Columnista:
Ana María Cano Marín
Solía pensar que era “afortunada” porque el machismo nunca me había tocado tan de cerca. Claro, porque hay acciones machistas que están arraigadas a la cultura y no se consideran trascendentes. Te piropean en la calle, te hacen comentarios pasados en el Metro, en tu universidad sacan un manual de vestuario para que no incomodes a los chicos, o un profesor se aprovecha de su autoridad y te acosa.
Creo que el problema es que, desde que nacemos, nos dividen. Si naces hombre, te educan para ser “machito” y conseguir todo lo que quieras en la vida, incluso si se trata de una mujer, como si fuéramos objetos. Si naces chica, te educan para buscar con quién pasar tu vida: aprendes a cocinar, porque ellos necesitan quién les cocine; aprendes cosas del hogar, porque naciste para ayudarlos a conseguir el éxito.
Parece un escenario exagerado, del pasado, pero no. La cosificación de la mujer y la sociedad machista han hecho que cada día se hagan al menos 61 exámenes médico-legales por abuso sexual hacia mujeres en Colombia. El año pasado, un estudio reveló que al menos 4 de cada 10 mujeres han sido víctimas de acoso sexual dentro de las universidades del país. Y, por dar cifras del 2020, solo en febrero se registraron 46 casos de feminicidio en 18 departamentos, siendo Antioquia el penoso merecedor del primer puesto.
Cambias el chip. Piensas cómo debes actuar para no ser víctima de violencia sexual, porque estás aterrada. Da miedo caminar sola por las noches porque no sabes qué pueda pasarte, entonces pides compañía. Adecúas tu vida para no sufrir lo que otras han sufrido.
El año pasado, una chica de Bogotá contó que un hombre se sentó al lado de ella en un bus y, con cuchillo en mano, la obligó a quedarse callada mientras le tocaba la vagina. Entonces, cuando te montas a un bus, ya no te haces en el asiento de la ventanilla, sino en el del pasillo.
Parece una comparación absurda. El hecho de que una mujer desde pequeña sea educada para ser la sombra de un hombre, nada tiene qué ver con que ellos nos agredan. Pero, el hecho de que un hombre sea educado para ser tan macho como pueda y que logre conseguir todo lo que quiera en la vida, incluso a cualquier mujer, tiene todo qué ver con agresiones, violaciones y muertes. Y no, por supuesto que no todos los hombres lo hacen, pero la sociedad nos ha educado en un régimen machista del que es difícil salir.
A la mayoría de nosotras no nos violan ni nos matan, pero nos cambian la vida. Nos hacen repensarnos qué usar, de seguro el vestido que queríamos no es buena idea. Desistimos de ciertos cursos que ofrece la universidad, porque el profesor tiene fama de acosador. Muchas sienten miedo de salir de fiesta, hay probabilidades de no regresar a casa, o de regresar herida. Nos asusta qué dirán los demás si alcanzamos éxito profesional, seguro se imaginarán que no es nuestro conocimiento, sino nuestro cuerpo, el que ha alcanzado el logro por nosotras.
Antes de entrar al periodismo, quería estudiar música. En el instituto de música en el que estudié desde los 4 años, hay varios personajes que han sido exitosos en su carrera y han obtenido cargos importantes en escuelas y universidades de la ciudad. Uno de ellos es ‘Raúl’.
Me preparé durante meses para el examen de instrumento en una universidad de Medellín. El día que me presenté, regresé a casa satisfecha, pensaba que lo había hecho excelente. Esa noche tenía ensayo en el instituto y varios me preguntaron cómo me había ido. ‘Raúl’ no, él se acercó, me miró y preguntó:
—¿Usted fue así vestida al examen?
—Sí. Respondí.
—No se preocupe, si fue vestida así, seguro pasa. Dijo.
Me quedé callada y, quienes escucharon, también. Él se fue. El comentario me hirió, ahora me enfurece. No olvido qué usaba ese día: un jean de tiro alto con una blusa rosada y tenis dorados.
Un mes más tarde salió el resultado. Pasé. Y claro que me sentía feliz, había logrado entrar a una de las mejores universidades, pero no dejaba de preguntarme si tal vez yo había pasado por la ropa que usaba y por cómo me veía, más que por mis habilidades con el instrumento.
Hacerme esa pregunta me enoja. Pero así es el machismo, te hace dudar. Sin embargo, no puedo evitar imaginarme el escenario si yo hubiera sido hombre:
—Andrés, ¿usted fue vestido así al examen?
—Sí.
—No se preocupe, si fue vestido así, seguro pasa.
Es irónico, ¿cierto?, porque el conocimiento y las destrezas de un hombre no se ponen en tela de juicio por la forma en que luce. Es hombre y, por eso, su conocimiento vale. Está bien, no nos matan a todas, no nos violan a todas, pero no nos dejan vivir.
Fotografía: cortesía de Foundry Co.
Excelente artículo. Y también los hombres lo debemos leer para no ser así…
¡Increíble! Revela una realidad que callamos muchas mujeres. Sorprendente columna y aún más excelente escritora.