Parece no tener fin, ni vergüenza, la larga lista de desfachateces que salen a decir, sin más ni menos, los encargados de tomar las decisiones de las ciudades y los países. Olvidando el respeto que nos deben a quienes pagamos sus altos salarios y prebendas, estos personajes manipuladores alteran fácilmente la verdad y nos lo expresan como si nada.
Que “el TransMilenio hace lo mismo que un metro pero es más barato”, o que lo sucedido fue un “uso aparentemente accidental de gases lacrimógenos”, hacen parte del repertorio cínico con el que se adoban las noticias diarias que, sorprendentemente, siguen teniendo eco en algunos. Por ejemplo, aún hay los que piensan que el grafiti y los grafiteros son vándalos que ensucian la ciudad y que su actividad está asociada a la criminalidad.
Lo cierto del asunto es que los verdaderos criminales de este país están posando de decentes en el Congreso, en la Presidencia y en las alcaldías. Pero cada vez somos menos los que les comemos cuento. Si esos delincuentes desvergonzados tuvieran al menos la mitad del talento de los que salen a rayar los muros en la calle, otra sería la historia. Pasa que esa gente, de talento y magia cero, por eso llevan vidas miserables, llenas de lujo, de poder y de dinero que nunca se van a gastar completamente pero vacías de deleites auténticos. No me imagino, por ejemplo, a ningún politiquero de esos caminando de verdad en la ciudad.
Esos seres como de otro planeta –porque es desde allí que hablan cuando salen en los medios-, viven subidos en sus camionetas –en realidad son nuestras, las pagamos nosotros- y desde ahí toman las decisiones. En ellas llegan a los barrios a tomarse fotos con personas de las que no saben, y nunca sabrán nada, porque no les interesa, y montan shows que, pese a ser aburridos hasta la médula, siguen saliendo como primicias en periódicos y canales noticiosos.
Está bien, digamos que no podemos pedirle peras al olmo. Pero, por favor, midan su descaro. No salgan, sin que se les mueva un pelo, a decir que son los grafiteros los que se están robando nuestros impuestos. Se sabe de sobra que son ustedes, honorables lo que sea, los únicos encargados de esa labor y la han hecho de maravilla.
Ya es bastante triste el hecho de que en sus miserables vidas, sin magia ni talento, les preocupe y los ocupe más la protección de los muros que la de las reservas ecológicas que, a futuro, nos garantizarían la sostenibilidad ambiental. No le añadan, por favor, más insolencia y desfachatez a la vaina. De verdad, mídanse.
El graffiti es como un grito silencioso que hacen algunos atrevidos –que se atreven- y que rompen la monotonía de ciudades que pueden llegar a ser hostiles y aburridas. Los grafitis hablan, cuestionan, evocan, expresan y todos necesitamos de eso, así a tantos les parezca que, calladitos nos vemos más bonitos.