Ha ido creciendo la aparición de periódicos, cuya principal función es recopilar y presentar hechos sangrientos, como accidentes, tragedias, asesinatos, hurtos y demás. La idea es llegar a un público infinito sin demasiadas pretensiones intelectuales; para ello recurren a su estrategia de marketing de la sanguaza, barato y horripilante.
Exhiben en primera plana y en las páginas restantes del periódico imágenes impactantes de restos humanos o fotos espeluznantes de personas desmembradas o con el rostro deformado por causa de algún accidente o asesinato. La mayoría de las veces muestran cadáveres en avanzado estado de descomposición. Mientras más repugnante es la imagen, aparentemente es mejor.
El lenguaje usado para relatar los hechos es descarnado, burdo, chabacano y profundamente deshumanizado y deshumanizante. Se detallan los sucesos de la misma manera como se cuentan los chistes. Este subgénero periodístico se conoce como periodismo de sucesos.
Es probable razonar que su ejercicio derive en la deshumanización de la víctima del suceso, la del periodista que redacta la nota, y hiere la sensibilidad de los dolientes. Este tipo de periodismo tal vez resulte beneficiario de la violencia, toda vez que en una sociedad con una realidad pacífica y tolerante, acaso no ocurrirían hechos que valgan la pena relatar.
En un país mínimamente normal, quiero decir, con un tejido social muy fuerte, a lo mejor el periodismo de sucesos ya no sería más, por falta de audiencia y de tragedias sangrientas que merezcan ser informadas.
En el caso del no tan claro secuestro del niño Cristo José Contreras, hijo del alcalde de El Carmen, Norte de Santander, Colombia; los medios nacionales transmitieron durante cerca de una semana dicha noticia como se transmite un partido de fútbol.
Iniciaban la emisión del noticiero de televisión con el acostumbrado sonido de explosión, de urgencia, y con la noticia de la desaparición del antedicho niño. Hubo un despliegue informativo tremendo, con corresponsales en las plazas de las principales ciudades del país; cubrieron las vigilias realizadas por la aparición del pequeño.
Al final, el menor fue hallado con vida, pero en circunstancias increíbles, debido a que nunca se ha explicado si fue un secuestro o no, quiénes lo secuestraron, por qué, cómo, ni dónde; es un caso que ha despertado el beneficio de la duda acerca de si se trató de una fake news o falsa noticia para tapar las multitudinarias marchas de los estudiantes universitarios que le exigen al presidente Iván Duque más recursos económicos para que la educación sea realmente pública, gratuita y de calidad.
El cubrimiento informativo sobre los detalles, las circunstancias de modo, tiempo y lugar en las que fue rescatado el niño se interrumpió abrupta y herméticamente. La noticia se volvió impenetrable.
Acaso haya quien objete mi opinión; sostenga que gracias a la crónica de sucesos los más vulnerables de la sociedad logran ser visibles, dado que de otro modo pasarían desapercibido por la mayoría de las personas, pues la gran prensa no les va a conceder un espacio para que sean reconocidos.
Con todo eso, no es menos cierto que hay que bajarle el tono a la burla, al chiste, y tener cuidado de publicar las imágenes ofensivas; no hay que hacer de la muerte un espectáculo ni un producto de entretenimiento, ya que ésta sería quizás la expresión más perversa de humanitarismo que yo haya conocido jamás.
Los periódicos de sucesos sangrientos son semejantes a las comprensas (o, como decimos en Colombia, toallas) higiénicas, puesto que actúan como si sólo sirvieran para la absorción de sangre.
Por eso, juzgo que dicho subgénero no parece periodismo, en la acepción no tan superficial del término: más allá del sensacionalismo o amarillismo.
Foto cortesía de: Media-tics