Qué pasó el 2 de octubre?
Aún no me atrevo a dar una respuesta concluyente sobre los factores que llevaron a que ganara el No. Se ha hablado mucho de la ignorancia, el engaño a los electores, la falta de pedagogía para dar a conocer los acuerdos, entre otros. Si bien ninguno de estos factores explica el resultado a cabalidad, quiero detenerme en dos en particular: la cultura clientelista y la valoración negativa de “lo político”.
En cuanto a la cultura clientelista, es penoso admitir que, en ciertas regiones de Colombia, el derecho al voto se ha reducido a una transacción entre el votante y el politiquero de turno: «usted me da un tamal, yo le doy un voto». A eso se reduce nuestra democracia. Esa cultura afecta terriblemente a mecanismos como el plebiscito, pues no supone una transacción, sino la participación de las personas en los asuntos comunes. Bajo esa perspectiva, si un ciudadano no ve un beneficio inmediato de votar en el plebiscito, simplemente no vota. Esto lo evidenció La Silla Vacía hace unos días, cuando explicaba por qué había funcionado a media marcha la maquinaria en las regiones para que ganara el Sí: faltó mandar más plata desde Bogotá para mover al electorado regional. Una actitud sumamente parroquial que no es capaz de visualizar consecuencias a largo plazo, en un entorno mayor al inmediato.
Con respecto a la valoración negativa de lo político, es triste ver la pobre cultura política, e incluso, el desprecio de la labor de aquellos que se ocupan de los asuntos de todos. Basta con observar a quienes critican al Congreso sin saber cómo funciona, o a quienes dicen frases como “yo no me meto en política”, o, “en la mesa no se habla de política”. Esto es terriblemente dañino para nuestra sociedad: no se sabe y no se discute sobre los asuntos comunes porque no importan, o porque se cree saber mucho con ver dos escándalos de corrupción en el noticiero. A esta actitud hay que sumarle la resignación y la subvaloración del voto. Mucha gente cree que su voto no hace la diferencia, o no tiene efecto en su vida o en su comunidad. Todo lo anterior perjudica la participación en el plebiscito y otros mecanismos, en la medida en que la gente no los conoce y no aprecia su importancia histórica. Con esas percepciones, no sólo cercenamos nuestras oportunidades de participar efectivamente como ciudadanos en decisiones trascendentales, sino que también mantenemos un statu quo injusto, en un país que no conoce ni cree en su propia voz.
- ¿Ahora qué?
Creo que esta es la pregunta fundamental, más allá del resultado. Frente a ello me gustaría señalar dos problemas graves. En primer lugar, la irresponsabilidad absoluta -tanto del gobierno como de los promotores del No- de no tener un “plan B”, en caso de que no se refrendaran los acuerdos de La Habana. A las 5:00pm del 2 de octubre nadie sabía qué hacer, y este tipo de decisiones sobre el conflicto en Colombia no se pueden dejar en manos del destino. A hoy, 9 de octubre, seguimos a la espera de un camino a seguir o de un “pacto de caballeros” que salve el proceso con las FARC. Vamos a ver cuánto tiempo más, seguiremos en el limbo.
El otro problema grave, y el más profundo, es el hecho de que no hemos podido pensar juntos un proyecto de país, ni una idea consensuada de lo que queremos hacia el futuro. Sin embargo, el 2 de octubre nos dio una luz de esperanza: desde ese día, por primera vez, todos estuvimos de acuerdo en querer alcanzar la paz independientemente del voto. Así, es posible que Santos tenga razón: la nueva coyuntura puede ser una oportunidad, pero para empezar a unir las «Colombias» y pensar más allá de nuestras narices. Podría ser un buen momento para soñar y es el mejor momento para proponer algo nuevo.
Adenda: Con todo, aún deposito mis esperanzas en la ciudadanía. Esta semana los ciudadanos se han empoderado y apersonado de la paz. Todos debatimos, todos discutimos, muchos marchamos y muchos proponen. Todos estamos buscando referentes para salir del enredo del No, y por eso volvimos a la marcha del silencio, por eso se vuelve a hablar del Frente Nacional y la Constituyente, por eso convocaron a un cabildo abierto la próxima semana en la plaza de Bolívar, por eso se instaló un campamento por la paz el mismo lugar. Les agradezco a quienes han promovido todas estas iniciativas. Me demostraron que, a pesar de nuestras horribles noches, el bien puede germinar acá.
Publicado el: 9 Oct de 2016