Nos queremos vivas

Opina - Sociedad

2016-05-15

Nos queremos vivas

Vanina Escales es una de las mujeres que pertenece al colectivo que convocó el 3 de junio del año pasado, en la Argentina, a más de 200.000 personas. Varios países latinoamericanos se unieron a la marcha. Colombia fue uno de ellos. No es para menos, el informe de Carga Global de Violencia Armada, elaborado por la Declaración de Ginebra, encontró que los países con las tasas más altas de feminicidio se encuentran en América: 6 son de Suramérica, entre ellos está Colombia.

Hasta la aprobación de la Ley Rosa Elvira Cely el feminicidio no era un delito tipicado por la ley penal. En ese momento no existían cifras que dieran cuenta de las muertes por violencia de género. El Instituto de Medicina Legal se dedicó entonces a estudiar las muertes de mujeres en el 2014 para llegar a la conclusión de que, en ese año, hubo 1.007 casos de feminicidios. En el segundo semestre de 2015, 256 mujeres fueron asesinadas. 200, en manos de su pareja o expareja.

¿Existe una correcta aplicación del tipo penal del feminicidio? La respuesta, en la mayoría de los casos, es no. Según Isabel Agatón, directora del Centro de Investigación en Justicia y Estudios Críticos de Derecho de Colombia, cuando se presenta una denuncia por feminicidio, las mujeres, víctimas, pasan a ser culpables. Esto demuestra la naturalización y legitimización desde las instituciones estatales —y la sociedad— de la violencia contra las mujeres. Demuestra las limitaciones que se le imponen al derecho evitando que se logre una verdadera realidad social. Y lo peor, perpetúa la violencia.

“Nos están matando, chicas. Hay que hacer algo”

Antes de Ni una menos existía un grupo de mujeres, en su mayoría del ámbito cultural, que se reunían para conformar un discurso reafirmador de los derechos de la mujer. Derechos negados, violados, minimizados. El 26 de marzo del 2015 realizaron una Maratón de Lectura sobre la violencia de género buscando “restituir palabra donde había silencio. Dónde había naturalización de la violencia”. Las sorprendió el gran cubrimiento periodístico que tuvo y la asistencia masificada. Era, en definitiva, la génesis de un golpe fuerte y seco a la cultura patriarcal en la Argentina y en Latinoamérica.

Cortesía Contrapoder

Cortesía Contrapoder

En mayo del 2015, encontraron a Chiara Páez enterrada en el patio de la casa donde vivía su novio. Tenía 14 años y estaba embarazada. Daiana tenía 19 años, soñaba con ser bailarina profesional. La encontraron muerta y con signos de asfixia en marzo del año pasado. Tenía una media en la boca y estaba dentro de una bolsa de arpillera blanca. Estos fueron sólo dos de los 233 feminicidios que hubo en los primeros 10 meses del año pasado en Argentina. En ese contexto nació Ni una menos.

La maratón de lectura había captado la atención del periodismo y de la sociedad. Era ahora o nunca. Y nunca no era una opción: “Una periodista amiga, Marcela Ojeda, nos dijo: ¨Chicas, nos están matando. Hay que hacer algo¨, y fijamos como fecha de la marcha el 3 junio”. Y no fue sólo una marcha, fue también un manifiesto. Un cuestionamiento al tratamiento que los medios daban a los feminicidios, a la violencia machista en la estructura del Estado, a las deudas de políticas públicas que favorecieran los derechos de las mujeres y a la promulgación de leyes que tipificaran toda forma de violencia.

Tatiana Duque (T. D.): Cuando se habla de violencia de género la primera imagen que se viene a la cabeza es la de una mujer golpeada, o, en el peor de los casos, asesinada. ¿Existen otros tipos de violencia de género que no son tan explícitos y que por ello no dejen de serlo?

Vanina Escales (V. E.): Ninguna de nosotras tiene un espíritu punitivo. Sí creemos en un cambio cultural, y para abonar ese cambio, necesitamos de una profunda reflexión sobre las formas que toma la violencia de género.

La violencia obstétrica, por ejemplo, está naturalizada. La violencia institucional, es la violencia que se ejerce desde el Estado impidiendo el acceso a derechos, como el derecho a elegir ser o no madres, que no sólo implica el derecho al aborto. Hay una falta de políticas sobre el desarrollo sexual y reproductivo, no hay entrega de pastillas anticonceptivas, ni una educación sexual integral en los colegios. Sumado a esto, las leyes se cumplen a medias. Y, sobretodo, hay una fuerte discriminación hacia las mujeres lesbianas, intersexuales, travestis. La discriminación está naturalizada en la cultura, en las voces, en los medios de comunicación; en las instancias de reproducción de la cultura, hay discriminación.

