El Diccionario Oxford estableció en 2016 un neologismo como palabra del año y como nueva agregación enciclopédica. Se trata de la post-truth o de la posverdad, un híbrido bastante ambiguo cuyo significado “denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.
Cualquier democracia en cualquier lugar del mundo necesita la verdad como elemento fundamental para la deliberación y la discusión de los asuntos que deben convocar a las fuerzas sociales, instituciones y actores políticos a la transformación de una sociedad.
Asistimos a un momento coyuntural de nuestra historia política donde apelar a lo emocional se ha superpuesto al debate argumentado. Aunque mal haríamos en creer que en otros momentos de la historia, las emociones no han sido relevantes para el desarrollo de la política. Sin embargo, lo que diferencia el momento actual, de otras épocas, donde la emoción ha jugado un papel crucial en la movilización de las masas, es la intrusión de las redes sociales y su papel crucial en la formación y generación de opinión pública.
En este escenario han tomado fuerza estrategias tales como los Fake News, Bulos, Fact Checking y las verdades alternativas, que son usadas como instrumentos directos de ataque en espacios de contiendas políticas, adormeciendo las posibilidades de un debate real y una confrontación basada en la argumentación. Estos conceptos se han configurado como el paraguas semántico de la posverdad y como herramientas de partidos políticos para desvirtuar a sus oponentes en contextos de evidente escasez argumentativa. El pluralismo enmarcado en comunes denominadores institucionales, así como en la tolerancia, el respeto, la competencia, la diversidad de opiniones y el debate, son inherentes a la democracia representativa y participativa.
La posverdad no es sinónimo de mentira sino que “describe una situación en la cual, a la hora de crear y modelar la opinión pública, los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales. La posverdad consiste en la relativización de la veracidad, en la banalización de la objetividad de los datos y en la supremacía del discurso emotivo”.[1]
Si bien algunos analistas han señalado que la posverdad es un concepto que simplemente encubre la vieja práctica política de convencer mintiendo, esta se volvió la expresión de moda para el análisis político y además fue declarada por el Diccionario Oxford como la palabra del 2016 en el mundo anglosajón[2] (Post Truth), extendiéndose su práctica a otras latitudes como Latinoamérica y Europa.
El caso de las elecciones en Estados Unidos en 2016, el Brexit en Reino Unido e incluso el Plebiscito por la Paz en Colombia se configuran como algunos de los ejemplos en que la posverdad a través de sus tácticas ha jugado un papel preponderante en la modelación de la opinión pública, llegando a ser decisivo en las inclinaciones y preferencias de los ciudadanos. Noticias sin verificación ni contraste tienden a viralizarse por la conexión emocional con el público. Generar indignación o la construcción social del enemigo, son otros de los métodos para moldear opinión pública en escenarios electorales, de consulta o referéndums.
El caso de Trump en las elecciones de Estados Unidos es paradójico. Su campaña fue un compendio de afirmaciones que convencieron a dos tercios de sus votantes en la errada idea de que el desempleo había crecido durante la segunda presidencia de Obama. En el caso del Brexit, la realidad no fue muy diferente. “Los promotores del Brexit, por ejemplo, tuvieron éxito porque, entre otras cosas, confirmaron los prejuicios de muchos ingleses asegurándoles que al salir de la Unión Europea se ahorrarían 435 millones de dólares por semana, una falsedad que reconocieron como tal sólo después de ganar el referéndum, cuando ya no les convenía sostenerla”.[3] Ni hablar de lo ocurrido en el plebiscito por la Paz en Colombia donde se difundieron datos e informaciones a conveniencia de los opositores al proceso de Paz.
A más de dos siglos de distancia, el andamiaje racionalista, que tantas veces tambaleó, hoy se está derrumbando. Resuena con mayor fuerza que nunca la idea de Nietzsche de que las pasiones, los intereses o los instintos son dimensiones de la vida humana más básicas que la razón para motivar nuestras creencias. A finales del siglo XVIII la fe, la tradición o la autoridad del emisor dejaban de ser credenciales suficientes para que una definición de la realidad ingresase con éxito al debate público.
En principio, la racionalidad se convertía en el único título reconocido como válido (Nun, 2017). Hoy la realidad muestra lo contrario, basta con que desde facciones políticas o ideológicas se pongan a circular ciertas informaciones incompletas o tendenciosas, para que sean asumidas por los ciudadanos como verdades absolutas y argumentos suficientes para la toma de decisiones.
El valor o la credibilidad de los medios de comunicación queda mermado frente a las opiniones personales. “Los hechos pasan a un segundo plano, mientras el cómo se cuenta la historia retoma importancia y le gana al qué. No se trata entonces de saber lo que ha ocurrido, se trata de escuchar, ver, leer, la versión de los hechos que concuerde más con las ideologías de cada uno”.[4]
El lingüista y filósofo Noam Chomsky documentó 10 estrategias de manipulación mediática, entre las cuales señala la utilización del aspecto emocional mucho más que la reflexión. “Hacer uso del aspecto emocional es una técnica clásica para causar un corto circuito en el análisis racional, y finalmente al sentido crítico de los individuos. Por otra parte, la utilización del registro emocional permite abrir la puerta de acceso al inconsciente para implantar o injertar ideas, deseos, miedos y temores, compulsiones, o inducir comportamientos…”.
“En un sistema democrático, necesitamos tomar decisiones inteligentes. Para poder hacerlo, necesitamos estar informados”. Así resumía Craig Newmark, fundador de Craigslist y de la Craig Newmark Foundation, por qué necesitamos acabar cuanto antes con las fake news o noticias falsas por el bien de la democracia, durante el Festival Internacional de Periodismo de Perugia (Italia).[5]
La información juega un papel fundamental en el correcto desarrollo de la democracia. Esto es especialmente relevante en el contexto de posverdad en que vivimos, donde los hechos objetivos son menos relevantes para la opinión pública que la exaltación de las emociones.
Como seres sentipensantes, nos es imposible desligar la emoción del raciocinio (Robayo, 2017), máxime en un escenario político, donde se ponen en juego expectativas, creencias, ideales y otros factores que nos constituyen como seres biosicosociales. Pero ¿nos importa cada vez menos la verdad, la evidencia y los argumentos?
Imagen tomada de Medium
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[1] Zarzalejos, José Antonio (2017). Comunicación, Periodismo y Fact Checking. Revista Uno. Edición 27
[2] Robayo, Alejandro (2017). La Posverdad en el Mundo de la Política Sentipensante. Palabras al Margen.
[3] Nun, José (2017) La Posverdad Marca el Fin de una Época. La Nación.
[4] Llorente, Jose Antonio (2017). La Era de la Posverdad, Realidad vs Percepción. Revista Uno. Edición 27
[5] Alonso, Patricia (2017). ‘Fake News’ y Posverdad en Tiempos de Populismos. Lecciones para Periodistas.