Columnista:
Mauricio Galindo Santofimio
Digámoslo de entrada, de una vez, sin rodeos y sin dar vueltas: las personas que legítimamente marchan por defender causas como el derecho a la vida, el respeto a los derechos humanos, el rechazo a los abusos de los gobiernos y de las autoridades y por otras causas loables y plausibles, no son todas delincuentes ni asumen el vandalismo como su actuar y su proyecto de vida.
Recordémoslo de una vez, sin ambages, sin titubeos, sin miramientos: los policías que cumplen con su deber, que respetan a la ciudadanía, que trabajan honestamente y que han entregado su vida a una institución que miles de veces ha colaborado con causas justas, no son tampoco delincuentes ni vándalos ni todos hacen parte de bandas delictivas.
Vamos a hablar clarito: ese extremismo que se vive en Colombia, donde unos atacan a los otros porque sí, porque piensan que lo de ellos es lo único que vale y lo de los demás no, nos tiene sumidos en la más absurda de las polarizaciones y en el más ridículo de los enfrentamientos.
No, señores, ni la Policía como institución es perversa ni los ciudadanos de bien pueden ser catalogados ni estigmatizados como miembros de bandas criminales o de grupos al margen de la ley. En todos lados hay gente que cumple con su deber y que es coherente con sus principios. No, nos metamos cuentos orquestados por los políticos.
Mientras nosotros discutimos por unas causas o por otras, ellos, los que tienen el poder y manejan el país a su antojo, pese a las diversas denuncias en todos los frentes, pese a los descaros más aterradores que han sucedido y siguen sucediendo, nos miran con desdén y se ríen de nosotros.
Las denuncias que la prensa y la ciudadanía tienen que hacer y las manifestaciones que la gente debe realizar, se deben llevar a cabo en el marco de la ley y de la legalidad. No es posible que quienes buscan la paz, han luchado por ella y aún continúan hasta arriesgando sus vidas por la reconciliación, caigan en la trampa que nos quieren meter los que aman la violencia y terminen cometiendo, en nombre de esa paz, actos igualmente violentos y descabellados.
Matar ciudadanos a punta de bala no es de un policía honesto. Torturar a la gente hasta la muerte no es de servidores públicos decentes. Acabar con un CAI o coger a piedra los buses o las instalaciones policiales tampoco es de gente decorosa, es de delincuentes disfrazados de marchantes, de anarquistas que buscan el caos obedeciendo órdenes de quienes quieren justificar la acción de los proyectiles y de las municiones para darle un poder a las Fuerzas Armadas más del que les corresponde, que es el de salvaguardar la vida, los bienes y la honra del país y de sus ciudadanos.
No nos vengamos con cuenticos mamertos ni fascistas. Ni lo uno ni lo otro. Aquí hay de esas personas, por supuesto, pero los primeros, mal llamados así, no son subversivos por fuera de la ley, quieren subvertir el statu quo, que es distinto. Los segundos pululan en este país de derecha plagado de fanáticos que quieren arreglarlo todo a la brava, pero defender las instituciones y luchar por mejorarlas y reestructurarlas tampoco es de guerreristas ni de «fachos».
Estamos hundidos, llevados del diablo, como dicen por ahí, con tanto radicalismo, con tantas ganas de destruirlo todo, con tantos deseos de minimizar todo a que unos son de derecha y otros son de izquierda. Ni las familias ni las relaciones amorosas ni las de amistad, se salvan de ese modo de proceder. Todo lo ha dañado ese afán por querer tener la razón siempre.
El uribismo es radical. No se puede dialogar con ninguno que pertenezca o sea adepto a esa corriente, porque todo quieren arreglarlo a las patadas, todo con la tal legalidad mal entendida, todo desconociendo a los otros, a los débiles, a los que no piensan como ellos. El uribismo, por culpa del carácter autoritario y radical de su máximo dirigente, ha hecho de este país uno inviable, indecente y proclive a la radicalización extrema de los razonamientos.
Sus fanáticos seguidores no tienen sino un dios: Uribe. No escuchan sino a un mesías: Uribe; y no miran más allá de lo que él diga, haga o deje de hacer, así no sea lo correcto. Los uribistas quieren destruir el proceso de paz, desde su inicio; quieren una justicia sastre, para ellos solos; desean el poder absoluto –como ya lo tienen con los entes de control y el Congreso a sus pies—, anhelan entregarle el país a la dictadura total en donde no valgan más que sus opiniones.
