La reciente caída de una banda criminal en Buga, municipio del Valle de Cauca, hace pensar hasta a los más experimentados economistas en la asombrosa fuente de ingresos que podría significar para Colombia la venta oficial de estupefacientes.
Algunos académicos empiezan desde ya a formular teorías monetarias gracias a la exorbitante cifra de más de mil millones de pesos mensuales que manejaba el grupo de delincuentes en la pequeña población colombiana. El objetivo de los estudiosos es acabar con la deuda externa del país, eliminar el déficit en la balanza de pagos, acrecentar las flacas cuentas nacionales y, si la estrategia comercial lo permite, ayudar a exterminar la enfermedad del hambre en África.
Y es que si Guadalajara de Buga, con su poco más de cien mil habitantes, puede ofrecerle a la naciente industria legal de las drogas un balance general tan rentable en un mes, imagínense lo que podrían significar para el producto interno bruto de nuestra nación, las ventas en Buga durante las peregrinaciones de los miles de extranjeros que vienen a visitar la Basílica del Señor de los Milagros, teniendo en cuenta que para muchos en Europa y Estados Unidos, Dios y un “porro” son la misma cosa. O la expansión del negocio hacia ciudades más pobladas como Bogotá o Barranquilla.
Tanta conmoción ha causado el presupuesto de ventas proyectado para el próximo año, que un alcalde de una población aledaña ha empezado a otorgarle a Buga el honor de llamarla «la Ámsterdam latinoamericana». Por otra parte, miembros de una Junta de Acción Comunal del municipio comentan que para una semejanza más aproximada de la ciudad colombiana a la meca europea del consumo estupefaciente, será necesaria la ejecución de un proyecto urbanístico para la completa canalización de varias calles.
Mientras tanto, el jefe de la “Bacrim” es procesado por las autoridades competentes en vez de haber recibido en Estocolmo el Premio Nobel de Economía por su “innata cualidad de convertir extraordinariamente la hoja de un arbusto en un billete de cinco mil pesos colombianos”. Su capacidad de gestión solo puede ser comparada con la de los experimentados profesores de la escuela de negocios de Harvard. Tal prodigio de espécimen humano debería estar administrando, por ejemplo, la cartera de la Hacienda Nacional o el Banco Interamericano de Desarrollo.
Lo cierto es que si Colombia tomara la desconcertante decisión internacional de comercializar una mercancía tan demandada como los narcóticos, superaría fácilmente a Estados Unidos y a China como potencia mundial, se eliminaría al café como símbolo nacional y en su reemplazo se colocaría la hoja de coca o marihuana. Pasaría el pueblo colombiano a la historia por desafiar a una larga lista de países moralmente retrógrados, hazaña comparable solamente con la valentía que mostró el pueblo francés para eliminar el Antiguo Régimen.