El cuervo grazna. El sinsonte canta. El cuervo chilla hasta destemplar el alma. Crascita en un aullido que muchas veces hace crujir los huesos. El sinsonte entona melodías fabulosas que cuando no endulzan el oído, acarician el espíritu. Uno, encarna la belleza de un animal maravilloso capaz de reproducir cualquier armónica tonada, el otro, no sólo infunde temor, acecha, es traicionero y, “saca ojos”.
Ese contraste entre uno y otro, quiero plasmarlo en una realidad nacional que cada vez demarca evidenciando con más crudeza, sus absurdas y malignas discordancias. Disonancias que brotan desde todos los ángulos; de sinsontes y cuervos están plagadas las páginas noticiosas del diario acontecer criollo.
“Sinsontes” como Catherine Ibargüen, que con su esbelta y pomposa figura, no solo le “canta” a las distinciones, sino que emprende raudo vuelo con cada espectacular zancada que porta sus alas; saltos capaces de atravesar en tres compases la geografía nacional. Sinsonte Óscar Figueroa, quien desde la halterofilia (levantamiento de pesas) ha llevado la euforia de toda una nación a la meca olímpica, colgándose una presea dorada cuyo destello afloró inenarrable la esperanza. Sacrificado, disciplinado y corajudo, subió al podio y vislumbró desde su acrópolis el ascenso victorioso del orgulloso y tornasolado estandarte criollo. Sinsonte, nuestro orgulloso y espléndido Fernando Botero, que le canta al arte, a las formas extraordinarias y cautivantes, a la consagración de un pincel que no deja de besar el lienzo con tacto y una firmeza de obsidiana. Sinsontes, Nairo Quintana, Jarlinson Pantano y Sergio Luis Henao, quienes desde sus humildes broqueles y sus infranqueables heraldos, le “cantan” a las alturas y a las distancias, infatigables aves, escarabajos, o lo que sean, quienes montados en sus corceles de acero, conquistan serranías y podios.
“Sinsonte”, Valeriano Lanchas, uno muy singular. Lírico e hidalgo. Una voz prodigiosa que ha dejado extremadamente alto también, el nombre de la nación, un barítono sin par, de virtudes “histriónicas” ilimitadas. Rapsoda magnánimo, adalid y soberano en la palestra de la ópera más exigente. Sinsonte Gabo, que aún desde el Más Allá, exalta sus partituras, difundiendo desde la magia de sus privilegiadas notas, literatura fantástica que no cesa de abrazar el orbe ni amenizar el hemisferio perfecto de las letras magistrales y jamás antediluvianas. Y “sinsontes” muchos más seguramente, quienes desde el atril de las artes, el deporte, la ciencia, la literatura, humanidades, música y demás, enarbolan la virtud y honran la bandera.
Resaltando en estos días, a quienes, desde los diferentes escenarios de las emocionantes justas olímpicas, lo dan todo por sobresalir y no dejarse anular por la competencia que siempre arremeterá sin clemencia. Guerreros de alma imbatible. El esfuerzo, la disciplina, el coraje y sacrificio de los deportistas nuestros y del mundo entero, muchas veces pareciera cobrar una sinergia solo comparable con las míticas luchas de leyendas omniscientes de épocas greco-romanas.
Y, también hay cuervos que perturban. Pájaros de las tinieblas que opacan el alba. Grajos de la tempestad que eclipsan todo asomo de albricias y color. Y esos cuervos, por lo general vuelan desde el oscuro nido de las relaciones políticas, de los nauseabundos mayorazgos del poder, de ese insondable universo de la corrupción y de la criminalidad en todos sus eslabones. Hordas, nubarrones de cuervos en celo cubren de penumbra la nación, asfixiando la noticia en cada medio de comunicación, desbaratando la moral del pueblo, incendiando el corazón de la patria, con sus desfalcos, atrocidades y mendacidades. Desde sus sediciosas trincheras, secuestran, infiltran o aniquilan. O, agazapados en sus zanjas burócratas, forrados de oportunismo emboscan a nuestros «sinsontes» con feroz arribismo y treta politiquera. Fraguan confabulaciones, hilvanan las más perversas estrategias para desahuciar el erario, o urdiendo a diario el modo más eficiente para despedazar al gobernado y al beneficiario, amos con prontuario desfallecen al usuario, abaten el salario y exprimen al proletario.
Cuervos que podemos contar por miles. Algunos, monstruos judicializados por los delitos más repugnantes, otros, condenados por desvalijar las arcas de toda una ciudad, aliándose con chulos, buitres y demoníacas aves de rapiña, aliados de hienas, gusanos, pirañas, lagartos y demás. Esos son los cuervos que anidan y salpican de infamia la realidad nacional. Interrogados por sobornos o fraudes, simulan estudios acuciosos de estadística en órganos del Estado entre hipocresías y simulacros, cobran esta vida y la otra o, se arropan en el roñoso manto de la impunidad para no dejar de trasgredir. Nombrarlos no vale la pena, tiznarían esta columna de impureza; nombrarlos no vale la pena, la onda de esos cuervos crascita tan fuerte que resiente nuestros oídos, alterando el resto de los sentidos, que hasta hace solo un instante, se embelesaban con el canto del sinsonte.