Columnista:
Mauricio Galindo Santofimio
Ya ruedan por el camino que conduce a la presidencia, y al Congreso, las campañas políticas, que más parecen competencias de odio, cizaña y rencor. Mentira aquí, mentira allá; insulto por un lado, insulto por el otro; y así, cada campaña, o mejor, cada uno de los seguidores y admiradores de los diferentes candidatos van preparando el ambiente de confrontación con defensas y ataques en contra de los que no son de sus gustos.
Sacan avisos, cartelitos, fotografías viejas, acusaciones reencauchadas, palabras dichas en contextos diferentes a los de esta contienda electoral, en fin, cada quien se rebusca la forma de hacer quedar mal al aspirante que no es de su preferencia.
Y que se ataquen o se rebatan los argumentos está muy bien, pero que se utilicen los muy recurrentes y fructíferos, pero nada elegantes y nada leales argumentos ad hominem para destruir a las personas en lugar de contradecir sus ideas con la fuerza de la razón, da pie para que en estas campañas al Capitolio y a la Casa de Nariño empiece a jugar el todo vale.
Un todo vale que en este país de masacres y de violencia continua; de trampas y triquiñuelas; de zancadillas y tropezones, no puede ser. No puede darse, no puede aparecer. Menos en la política donde, claro, es la costumbre, pero en donde sería bueno que se empiece a dar el ejemplo de tolerancia y de respeto por el otro, por ese que no piensa igual.
Qué bueno sería que las campañas no sean campos de batallas a muerte sino escenarios en donde se pueda aportar para lograr los cambios que el país necesita, las transformaciones que la gente pide, los virajes que la nación merece.
Ejemplar sería que unos candidatos y otros, independientemente de sus orillas políticas fueran eclécticos y les enseñaran a sus fanáticos admiradores de qué se trata eso. Que les dijeran y que entendieran ellos mismos que la izquierda, la derecha o el centro son solo formas de ver la vida y el mundo, formas de ver la administración pública y la manera de gobernar, pero que si se atemperan tales visiones, si se toman las cosas buenas de todos los espectros, podrían brillar ideas que beneficien a toda la población.
Porque se supone que la política es para eso, para servir, no para servirse. Porque se supone, además, que una persona que llega a la presidencia de la República debe gobernar para todos y no solo para el sector político al que pertenece o para el que lo impulsó, como parece haberle sucedido a este presidente nuestro al que, gracias a Dios, ya le queda poco tiempo para dejar de desgobernar, que es lo que ha hecho, y ya se sabe gracias quién y a quiénes.
Mucho hemos hablado de su falta de carácter y de pantalones para alejarse del uribismo, corriente, esa sí, que ya es hora de que dé campo a otras, porque se ha demostrado que el daño que ha hecho ha sido enorme.
Pero del desgobierno la historia hablará. Ahora nos preocupa el gobierno que se viene, que ojalá no vaya a ser, precisamente, otro desgobierno. Y para eso lo que se debe hacer es analizar a los candidatos lejos del fanatismo y del radicalismo. Hay que verles a todos los lados positivos y los negativos, las propuestas, que son las que interesan, su viabilidad, su pertinencia.
Pero también sus compañías, sus financiadores, su pasado real y no el ficticio que inventan muchos para pisotearlos y hacerlos ver como delincuentes, roedores, alimañas y no sé qué más, que es lo que ven -con esos ojos de la rabia y de la iracundia que los caracteriza, con ese corazón resentido que los invade- todos aquellos que se quedan en el insulto, la calumnia, la grosería y las mentiras para lograr que su candidato, su candidatico o su candidote logre lo que quiere, para que después se olvide de ellos, que es lo muchas veces también pasa.
A los reales candidatos, a los que verdaderamente van a competir por ser el presidente de Colombia, es a los que toca auscultar con pinzas, porque muchos de los más de sesenta que hasta ahora hay —que son solo lagartos, vividores, aprovechados y audaces especímenes especialistas en luego conseguir puestos—, se irán quedando por el camino.
Quedarán solo tres o cuatro verdaderamente serios y capaces, y a ellos es a los que toca indagarles sus pasados verificables, sus capacidades de liderazgo, su talante para poder unir, porque cuatro años más de división este país no los aguanta más.