La violencia obstétrica, por ejemplo, está naturalizada. La violencia institucional, es la violencia que se ejerce desde el Estado impidiendo el acceso a derechos, como el derecho a elegir ser o no madres, que no solo implica el derecho al aborto.

T. D.: ¿Existe un acompañamiento estatal jurídico, social y sicológico para las mujeres víctimas de la violencia de género y sus familiares?

V. E.: Una de las cosas que pedimos el 3 de junio fue un patrocinio jurídico gratuito. La ley se votó en el Congreso. El ministerio de justicia tiene que reglamentar esa ley, para ello necesita formar un cuerpo de abogados. Ya anunció que no hay presupuesto para hacerlo.

En el tema de acompañamiento sicológico de mujeres, hay líneas gratuitas del Estado, pero no alcanzan si no son acompañadas de políticas integrales. Está el Centro de Asistencia a Víctimas de Violaciones de Derechos Humanos «Dr. Fernando Ulloa», pero han habido despidos de profesionales y no dan abasto.

T. D.: En Buenos Aires y en el Conurbano existen siete centros que atienden a hombres que ejercieron violencia de género. Se llaman Grupos de Recuperación o Rehabilitación para Varones Violentos. ¿Puede un hombre violento dejar de serlo?

V. E.: Yo creo que sí. Ni las mujeres nacemos siendo victimas ni los varones son la manzana podrida del patriarcado. Me parece que es una expresión cultural y como tal se puede desandar ese camino.

Los hombres no nacieron siendo violentos, hay hombres que fueron violentos, fueron golpeadores, por razones culturales y de su entorno. Las mujeres no son víctimas, son mujeres que fueron victimizadas, pero no son víctimas para siempre.

Feminismo vs. Cultura patriarcal

T. D.: ¿Por qué cree que el feminismo es representado como una caricatura misógina?

V. E.: No sé, habría que preguntarle al que caricaturiza. El feminismo propone una convivencia y aceptación de la diferencia y de lo desigual como ganancia, como riqueza. Si hay temor al feminismo, hay que preguntarle a la persona que lo siente cuáles son sus razones.

T.D.: El dogma de la iglesia católica promueve la cultura patriarcal, ¿cómo luchar contra la libertad e igualdad de género cuando la religión de una u otra manera congela las posibilidades de que se cambie la estructura cultural?

 V. E.: En primer lugar, tiene que haber un estado laico. Respeto la religiosidad de cada quién, pero las personas religiosas deberían dar, si lo creen necesario, una lucha al interior de la iglesia. Yo no le pediría a la iglesia católica que case dos personas del mismo sexo porque es una estructura discriminatoria, pastoral y jerárquica. Pero no siendo católica esa no sería mi lucha.

El derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo

T. D.: Michelle Perrot habla del sexo femenino como un hoyo negro del que no se habla. ¿Cómo romper con el tabú e invitar a las mujeres que se conozcan y reconozcan a sí mismas sin pudor ni temor a ser juzgadas?

V. E.: Creo que con el sexo hay un proceso de subjetivación e impositivos de control. Uno de ellos es el sexo binario. Me parece que hay que proponer libertad, no desearía que una mujer explore su cuerpo si no quiere. Hay que respetar la diversidad.

Siempre estamos parados desde un feminismo blanco, europeo, anglosajón, que todo el tiempo tiene recetas para que las mujeres del mundo se liberen, y la verdad es que no hay recetas y no deberíamos, además, aceptar recetas de personas que no conocen nuestra cultura. La única manera de incidir en ese devenir de nuestra cultura es escribirla nosotras. Necesitamos pensarlo, antes que importar.

T. D.: En la época contemporánea la maternidad ha sido politizada. En ese sentido el cuerpo de la mujer, como representación de la maternidad, se convierte, de alguna manera, en un bien público, ¿existen campañas estatales que promuevan la libre elección de la mujer sobre su cuerpo?

