Columnista:
Mauricio Ceballos
La Constitución Política del 91 consagra en su artículo 20, el derecho a informar y ser informado que tenemos todos los connacionales. Es un derecho ciudadano, el poder saber qué es lo que pasa con el poder y sus esferas. Desde hace mucho tiempo además, nos han dicho que el periodismo es el cuarto poder, por la influencia que tiene a la hora de contarle al pueblo lo que está sucediendo. Es un vigilante. El que controla que las cosas se hagan bien, por todos aquellos quienes cumplen funciones públicas. Yo diría que más que el cuarto poder, el periodismo siempre debe estar contra el poder. Es decir, su función tiene que ser fiscalizar y llamar la atención cuando encuentre irregularidades. Es un veedor ciudadano, un garante de que las cosas se hagan bien o por lo menos casi bien. ¿Pero qué pasa si ese cuarto poder se vuelve amigo de a quien tiene que vigilar? ¿Qué pasa cuando los medios se vuelven un comité de aplausos a todo lo que hacen las administraciones? Pasa, que en vez de medios, son agencias publicitarias que amañan la información y engañan a la gente.
Es el caso de la revista Semana, que se ha vuelto el boletín del Centro Democrático y por supuesto como buen boletín que es, solo cuenta una parte de la noticia y con otro tipo de informaciones, las manipula para que quien las lea, se lleve una idea muy distinta de lo que en verdad está pasando. Es, por decir lo menos, indignante la portada del fin de semana antepasado de la revista, en la que claramente utilizaron una fotografía privada para una vez más, descalificar al testigo Juan Guillermo Monsalve, clave en el proceso contra el expresidente y exsenador Álvaro Uribe, apelando como siempre a la vieja fórmula de la emocionalidad, pues en la fotografía se aprecia que el mencionado, tiene el rostro cubierto de una espuma blanca que no se sabe qué sustancia es, pero que la revista en su afán de meterse por donde sea para contarle a sus lectores que el señor es muy malo, dice que es un exceso; induciendo a quien ve y lee que quién sabe qué será lo que tiene untado en la cara dicho testigo.
No puede hacerse un juicio a partir de una imagen, pero eso es lo que ha hecho la revista. Además, de repetir como loros las acusaciones del patrón, en cuanto a que la señora Deyanira Gómez, hace parte de la nómina de las Farc. Ya en el pasado el señor Uribe lanzó acusaciones sin ton ni son, sin acreditar siquiera una parte de lo dicho. Pero nada le pasó. Y ahora entre sus áulicos tiene al pasquín en el que se ha convertido la otrora mejor revista del país. Ya no solo hay que soportarle sus paranoias en Twitter, sino que además, hay todo un despliegue alrededor de este boletín.
Juzguen ustedes mismos por ejemplo, el tono tan distinto que utiliza la directora del medio en mención, la antes autoproclamada «periodista periodista», la señora Victoria Dávila, al entrevistar a su patrón político por un lado y el que usa a la hora de entrevistar por ejemplo, a Gustavo Petro. Es que el sesgo no puede ser más evidente y es hasta insultante con los lectores y televidentes. Mientras a Petro se le da el tratamiento de hampón sin pruebas y culpándolo exclusivamente por el daño que hizo una colectividad, a Álvaro Uribe se le extiende la alfombra y al final se le pregunta hasta ¿qué más tiene que decir?
No es posible que en plena era de la información, los periodistas sigan haciéndole mandados a los políticos. Es inadmisible que se utilice el poder del micrófono para asesinar moralmente a alguien. Un periodista no puede editorializar en una entrevista. Entiendo que los nuevos dueños de Semana, personas que ni siquiera viven en el país y que en muchos de los temas de la realidad nacional, conocen su contenido de oídas y con prejuicios armados a partir de informaciones sesgadas, quieran enfocar la revista a promocionar las ideas de la derecha, pero me parece que tratar de hampón a una persona simplemente porque no nos gustan sus ideas o no nos cae bien, es una conducta reprochable y más si tenemos una responsabilidad con nuestras audiencias.
Ahora bien, volvamos al caso de la médica Deyanira Gómez a quien se le reconoció su condición de víctima en el caso Uribe. No puede ser que en un país tan violento, los medios jueguen con la vida de una persona así, de una manera tan irresponsable y hasta impune porque cierto es que aquí las balas sí pueden ser gratis, no es posible que desde un micrófono o la pluma de un medio se haga eco de acusaciones que no están lo suficientemente probadas o que vaya usted a saber, puede que sean falsas, producto de la mente enferma del señor del Ubérrimo.
El periodismo es el ejercicio de una función pública, la de informar. Pero informar por ningún motivo puede ser opinar o ser la caja de resonancia de políticos o empresarios. Eso, no es informar. La revista Semana tan seria y dedicada en sus investigaciones a develar la corrupción y malos manejos detrás del poder, hoy sin ningún tipo de empacho le presenta a sus lectores y televidentes, verdades a medias, rumores como noticias, opiniones como informaciones y un sinfín de engaños y manipulaciones a una audiencia sedienta de conspiraciones y odios.
No sé si ese modelo de negocio le vaya a servir a sus nuevos dueños, quienes evidentemente, solo están por lo que produzca o pueda producir el medio de comunicación. Pero lo que sí me atrevo a predecir, es que desde el punto de vista del periodismo y la ética, no lo están haciendo bien y por ende, esas audiencias a las que tanto les mienten, de pronto los castigan dejando de consumir sus noticias de boletín empresarial.
Asistimos pues, a la muerte lenta pero creo que muy segura, del buen periodismo otrora hecho por la revista Semana.