Columnista:
Patty Suescún
Hay una tendencia muy curiosa que ha ido tomando fuerza en la “Cosa Política” a nivel nacional y que se ha ido acrecentando en quienes iniciaron sus periodos hace poco. Últimamente hemos visto cómo varios políticos han decidido centralizar en sus figuras todos los anuncios importantes de sus administraciones para los ciudadanos; “saltándose” la intermediación de la prensa; ejercicio que me atreveré a definir como “pontificar”.
Con la pandemia de la COVID-19 hemos visto —más que todo en las declaraciones de la alcaldesa Claudia López en contravía a los decretos presidenciales— que los políticos ahora prefieren hacer sus declaraciones y emitir sus instrucciones a través de redes sociales, antes que convocar a ruedas de prensa y exponerse al juego de preguntas de los periodistas. Claro, es entendible que están ocupados gobernando, pero a la ciudadanía hay que dejarla interpelar a través de la prensa. Y, aclaro, esto ya venía ocurriendo antes de la cuarentena.
De hecho, algunos incluso llegan a emitir decretos y acuerdos municipales desde sus cuentas de Twitter, tal como pasó con el alcalde Daniel Quintero con sus decretos de jornada deportiva y la obligatoriedad de registro en Medellín Me Cuida, sin estos reposar en las gacetas oficiales, como lo señaló el activista Daniel Suárez Montoya.
Aquí hablo yo
Y aunque dicha tendencia no goza de ninguna ilegalidad, sí resulta bastante curiosa; porque, hablemos claro: cuando los políticos están en campaña asisten masiva y maratónicamente a cuanto medio de comunicación tienen oportunidad de visitar. Sin embargo, ¿por qué algunos deciden marcar distancia con los medios una vez están en el poder? ¿Por qué se escudan en transmisiones en directo y trinos?
Puede haber muchas razones de fondo. Las tres principales que se me ocurren son las siguientes:
La primera es que al ser el periodismo un oficio —gracias a la sentencia C-87 del 18 de marzo de 1998 del magistrado Carlos Gaviria— muchos políticos han encontrado en dicha “profesión” un escampadero que permite paliar sus ansias de poder. A propósito, un saludo desde acá al doctor “Invercolsa” Londoño, benemérito “periodista” de la radio criolla.
A raíz de esto, muchos políticos-periodistas se aprovechan de esta camaleónica condición para hacer oposición férrea (y muchas veces irresponsable) contra los blancos de sus críticas políticas.
Dicha situación resulta ampliamente desgastante para los gobernantes y sus equipos de comunicación, ya que deben hacer ingentes esfuerzos en atajar las críticas, muchas veces injustificadas y mentirosas, de sus adversarios con “doble titulación”. Pero claro, este no es un escenario mayoritario.
Otro aspecto a resaltar, que también se desprende del punto anterior, son los “periodistas prepagos” o en el peor de los casos los “paraperiodistas” (de los que espero escribir pronto).
Estos personajes reciben dádivas a cambio de “vender” su criterio editorial, o —tal como lo señaló la Revista Semana con el escándalo de los “perfilamientos”— son “periodistas” que reciben dinero con tal de despotricar contra quienes les señalen sus “clientes”. Hay que aprovechar para saludar a Julito —célebre viajero papal junto a la familia de Duque—, y al patán Rúgeles, personaje autoincriminado en el escándalo que destapó Semana.
Aquí mando yo
Hay otra opción que, a mi juicio, es la más preocupante. Muchos gobernantes y políticos han decidido centralizar bajo su efigie todo el tema de comunicaciones de sus despachos, con el fin de ser ellos los únicos quienes se refieran a lo divino, lo humano y a la más sutil de las minucias en sus administraciones. El propio exalcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, eliminó diversas cuentas de secretarías y dependencias de la Alcaldía, con el fin de darle prioridad a la comunicación desde su hoy crecidita imagen.
La estrategia buscaría ejercer un férreo control entre los subalternos y dar un aire de omnipotencia y omnipresencia política; además de, claro está, evitar las preguntas incómodas que surgen en las ruedas de prensa.
Si bien ya comentamos que hay algunos periodistas “mal intencionados”, también existimos otros a los que las ruedas de prensa y las posibilidades de contrapreguntar a estos dirigentes se nos vuelven nuestras principales herramientas e insumos para hacer un control político responsable y efectivo.
Sin embargo, con estas medidas nos vemos muy limitados en nuestro ejercicio, y solo podemos hacer nuestro trabajo con las “herramientas” que nos brindan desde sus “púlpitos” digitales nuestros “pontificantes” dirigentes, situación que no solo nos perjudica a nosotros, sino también al ciudadano, quien solo se queda con lo que dichos personajes le quieren contar.
Además, dicha medida también perjudica a los mismos políticos, ya que tras sus declaraciones —por lo general— se ven a sus “áulicos” aplaudiendo lo que allí exponen. Esto puede dar una visión errónea de las decisiones tomadas, pues entre los “aplausos virtuales” quedan perdidas las voces críticas que pueden aportar buenas ideas desde su disensión de pensamiento.
Y también digamos las cosas como son: en estos tiempos de “bodegas”, me da mucho escepticismo cuando hasta el comentario más nimio se ve beneficiado de una avalancha de likes, y comentarios positivos que ya catalogan lo expresado como “peinada del año”.
El doble filo
En conclusión, admitamos que en muchos aspectos nuestros queridos políticos tienen justificado el arte de “pontificar” desde sus redes sociales.
No obstante, este ejercicio puede traer más riesgos de los que busca solucionar, pues en cierta medida, pasa por encima de otro derecho fundamental del que todo ciudadano goza: la crítica y la contrapregunta. De no atajarlo ya, poco a poco nos estaremos moviendo hacia un Tempus pontificating en el que quien manda es el único que tendrá derecho a la palabra.