 V. E.: En la Argentina tenemos una guía de casos específicos donde el aborto no es punible a partir del fallo F.A.L. de la Corte, en donde le dio una interpretación al Articulo 86 del Código Penal que dice que el aborto está permitido en casos de peligro para la salud de la mujer. La salud se entiende, en términos de la Organización mundial de la salud, como salud física y psíquica. Si una mujer no está en condiciones de ser madre debería poder ampararse en el artículo 86 y solicitar un aborto legal.

La cuestión es que ésta guía de protocolo tiene un cumplimiento desigual: hay provincias en donde no se cumple, porque no tiene rango ministerial importante ni es ley. Creo que las mujeres que deciden tener hijos deben tener una protección integral del Estado. Hay formas de cuidar el feto que no sea avasallando el derecho de la mujer a decidir si quiere tener hijos o no, si quiere llevar adelante el embarazo o no, o cuantos hijos quiere decir.

Siempre estamos parados desde un feminismo blanco, europeo, anglosajón, que todo el tiempo tiene recetas para que las mujeres del mundo se liberen, y la verdad es que no hay recetas y no deberíamos, además, aceptar recetas de personas que no conocen nuestra cultura.

T.D.: Diana Maffia dijo en una entrevista para Cosecha Roja que existe una confusión entre el sexo biológico, que es una realidad observable, con el género, que es una lectura cultural. ¿Cómo resolver la duda sobre cuál es la determinación primera?

V. S.: Creo que esa discusión ya fue dada. Me parece que estamos en el terreno de las identidades, no de las asignaciones bi políticas en las que vos nacés, el Estado te asigna un sexo y te crían en son de eso. Las identidades son normativas.

La mujer y las instituciones

T. D.: Después de la marcha del 3 junio, la Oficina de la mujer dijo que se estaba capacitando gente de defensorías y fiscalías para que tuvieran perspectiva de género. Sin embargo, el caso de Belén demuestra que fue criminalizada por la justicia machista, ¿en dónde está la falla?

V. E.: La falla es que no hay la suficiente preparación. Los jueces se resisten a tener una formación de género. La justicia es patriarcal, de hecho, hay una investigación que todavía no se ha publicado , de un abogado de derechos humanos que remonta a los orígenes de la emoción violenta, por ejemplo, que es una atenuante, y es una figura que se inventó para los casos de violencia de género. En los orígenes mismos del Código Penal hay una impronta patriarcal, misógina y permisiva de la violación de derechos de la mujer.

Lo que sería importante es que estos jueces tengan un juri de enjuiciamiento, que se revise su accionar, que en todo caso sean destituidos porque evidentemente no pueden garantizar justicia. La causa (de Belén) misma es bochornosa. Es delirante.

T. D.: Una crossdresser apareció asesinada en Florencio Varela. Los medios hablaron de “varón vestido de mujer” o “travesti peruano”. ¿Cómo exigir la divulgación y denuncia de la violencia de género sin adjetivaciones?

 V. E.: Yo creo que desde el 3 de junio a ahora, el periodismo ha ido tomando conciencia de cómo abordar estos casos. Hasta el “crimen pasional” ya no se lee ni escucha. Sin embargo, existen algunos casos puntuales, como el de las chicas de Mendoza que encontraron asesinadas, donde se decía que “viajaban solas y eran dos”; el de un periodista de Tucumán, en el caso Belén, que escribió para La Nación una nota titulada “Condenan a una mujer por matar a su bebé y ella dice que fue un aborto espontáneo”; o cuando los victimarios son personas de dinero y poder, el periodista, no se por qué, inventa atenuantes: “estaba enfermo”… En el caso de un periodista de La Nación que mató a su ex – esposa, los medios inmediatamente dijeron que él tenía una enfermedad terminal como si eso lo exculpara del crimen que había cometido.

Nos siguen matando

Ni una menos fue el inicio de una toma de conciencia sobre la situación actual de las mujeres. Es inconcebible que una mujer sea víctima de violencia por su género. La mujer nunca será culpable por los abusos a los que es sometida. La idea en el imaginario colectivo de que lo es por “provocar la situación” solo da muestra del retraso cultural en el que nos encontramos: ese tipo de pensamientos eran comunes en la edad medieval.

Hay que seguir luchando. Hay que gritar, imponer, exigir un basta. Por ellas, por nosotras. Que de nuestra boca no salga nunca más un “ella se lo buscó”. Que salga de nuestras tripas un fuerte ¡no más muertes, nos queremos vivas!

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Tatiana Duque
Periodista de género y feminista confesa.