El uribismo, que todo lo odia, odia a Santos, odia las Farc (el partido político), odia a todo lo que huela a alternativo, a centro o a izquierda; odia a los que no creen en Dios, a las mujeres que, libremente y en el marco de ley, quieren abortar; odia a los que buscan proteger el medio ambiente, a los que, amparados en el marco constitucional y legal, consumen drogas; odian a los campesinos que cultivan coca pero no les ofrecen alternativas honorables ni decentes. No, no quieren sustitución de cultivos sino rociar con glifosato nuestras tierras
El uribismo radical y autoritario no tiene más visiones sino las que correspondan a las políticas que segregan y aíslan a los débiles.
Pero no se quedan atrás los fanáticos de izquierda, los que hacen política con las marchas de protesta en favor de la vida; no se quedan atrás los radicales de esa corriente que estigmatizan al uribista de a pie o al que pretende ubicarse en el centro del espectro de la política. Los califican de tibios, de débiles, de sin carácter.
Esos fanáticos anarquistas que creen que destruyendo todo u obrando con sevicia y barbarie le hacen bien al país, lo tienen también sumido en una delirante espiral de odio y vergüenza. A la izquierda radical y extremista, que muchas veces raya con la ilegalidad, habría que decirle que no todo vale, que no todo es correcto y que no puede, en aras de defender una justicia social, que tampoco ha conseguido, pretender que la gente actúe como ella. Esa izquierda no construye, destruye como todo lo que es de extremo.
De manera, pues, que aquí no se trata de decir que hay que acabar con la Policía así haya serias dudas de su buen actuar, desde los mandos hasta los subalternos. No, señores, de lo que se trata es de reestructurarla, de construir una Policía para la ciudadanía, para la gente, para el que requiere protección. No, señores, aquí no se trata de esconder sus malos y repudiables actos, se trata de acabarlos de raíz, y para ello se necesitan profundos cambios.
Aquí tampoco se trata de vulnerar los derechos de la gente, ni de cercenar sus legítimas demandas. Ni de decir que todo el que participa en una marcha es un vil asesino o un vulgar delincuente. Ni más faltaba, faltaría más que también tuviéramos que aguantarle eso al Gobierno que, en lugar de ponerse del lado de la gente, le dio por respaldar a una Policía cuestionada.
Y ni para qué hablar de la nefasta actuación del presidente Duque, de sus asesores y de sus más cercanos, que no fueron capaces de acompañar a las víctimas en el acto de reconciliación y de perdón organizado por la Alcaldía de Bogotá, luego de los deplorables hechos de barbarie vividos en la capital y desencadenados por los repudiables actos de exceso y fuerza que llevaron a la muerte a Javier Ordóñez.
No hay nada qué decir frente a eso, solo que este Gobierno está alejado de los problemas y del sentir de la ciudadanía. Presidente hay, pero el que manda parece ser Uribe, y a él, también parece, sí que poco o nada le importan los demás, solo los suyos.
Aquí en Colombia hay policías vándalos y delincuentes; hay ciudadanos vándalos y delincuentes; hay políticos vándalos y delincuentes. Pero no son todos, ni todas las instituciones lo son.
Adenda. Preguntó la gente luego de los insucesos y de los desmanes vividos en el país, protagonizados tanto por parte de vándalos como de agentes policiales, a quién le hacía caso la Policía. Me pregunto, ¿por qué salieron las tanquetas en Bogotá luego de los trinos del expresidente Uribe que daban la orden de hacerlo? ¿Qué pasa, señor presidente Duque, no es usted el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas?
Muy ponderado y juicioso.
De todas maneras no deja uno de pensar ¿ a quién le puede convenir si todo se desborda, si se hace incontrolable la violencia? ¿Y si les da por declarar un estado de excepción?, entonces pueden cometer las arbitrariedades que quieran.
Cómo le parece, que estén pidiendo porte de armas para civiles. Que pidan voto para los militares.
El Odio va a hacer Desaparecer el Uribismo y su Líder de Barro Puro !!
El Problema es que después ni en los Basureros Cabra !!