Petro, el último liberal

La postura de El Tiempo resume la de las élites económicas y políticas que están dispuestas a descender hasta la más deshonrosa de las abyecciones con tal de proteger sus privilegios y sus intereses.

Opina - Política

2018-06-17

Petro, el último liberal

El periódico El Tiempo anunció hace pocos días su respaldo a la candidatura de Iván Duque. Algunos se sorprendieron por esta predecible amplificación de la coherencia: olvidaron que, desde hace años, el medio de comunicación más importante del país ya no es propiedad de una familia de periodistas, sino de un poderoso grupo económico, encabezado por uno de los hombres más ricos del planeta. Y ese ingrediente lo cambia todo.

Sin embargo, a pesar de que no podía esperarse otra cosa de esta empresa del Grupo Aval, resultan curiosos los argumentos que ofrece a los lectores su director, o quien quiera que haya redactado en su nombre el editorial en cuestión, para justificar su apoyo al candidato que carga sobre sus hombros el oprobioso honor de representar a lo más oscuro de la política de este país.

Para empezar, convierte en virtudes todos los defectos del candidato del Centro Democrático: su juventud, su falta de experiencia, sus silencios, su invisibilidad; a renglón seguido, minimiza la influencia de Álvaro Uribe sobre su pupilo y su eventual mandato, calificando al expresidente como un innegable, pero inofensivo mentor; para terminar, invoca los principios liberales del periódico como la más importante razón para apoltronarse en la orilla en la que se han apiñado, como nunca antes, burócratas de oficio, lagartos consuetudinarios, corruptos de todas las pelambres, delincuentes convictos y sospechados, negacionistas de derechos, fanáticos religiosos, personajillos vulgares con ínfulas de estadistas e intelectuales, y uno que otro cantante vallenato.

Como si el editorialista hubiese escrito su manifiesto con el fin de leérselo a sí mismo en el espejo, lo concluye aseverando que Gustavo Petro fomenta la lucha de clases, promueve la división para imponer sus opiniones, y —como si los lugares comunes no fuesen suficientes— contradice los valores de la democracia liberal.

El texto no aclara cuáles son esos valores contradichos por el aspirante de Colombia Humana; no se mencionan, tal vez por falta de espacio o quizás porque al periódico le resulta cómodo el bien conocido método, mejorado por el jefe del partido que ahora apoya, que consiste en presentar un juicio falso sobre algo o alguien, no como una verdad controvertible, sino como un axioma que se marca con un hierro hirviendo en la frente de los creyentes.

¿Cuáles son los preceptos liberales que Petro amenaza, según El Tiempo? ¿El Estado de derecho? ¿La Constitución? ¿Acaso la protección de los derechos y libertades individuales y colectivas: el derecho al debido proceso, a la intimidad, a la igualdad ante la Ley, a la libertad de expresión, a la libertad de culto, a la libertad de asociación, a la libertad de enseñanza, a la propiedad privada, a la vida?

Descartada la bobalicona hipótesis de que una eventual victoria del exalcalde de Bogotá supondría que en Colombia se instauraría un régimen parecido al venezolano, al soviético o al norcoreano, en los cuales, por supuesto, se han transgredido todas las condiciones que hacen posible la democracia, quedan expuestas las verdaderas razones del diario capitalino, para apoyar la candidatura presidencial de Iván Duque: el temor que la minoritaria clase dirigente tiene de perder su dinero y su poder.

La postura de El Tiempo resume las innumerables torpezas que las élites económicas y políticas cometen a diario, para tratar de descalificar a una persona que les resulta antipática y peligrosa, no porque los asista una preocupación sincera por el bienestar del pueblo, sino porque están dispuestas a descender hasta la más deshonrosa de las abyecciones con tal de proteger sus privilegios y sus intereses.

Lejos de ser una propuesta de extrema izquierda, como sus opositores aseguran con la maligna intención de los disociadores, la de Gustavo Petro contiene todos los ingredientes que se esperarían de un programa progresista, moderno y socialdemócrata.

Privilegiar la educación, promover el crecimiento de la clase media, desarrollar la industria y la producción agrícola, aumentar la carga tributaria a los más ricos (entre ellos Luis Carlos Sarmiento Angulo, dueño de El Tiempo), diversificar gradualmente la economía para que no dependa más de la extracción de combustibles fósiles, desestimular la tenencia de tierras improductivas (entre ellas las de Álvaro Uribe Vélez, jefe político de Duque), sintonizar al país con la necesidad de encontrar fuentes alternativas de energía ante la inminente escasez de petróleo y carbón, planificar el desarrollo sin depredar el medio ambiente y el erario, renunciar a los pactos perversos con los corruptos, erradicar la desigualdad social, garantizar la implementación de los acuerdos de paz.

Los principios básicos de la democracia liberal que tanto defienden quienes insisten en rodear al uribismo, están todos consignados en el programa de gobierno de Petro, que ha sido reconocido como serio y pertinente por académicos, expertos internacionales, intelectuales, columnistas de prensa, jóvenes, habitantes de los territorios más pobres, víctimas de la violencia.

Los uribistas, nuevos y advenedizos, gradúan de ignorante y amnésico —con éxito en 7 millones de casos— a un país que ha sufrido mucho por cuenta de los métodos antidemocráticos y criminales del senador antioqueño y de sus secuaces (y aquí es pertinente repasar una vez más la lista de los valores que juzgan en peligro si Petro logra vencer en las elecciones): intentar la permanencia definitiva en poder de un presidente, en contra de la Constitución; estigmatizar y perseguir a la oposición, en contra del derecho a la libre expresión; interceptar ilegalmente las comunicaciones de periodistas, magistrados de cortes y políticos, en contra del derecho a la intimidad; estimular los macabros asesinatos de 10 mil inocentes, haciéndolos pasar como guerrilleros, en contra del derecho a la vida; manipular testigos para frenar investigaciones penales contra su líder, en detrimento del ejercicio independiente de la justicia; cohonestar el despojo sistemático de tierras a las víctimas de la violencia, y entorpecer a toda costa la restitución de ellas a los despojados, en contra del derecho a la propiedad privada.

Y la lista sigue hasta llenar, con innumerables ejemplos de corrupción, ignominia y violencia, las peores páginas de nuestra historia. ¿Dónde están, entonces, los valores de la democracia liberal que quieren proteger? ¿Cuál de los dos candidatos pone verdaderamente en riesgo la institucionalidad del país? ¿Petro, el brillante estadista y deficiente administrador que ha acertado en todos los diagnósticos sobre la mediocre realidad colombiana? ¿O Duque, el hasta hace unos meses inexistente cómplice, por inocencia o convicción, del más nefasto político que hemos tenido el infortunio de parir?

Va siendo hora de que la derecha inconfesa y vergonzante, amangualada debajo de las enaguas de Álvaro Uribe en torno a la candidatura de una de sus marionetas más graciosas, declare, con la poca entereza que le sobre, su verdadero fondo ideológico.

Va siendo hora de reconocer que la supervivencia de la democracia liberal en Colombia (si es que alguna vez tuvimos algo semejante), no depende de una caterva heterogénea de paranoicos, indignos e indolentes. Va siendo hora de reconocer, sin temor y sin asco, que Gustavo Petro es, quizás, y aunque les duela el alma a los ilustrados votantes de la nada, el último liberal que nos queda.

 

Fotografía cortesía de Forbes.

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Jorge Muñoz Cepeda
Columnista de El Heraldo, Barranquilla y El Diablo Viejo.