“…Y hasta aquí los deportes…¡¡País de Mierda!!”
Este domingo 13 de agosto se conmemora un aniversario más de la muerte del periodista Jaime Garzón. Un aniversario más en el que recordamos que el sonido de las pistolas, los revólveres y los fusiles, han sonado con más fuerza que nuestras voces y nuestros reclamos por un país más justo.
Un aniversario más que nos reclama en nuestra conciencia colectiva que “ellos” lo mandaron matar, pero nosotros lo dejamos morir. Porque así fue: Lo dejamos morir. De alguna manera él mismo se dejó morir. Él sabía que lo iban a matar, sabía que tan solo era cuestión de horas para que la orden se consumara y que el olor a plomo caliente y el retumbar de los seis balazos certeros y malditos callaran su voz incómoda para muchos.
Aun así continuó. Aun así lo dejamos morir. Nada hicimos por evitar el destino trágico que en múltiples ocasiones denunció. Nos faltó valor para atender su llamado y escuchar su silente grito de auxilio, cuando decía al aire con su sonrisa sin dientes, que lo iban a matar.
No tuvimos el valor de secundar su voz de denuncia cuando él más nos necesitó. Lo dejamos solo. Lo dejamos morir. Dejamos morir la voz que en tantas ocasiones intentó sin éxito hacernos recordar el país que nunca fuimos.
Dejamos extinguir la esperanza encarnada en Heriberto De La Calle, quien mientras lustraba los zapatos de las más altas personalidades de la nación, les recordaba entre risas y golpes sutiles en la rodilla con su cepillo, quienes eran realmente. Con su sonrisa incompleta desmantelaba la verdadera calaña de sus invitados. Los desnudaba sin dejarles espacio distinto a una sonrisa vergonzante.
Por eso lo mataron. Por desnudarlos ante el país. Por develar con humor del más serio sus verdaderas intenciones. Porque con su personaje inolvidable Godofredo Cínico Caspa, se atrevió a denunciar la expansión implacable de un paramilitarismo que entraba y se acomodaba en las más altas esferas del poder de un país indiferente. O porque tuvo el valor de pedir que “en estos momentos debemos rodear al presidente Samper… para que no se nos vuele”.
Por eso lo mataron. Y nosotros lo vimos morir. Él sabía que lo iban a matar. Pero lo realmente grave es que nosotros también lo sabíamos. Siempre lo supimos. Pero lo dejamos morir.
Los medios de comunicación también lo permitieron, pero nunca lo secundaron. Nunca existió una verdadera voz de apoyo por parte de esos medios que estaban tan incómodos como los beneficiarios del poder, con las sátiras y denuncias de Jaime, del gran Jaime.
Garzón siempre fue el niño diferente que se salía de la fila y corría a su propio ritmo. Y esperaba que alguien lo siguiera, que al menos alguien se tomara en serio lo que él decía “en broma”. Pero no lo decía en broma, lo decía muy en serio, porque su trabajo y su compromiso con la paz de Colombia siempre se lo tomó muy en serio.
A pesar de parecer un humor del más fino y del más ingenioso, los programas y personajes del gran Jaime Garzón siempre llevaban las más altas dosis de realidad y crudeza que tal vez nunca entendimos. Tal vez nos quedamos con la idea de que eran simples programas y personajes de humor y jamás tuvimos la entereza de comprender la verdadera dimensión de lo que el gran Jaime nos decía. No lo entendimos. Nunca lo hicimos. Por eso lo dejamos morir.
Garzón quedó solo. Completamente solo. Por eso, la mañana fatídica del 13 de agosto de 1999, tan solo era cuestión y capricho del destino que ya tenía trazado, para que se consumaran las amenazas que la víspera denunció como un presagio. Sólo en su camioneta, acompañado tan solo por su ingenio e inteligencia, se encontró cara a cara con la muerte y el silencio de la madrugada de un día cualquiera, quedaría invadido por el sonido lúgubre de la muerte representada en seis disparos letales y malditos.
Aquella mañana murió sólo, acompañado apenas por la mirada morbosa de unos cuantos testigos que nada podían hacer por evitar lo inevitable.
Tal vez murió esperando algo más de nosotros. Tal vez murió esperando algo más de Colombia. Tal vez esperaba nuestra compañía que solo se vio reflejada en su camino al sepulcro, más por morbo que por verdadero dolor y tristeza. Fue la tarde de su entierro en que decidimos acompañarle y valorar su presencia, cuando ya de nada servía. Porque eso somos. De eso estamos hechos. Somos indolentes e indiferentes. Por momentos somos inconscientes de la realidad absurda que vivimos.
Hoy recordamos la memoria del gran Jaime, en un aniversario más de su partida y lamentamos su ausencia como el peso de un piano a nuestras espaldas.
Jamás será tarde para tratar de mantener vivo el legado que a través de sus personajes quiso regalarnos, pero que fue silenciado aquella mañana del 13 agosto de 1999.
…Y hasta aquí estas palabras…País de Mierda.
Todos los que recordamos a diario a Jaime, somos los que no lo dejamos morir, a él lo dejaron morir los/as que no lo recuerdan…