Columnista: Javier Hernando Santamaría
No es un secreto que quienes se dedican a producir contenidos para televisión, muchas veces se ven abocados a recurrir a cuestionadas estrategias de toda clase, para lograr cautivar a una teleaudiencia cada vez más esquiva, ¿pero será que todo se vale en la persecución de ese objetivo de atrapar televidentes?, y que recurrir a cualquier artimaña, por poco ética y explícitamente nociva que esta sea, tiene cabida en el universo del entretenimiento…
Recordemos que cuando imperaba la televisión por licitación pública y se asignaban espacios a programadoras para nutrir la programación de los canales UNO y A, los controles que se hacían a la programación que los colombianos veíamos, era a veces hasta exagerada, y cualquier hecho que molestase a los telespectadores era sancionada y muchas veces los programas retirados del aire.
Con la llegada de la televisión privada la situación cambió radicalmente, hoy vemos contenidos que de manera flagrante atentan contra los patrones éticos, periodísticos y de responsabilidad social, que supuestamente deben siempre enarbolar los canales de televisión, hoy solo enfrascados en una permanente contienda por el rating.
Se crearon las llamadas “Defensorías del Televidente”, producidas por los mismos canales, las cuales tienen como finalidad principal atender todas las quejas que los televidentes formulen frente a la programación que se les está brindando.
Pero la verdad sea dicha, estos entes especiales, son poco lo que pueden hacer frente a las inquietudes y quejas presentadas, y por lo general siempre encuentran una justificación o explicación vaga, que desvirtúa muchas de esas sustentadas quejas.
De repente las defensoras y defensores, formulan esporádicos llamados de atención a los directivos y productores de los espacios señalados, y que, por lo general, son ignorados por completo por los mismos, o dan respuestas escuetas o de cajón: “Si no le gusta, cambie de canal”.
El todo se vale por el rating impera no solo en la televisión colombiana, sino en la de Latinoamérica, donde la explotación del morbo y el culto al amarillismo y el sensacionalismo, son las fórmulas más empleadas para seducir televidentes.
En los llamados realities shows, las peleas de convivencia entre los participantes, como también sus supuestos flirteos, las palabras altisonantes sin censura, las imágenes explicitas de sus cuerpos desnudos o semidesnudos, conforman todo un cóctel visual y auditivo, que alimentan ese morbo que parece deleitar a sus seguidores.
También están las peleas, libreteadas o reales entre los llamados coach de estos shows de talento, algunos verdaderamente patéticos, descontextualizan la esencia de los programas y les roba protagonismo a los participantes.
Casos para mostrar
El reciente caso de la actriz Danna Paola en el reality “La Academia”, que emite TV Azteca en México, cuando la emprendió, cual diva herida y retrechera, contra un par de participantes que hicieron comentarios desobligantes en su contra, son muestra fehaciente de hasta donde son capaces de llegar los productores, para aumentar el rating de un programa abatido en las mediciones.
En Colombia tenemos varios botones de muestra, como lo son las pataletas recurrentes de la señora Amparo Grisales, cuando supuestamente se siente irrespetada por sus compañeros jurados en el reality de imitadores “Yo me llamo”, pero no advierte sus desatinos y falta de respeto para con ellos.
La llamada Diva de la televisión colombiana, quiere imponer su criterio a toda costa y más de una vez, ha amenazado con irse del programa, asunto que la mayoría calificamos como un completo show montado para subir el rating.
Los escotes exagerados de las presentadoras, sus transparencias, son otras de las situaciones que los televidentes advierten como inapropiadas para espacios familiares, pero son ignoradas, lo esencial para los productores es alimentar el morbo.
Aun recordamos hechos sensibles y altamente reprochables como la famosa mechoneada que le pegó una participante de “Protagonistas de Nuestra Tele” de canal RCN, a uno de sus compañeros, o cuando la díscola Yina Calderón, integrante del mismo programa, le lanzó con furia un cuchillo a otro participante, tras una acalorada discusión.
Los programas “La Red” y “Sábados Felices” del canal Caracol, son quizás los que más quejas acumulan en la Defensoría del televidente, por los recurrentes chistes que ofenden la sensibilidad de ciertos grupos poblacionales, también resultan molestos los apuntes desacertados y las “irreverentes actitudes” en pantalla del presentador Carlos Vargas.
Los programas periodísticos de investigación también se encuentran en la mira, pues parece que sus productores no se miden a la hora de poner en pantalla temáticas que resultan chocantes para los televidentes, por su tratamiento amarillista, o fuera de contexto, donde está claro que lo que se busca es rating a toda costa, incluso sacando provecho de las miserias humanas.
La reciente emisión del programa “4 caminos” del canal RCN, resultó escabrosa en verdad, donde el tema tratado fue el de una tía que abusaba de su sobrino menor de edad, uno como telespectador la verdad no sabe cómo se permite que este tipo de programas salgan al aire, sin ningún tipo de filtro o consideración para las personas participantes (incluidos los menores de edad), y como éstas se prestan para ventilar y exponer situaciones de este calibre ante todo un país.
Lo cierto del caso es que, pese a que, como televidentes, un porcentaje de los mismos asume una actitud abiertamente crítica ante los contenidos televisivos, y no duda en manifestarse ante aquellos que contravienen los patrones éticos, periodísticos, como también los lineamientos de los valores familiares.
Otro porcentaje se muestra complaciente frente a la explotación del morbo, el amarillismo y cae rendido ante contenidos sensacionalistas, hecho que motiva a los productores a seguir en un círculo vicioso, en el que impera la estrategia de mantener al aire cualquier programa, considerado como basura televisiva, que les garantice el alto rating, sin importarles, la ética y su responsabilidad social.