Columnista:
Germán Ayala Osorio
Es claro que entre 2002 y 2010 la vida democrática e institucional del país sufrió un fuerte deterioro, superando incluso lo vivido durante el Gobierno de Turbay Ayala, entre 1978 y 1982. Una vez dejó la Casa de Nariño, Álvaro Uribe Vélez se convirtió en el gran elector del país, gracias a que logró consolidar redes clientelares que operaron y lo hacen aún bajo finas y exigentes lealtades políticas. A lo anterior, se suman los resultados operacionales que terminaron con la violación sistemática de los derechos humanos, el desplazamiento de millones de colombianos, siguiendo la dinámica dejada por el Gobierno de Pastrana; la degradación del conflicto armado, en particular, la desviación misional de miembros del Ejército que monetizaron la vida de jóvenes pobres, convertidos en víctimas de los llamados falsos positivos, bajo la lógica de los body count. No podemos olvidar la consolidación, institucionalización y naturalización del fenómeno y del espíritu paramilitar que se hizo presente en Cali, durante las movilizaciones en el marco del paro nacional.
Hay que decir también, que las 6402 ejecuciones extrajudiciales que hasta el momento la JEP logró esclarecer que se produjeron durante sus ocho años de gobierno, la estigmatización y persecución que sufrieron profesores, libres pensadores y los magistrados de la entonces Corte Suprema de Justicia, le fueron dando un perfil de dictador, acercándose bastante a las formas de mandar de militares como Pinochet (Chile), Videla (Argentina), Strossner (Paraguay) e incluso, al talante de François Duvalier y su hijo, Jean Claude, consumados dictadores haitianos.
Como invención mediática, este artificioso ‘Gran Colombiano’ se convirtió en una especie de patrón, gran capataz o papá para toda suerte de aspirantes a cargos públicos. En el punto 100 de su Manifiesto Democrático, se lee: «aspiro a ser Presidente sin vanidad de poder. La vida sabiamente la marchita con las dificultades y atentados. Miro a mis compatriotas hoy más con ojos de padre de familia que de político. Aspiro a ser Presidente para jugarme los años que Dios me depare en la tarea de ayudar a entregar una Nación mejor a quienes vienen detrás».
A pesar del declive político de este patriarca antioqueño, fruto del cansancio, en particular por parte de los jóvenes, de su ordinaria figura y dictatorial talante, las posibilidades de que en el 2022 vuelva a poner en la Casa de Nariño a un presidente dócil y obsecuente como Iván Duque Márquez están casi intactas, por cuanto una parte importante del establecimiento aún lo respalda.
El sistemático asesinato de excombatientes de las extintas Farc-Ep y de líderes sociales, ambientales y reclamantes de tierras, más las 52 masacres registradas solo en este 2021, configuran un escenario de violencia aupado por los sectores de poder económico y político que rechazaron el Acuerdo de Paz de La Habana y que se comprometieron con «hacer trizas» la paz.
De volver a poner a su elegido en el solio de Bolívar y a juzgar por las capturas del Ministerio Público, el Congreso y una parte del aparato judicial; así como los altos niveles de violencia que hoy vive el país, Colombia se estaría acercando peligrosamente a lo que en Haití se conoció como «Papadocracia», bajo el régimen dictatorial de la familia Duvalier.
Y es posible que así sea, porque en Colombia ya operan, como lo vimos en las movilizaciones del paro nacional, lo que en Haití se conoció como los tontons macoutes, «… grupos paramilitares similares a los que surgieron posteriormente en el continente (la Mano Blanca en Guatemala, el Escuadrón de la Muerte, la Triple A), pasaron a ser una terrible fuerza represiva con sus comandancias nacionales o locales, su cuartel en cada ciudad o aldea, además de una red de espías, delatores y matones diseminados en todo el territorio…» (Pierre-Charles, G, 2020).
No podemos olvidar que en el punto 38 de su Manifiesto Democrático, Uribe señalaba: «todos apoyaremos a la fuerza pública, básicamente con información. Empezaremos con un millón de ciudadanos. Sin paramilitarismo. Con frentes locales de seguridad en los barrios y el comercio. Redes de vigilantes en carreteras y campos. Todos coordinados por la fuerza pública que, con esta ayuda, será más eficaz y totalmente transparente. Un millón de buenos ciudadanos, amantes de la tranquilidad y promotores de la convivencia».
Por todo lo anterior, la advertencia-amenaza expresada por papá Uribe cuando dijo «ojo con el 2022», la debemos asumir como un llamado de alerta ante el riesgo de que se consolide una «Papadocracia» en Colombia, en las carnitas y en los huesitos del pequeño reyezuelo antioqueño. Ya veremos qué pasa.