A esos que queden, toca mirarles con lupa si pueden con sus promesas, si son capaces de cumplirlas, si son las que verdaderamente requiere el país. A ellos habrá que verles sus logros pasados, sus ejecutorias, si fueron idóneos en lo que hicieron o no. Por supuesto que no a todos les pueden gustar sus gestiones, pero la cuestión es de análisis, de sindéresis y no de apasionamientos ciegos que nada bueno aportan.
Si les gustan Gaviria, Petro, Zuluaga, Fajardo, o el que sea, si les tienen confianza, si creen en ellos, deposítenles sus votos, pero que no sea porque son bonitos, porque llaman la atención por sus palabras antigobierno —que es como se llega a la presidencia— o porque los cautivan porque supuestamente huelen a pueblo. No, que sea porque están convencidos de sus planes de gobierno, porque creen que ellos tienen las capacidades para gobernar un país ingobernable y porque están seguros de que sus líderes pueden construir un país mejor.
Por mi parte, como periodista, no milito en ningún partido ni en ningún movimiento, no le hago campaña a nadie, no recomiendo ni aconsejo por quién votar. Muchos colegas deberían hacer lo mismo, porque creo que nuestra ética debe estar por encima de nuestras preferencias políticas.
Porque creo que el periodismo es para la gente, para orientarla, para informarla y para darle las herramientas para que ella sola decida, y no para los políticos a quienes solo hay que darles lo que merecen, sea bueno malo o regular. Los periodistas votamos, claro, es un deber ciudadano, además, pero yo no divulgo ni enseño mi voto, que es secreto y para mí debe conservarse así.
Pero en lo que sí no puedo dejar de meter mi nariz es en el bienestar del país que me vio nacer y crecer y que, mal o bien, me lo ha dado todo: una vida privilegiada, una carrera, una familia, unos amigos y una gente que me ama y me odia. Por eso, abiertamente lo digo: todo aquel que piense aliarse con el uribismo, que piense en seguir sus políticas, que crea que esa fuerza política de derecha y ultraderecha le ha hecho bien al país, debe ser castigado en las urnas.
No puede seguir este país manejado por los extremos, no puede ser este país uno en donde los mesías sigan diciendo qué se hace y qué no. No puede Colombia quedarse con políticas que han ido en contra de la paz, de las libertades, en contra de una nueva lucha contra las drogas, que se perdió hace años; no puede estancarse con estrategias fracasadas como el uso del glifosato, ni puede irse lanza en ristre contra las mujeres que son quienes deben decidir sobre sus cuerpos y, en consecuencia, determinar, sin que sean estigmatizadas o judicializadas, si abortan o no.
Al uribismo, que con trampas y mentiras ganó el plebiscito por la paz, y siguió y sigue queriendo volver trizas el acuerdo con las Farc; al uribismo, que con sus odios dividió este país; al uribismo, que abomina a un nobel de Paz por físicas envidias y celos; al uribismo, que es fuertemente cuestionado en el mundo por sus políticas, a ese grupo de personas idólatras, lo que hay que desearles es que les vaya bien, que recapaciten, que reflexionen, pero lejos, muy lejos de cualquier escenario de poder, porque ya demostraron que no pueden.
De manera pues que eso de que todo vale dejémoselo a ellos, a los uribistas. Hay mejores y más decentes formas de gobernar y de hacer política.
Adenda. Habló el presidente Duque ante la Asamblea General de la ONU y despotricó una vez más contra el que llamó frágil proceso de paz, se hizo publicidad por sus supuestos logros y reconoció otra vez a Juan Guaidó como presidente de Venezuela. ¡Qué oso tan lamentable, qué vergüenza ante el mundo semejante discurso! Menos mal ya pronto se va de la Casa de Nariño, porque Colombia no puede aguantar tanto ridículo de su jefe de Estado.
En síntesis para mi: Los Candidatos y los Medios de Comunicación deben hacer un pacto de Decencia y sentido Común de informar y no Desinformar o vender al mejor postor.
El Castigo debe ser Ejemplar para el Actual Congreso por su Baja Mediocridad
La gente en General debe pensar muy bien por quienes van a votar, sino al Barranco Vamos !!
Buen Articulo, Diagnostico para no olvidar !
Muy buena columna y muchos deberían adoptar esas posturas ante un pueblo cegado por la ignorancia, embrutecido por la televisión y que jamás coge un libro ni para hojearlo.