La situación de los partidos políticos en Colombia da para pensar en el tipo de democracia que los operadores políticos han coadyuvado a consolidar, con el concurso de cientos de miles de colombianos que se han dejado capturar por la histórica práctica del clientelismo, que para el caso nuestro, deviene como una fuerte institución social y política.
Las decisiones tomadas por Vargas Lleras, Ordóñez Maldonado y Martha Lucía Ramírez de presentarse por firmas a las elecciones de 2018, así como las dudas que rodean a Humberto de la Calle en cuanto a si participa de la contienda electoral con el aval institucional del Partido Liberal, dan cuenta de la debilidad no solo de los partidos Liberal y Conservador, sino la de de micro empresas electorales como el Partido de la U, así como la de Cambio Radical, este último movimiento político creado a imagen y semejanza del candidato de la Derecha y la ultraderecha, Germán Vargas Lleras.
De la democracia colombiana se ha dicho que es formal, lo que claramente expone varios elementos que no solo la caracterizan como tal, sino que sirven para señalar lo difícil que resulta pasar de una democracia eminentemente electoral, a una vigorosa, moderna, institucionalizada y legítima. Dichos elementos son: la alta abstención, el clientelismo y la dinámica electoral misma.
Con una abstención alta, cuyo promedio histórico nacional alcanza más del 60%, la democracia colombiana, desde una perspectiva político-electoral, es un remedo, una imitación, una caricatura.
Se trata de un escenario ideal para las maquinarias clientelistas que pre y candidatos como Vargas Lleras, Ordóñez Maldonado y el que diga Uribe, están acostumbrados a mover y a mantenerlas aceitadas para su adecuado funcionamiento político.
Así operaron los partidos Liberal y Conservador durante y después del Frente Nacional; hoy, estas colectividades se disputan las condiciones en las que se mantienen en pie, gracias, justamente, a la tradición y al vigoroso, reglado e institucionalizado clientelismo. Eso sí, sus representantes más connotados no pueden ocultar el carácter insepulto que de tiempo atrás los acompaña.
Los colombianos que no participan de las contiendas electorales claramente mandan un mensaje de rechazo a la clase política, recado que no es recogido porque los operadores políticos han sabido capturar de tal modo la institucionalidad electoral, y la política misma, que han interiorizado que ese alto guarismo en la abstención resulta insignificante ante el poder clientelar y las relaciones mafiosas que han construido con cientos de millones de colombianos que los sostienen con sus votos.
De esta forma, Colombia es una democracia sin partidos. Y es funcional para sectores del Establecimiento que no solo aplauden los bajos niveles de participación electoral de los colombianos, sino que hacen ingentes esfuerzos para mantener la abstención y la dominación electoral sobre millones de compatriotas, a través de relaciones clientelares.
Y esto se ancla a la ampliación o al mantenimiento de la pobreza en amplios sectores, tradicionalmente marginados; y se conecta con la baja cultura política, asociada con la poca lectura y el nulo pensamiento crítico en amplios sectores poblacionales. Y estas circunstancias contextuales dan vida a una simple suma: Pobreza $ (P$)+ Pobreza Cultural (PC)+ “Pensamiento Acrítico”(PA)= Clientela para los operadores políticos.
Los partidos políticos en Colombia son una fachada de un Régimen que supo borrar los límites entre lo legal y lo ilegal; entre lo correcto y lo incorrecto. Los centros de pensamiento al interior de partidos como el Conservador y el Liberal, son funcionales al ethos mafioso con el que operan dichas colectividades al interior de los legislativos en los ámbitos local, regional y nacional y en relación con la rama ejecutiva, en los mismos niveles.
Los Partidos Políticos en Colombia son, realmente, bolsas de empleo, fruto de las enormes dificultades que enfrenta un aparato productivo deficitario en su capacidad de absorber mano de obra cesante, calificada y no calificada. Un aparato productivo que ha alimentado la corrupciòn al interior de los partidos polìticos.
Entendido el ejercicio de la política como un mecanismo de “movilidad social”, las prácticas clientelistas aparecen casi de forma natural y por esa vía, la corrupción que tanto quieren ocultar al interior de sus partidos, candidatos que se lanzaràn por firmas como Vargas Lleras y Ordóñez Maldonado, para nombrar apenas dos de los más señalados y salpicados por lo que sucedido por el aval entregado a funcionarios corruptos e incluso, a criminales, como es el caso de Cambio Radical, la empresa electoral de Germán Vargas; y por las prácticas clientelistas que puso en marcha Alejandro Ordóñez Maldonado durante su negativo y nefasto paso por la Procuraduría General de la Nación, incluyendo, por supuesto, el tiempo extra que se quedó en dicha entidad, gracias a su espuria reelección.
Así entonces, para las elecciones de 2018 volveremos a ver el mismo espectáculo político: gente rica, empresarios y élites, votando por aquellos que les aseguren jugosos contratos; otros, de una clase media que tambien buscan beneficios particulares; un reducido sector poblacional con voto de opinión, tratando de erosionar el poder del clientelismo; y los pobres, votando por los candidatos que les ofrezcan almuerzos, luz, alcantarillado, lentejas y otros tipos de migajas.
Lo nuevo que tendremos para el 2018 será el duro enfrentamiento político-electoral entre quienes apoyan el proceso de implementación del Acuerdo de Paz con las Farc y aquellos que están de acuerdo con los trizadores de Germán Vargas Lleras, Martha Lucía Ramírez, el que diga Uribe, y el ladino ex procurador general de la nación y fanático religioso, Alejandro Ordóñez Maldonado.
«Así entonces, para las elecciones de 2018 volveremos a ver el mismo espectáculo político: gente rica, empresarios y élites, votando por aquellos que les aseguren jugosos contrarios;» Contrarios no, contratos.