El gran hermano, esa figura que tiene el poder sobre todo, está presente en Internet. No creo que controlar un rebaño como la humanidad le haya sido tan fácil. Internet es una libreta pública en donde todos se controlan entre sí: venden su imagen como maniquís, lo que tienen y lo que no.
Fingen sonrisas y ocultan depresiones. (Porque, según estudios de la Universidad de Leeds, en Inglaterra, los que son más adictos a Internet, como causa de la poca interacción social; creyendo que los chats y emoticones pueden cambiar una charla de abrazos y apretones de manos, están más propensos a sufrir graves trastornos depresivos).
Los estados, por ejemplo, son vitrinas comerciales personales donde se difunden imágenes y textos, que dicen lo que se hace o se piensa en un momento determinado.
En Internet la publicidad está dirigida, no es casual: solo es necesario buscar un producto en Google, por ejemplo un reloj, para que Facebook y Twitter y YouTube, comiencen a vomitar imágenes de modelos semidesnudas, que tienen, misteriosamente, el mismo reloj que se buscaba. ¿Pero para qué una vieja desnuda?, Internet, solo te preguntaba por un reloj.
¿Cómo lees la mente?, dicen muchos, sin pensar que Google utiliza la ubicación de los teléfonos para recomendar, como un buen amigo (que no tiene intereses con sus consejos), restaurantes, helados, parques, cafés, tiendas; de todo un poco…
Venden belleza y encubren la imperfección, como si el mundo en sí pudiera ser un paraíso. Los influencers —comúnmente niñitos y niñitas bonitas que saben comprar, nada más— hacen cuánta estupidez les permite su cerebro, con el único fin de llamar la atención.
En el mundo del Internet no existe la obesidad, ni las arrugas, ni mucho menos el fracaso. Los filtros ocultan las canas y el paso de los años. Los gordos no pueden ser gordos, porque no venden. El fracasado será visto con mal ojo, por el simple hecho de no haber triunfado.
Internet es el control de la especie: los poderes llevan borregos directo a los almacenes —pensando que hay rebajas abismales, van los compradores, pero cuando llegan, si tienen conciencia, se encuentran con los precios de siempre— para que usen un uniforme idéntico: tenis, camisetas y abrigos de Adidas, Nike o Reebok, como si se dirigieran a enfilar un ejército.
Los zarzos y altillos están repletos de basura: la última aspiradora, la última escalera, los últimos rodillos… En fin, todos esos trebejos, además de obsoletos, innecesarios. Horas y horas y horas de vida —no de trabajo— perdidas en la compra de chécheres.
Gran parte de la humanidad se ha enfrascado en una pantalla, como si fueran pescados dentro de una pecera, con un reducido mundo de publicidad y videos de perros y gatos que se miran y se declaran su odio —por eso uno siempre se pregunta cómo semejantes güevonadas logran tener millones de reproducciones—, mientras miles de artículos, que pueden lograr salvar a la especie humana de su extinción, están olvidados en los estantes de las bibliotecas.
Es un control mantener la mente de la gente ocupada con muchas horas de Internet, para que los mismos gobiernen, para que se cometan injusticias y no protesten, sino que se rían. Si la Iglesia controló lo que podía pensar o no la humanidad, el Internet está cumpliendo, en la actualidad, una forma de control muy similar.
Foto cortesía de: Vanguardia