Columnista:
Nicolás López Quiñones
La discursiva es una parte fundamental de cualquier persona y más si su trabajo tiene que ver con la política. Colombia ha tenido grandes oradores en cualquier corriente ideológica; pero si hay algo en lo que difiere el ahora con antes, por obvias razones, es en el cambiar las plazas públicas por los videos, entrevistas y el lenguaje utilizado; ese que quiere guardar las «formas».
A lo largo del tiempo, grandes oradores han pasado y han dejado su huella en la historia. Discursos como I have a dream o si nos referimos a personas podríamos mencionar a Abraham Lincoln, Salvador Allende o Eva Perón. En su desarrollo como profesionales y figuras, la discursiva les marcó la pauta, les hizo inmortales. En este caso Colombia tampoco ha sido la excepción, grandes oradores como Jorge Eliécer Gaitán, Luis Carlos Galán, Jaime Garzón y en términos más recientes no podemos dejar por fuera a Gustavo Petro, Claudia López o Álvaro Uribe; aunque podamos estar más o menos de acuerdo con cualquiera, debemos admitir que su manejo del discurso es muy bueno.
El progreso tecnológico nos hizo cambiar las plazas públicas, además que el COVID-19 ayudó, por las redes sociales o las entrevistas con tanto medios hegemónicos como alternativos. El choque y debate ideológico ha sido completamente esperado; tanto así que parecemos un juego de tenis en el cual vamos de un lado al otro con la mirada escuchando y sobrecargándonos de información. Obviamente, cada discurso, cada intervención va a un público diferente, según el estrato socioeconómico, el acceso o no a la educación, edad, raza, género u orientación sexual también te marca a que discurso «crees» más y cuál asimilas con mayor facilidad y lo replicas.
Y en esto último que menciono, sobre la «estratificación» del discurso, es donde se han visto los mayores problemas porque, lastimosamente, el intentar apelar a una combinación entre racionalidad y sentimientos de las personas muchas veces hace que se llegue a infantilizar al receptor y confundirlo aún más. En la votación por el plebiscito, muchas personas podrán llegar a recordar muchas de las fake news que fueron esparcidas por los activistas del no. Cuestiones como «ideología de género» o «van a entregar el país a las FARC» (lo que más adelante sería la base para el ‘castrochavismo’ en el 2018), fueron unas de las tantas mentiras que hicieron rodar por redes para jugar con el miedo y el desconocimiento de la gente.
Con el periodo presidencial de Duque en sus últimas, las elecciones para el 2022 ya comienzan a tomar vuelo y también lo hacen las diferentes bodegas y estrategas del marketing político a fin de mover los votos. Si bien el miedo es un factor importante, también lo es la infantilización del contrincante y desinformar a la población con comparaciones sin sentido en el cual haga ver que «ellos dos son malos yo soy el único bueno»; y la táctica funciona tan bien que termina convirtiéndose en «los extremos se tocan», pero la realidad es que es una estrategia de desinformación y que ya no apela solo al miedo, por un lado, sino al desdén y a la superioridad moral por el otro.
Esta táctica es fácil de ver, pero difícil de desaprenderla; quienes utilizan esto quieren y buscan hacerse ver neutrales, como si solo quienes dicen: «los extremos se tocan» fueran las personas críticas, pensantes e intelectuales que el país necesita y solo ellos y ellas son la «esperanza» para sacar al país de los «odios». Lo que es, a la final, una forma de también jugar algunas cartas del miedo para intentar coger la mayor cantidad de votos posibles, parece que fuese impulsado por el constante sentimiento de ser de «mejor familia».
Otra forma de pretender llegar a la desinformación, de manera indirecta, son los intentos de desmarcarse como los «típicos políticos»; con «nos tocó a los ciudadanos volvernos políticos», «no soy el típico político, soy un nerdo», «no se necesita conocimientos específicos para hacer política» o la más reciente «moralicemos la política» y expresiones por el estilo. En general, son posturas y frases que acompañan o anteceden a un outsider político, aquel líder o lideresa que no viene de la clase política tradicional y que se plantea como la solución a los supuestos odios.
Estas posturas y frases de cajón solo sirven bajo ciertos términos y condiciones; por ello, para el centro es más que necesario una visión netamente tecnocrática, donde privilegian las cifras antes que a la sociedad. La así visión se vuelve o idealizada o simplista o pesimista si solo se miran las cifras, ya que estas solo son un reflejo de una realidad, y ella depende de los ojos de quien interprete las cifras. Pueden, tanto legitimar como desmentir cualquier postura dependiendo como se planteen.
La cuestión aquí es el lenguaje, los outsiders en general son personas con capital cultural e intelectual; gente que ha podido ser instruida en diferentes artes, normalmente se dedican a la academia. El habla, el transmitir las ideas es importante y aquí es donde su mayor defecto y mayor virtud, depende del punto en que se vea, sale a flote; hablo de complicar el lenguaje. Es normal que este tipo de tergiversaciones se utilicen para confundir y enredar a las personas no preparadas en esos temas y sus explicaciones; aunque interesantes, con el lenguaje ultra especializado se vuelven pedantes, excluyentes y solo accesible para un pequeño grupo de ciudadanos.
¿Qué hacer con el centro que juega al mismo juego que la derecha? ¿Cuál es el futuro para la política que le importa más las formas que el contenido? ¿Cómo enfrentar a una visión que nace del clasismo y la aporofobia? Situaciones complejas, pues ya la tecnocracia comenzó a mover a la gente para que piensen que solo el centro es «crítico», nadie más. Donde la prepotencia, la hipocresía y la discriminación es el pan de cada día, pero lo más importante, si ellos no salvan de la derecha ¿quién nos salva del centro?
Felicitaciones Nicolas por tus reflexiones