Después de la jornada electoral del pasado domingo 27 de mayo, los colombianos quedamos con una de esas tareas que no nos gustan, de esas encrucijadas en las que se debe poner por encima del orgullo la superficialidad y el prejuicio, una decisión que nadie va a tomar por nosotros y donde nos va tocar pensar.
Y pensar no solo en lo que a cada uno le conviene según el estrato social al que pertenece, para esta oportunidad, que pareciera una única de cambio, hay que pensar en todo el país, en lo que realmente necesita, de lo que realmente se quiere sacudir, somos conscientes de años y años de guerra, violencia, corrupción, esa que nutre más esa violencia, el narcotráfico, que pareciera ser nuestra carta de presentación en el extranjero, sacudirnos de personajes nefastos, cínicos, depredadores de nuestros recursos naturales, pensar en los niños, y las generaciones venideras, y porque superar todo lo anterior es construir la tan anhelada paz estable y duradera, así que la responsabilidad es grande para el próximo 17 de Junio.
Y es que no hay público más temeroso que el colombiano, nos encantan las zonas de confort, que los políticos roben, pero que hagan obras (que a veces se caen, o se inundan) pero está bien; que tengan investigaciones, pero nada comprobado, eso no es garantía de que sean malas personas, del todo, que mejor malo conocido que bueno por conocer, que este país es y seguirá siendo capitalista, que al “socialismo” no le ha ido bien en ninguna parte del mundo; y así un sin número de justificaciones y pobres argumentos para esquivar una responsabilidad que es de cada uno de nosotros, por nuestras familias y por una mejor sociedad.
Sin embargo, y según la convicción que tengamos por los dos candidatos que se disputan la llegada a la Casa de Nariño, no podemos volvernos intransigentes en la pedagogía del voto, no podemos volver lo lógico una puntada agresiva para señalar a la gente de incoherente, no podemos ponernos intensos como los predicadores testigos de Jehová tocando la puerta de nuestras casas para leernos el Atalaya.
Cada uno, de los que están habilitados para votar, en donde se encuentran los votos que necesitan los candidatos, creo, son personas conscientes de la situación del país, y tienen la libertad absoluta de la decisión, no hay que presionarlos, no hay que insultarlos, no hay que hablarles de infiernos y cielos, ni de ajusticiarlos por sentir una encrucijada en su corazón, no los queramos convertir como hacen los testigos de Jehová a la palabra de Dios, con el señalamiento y el miedo.
Dejemos entonces que quienes vayamos a participar en la jornada de la segunda vuelta, decidamos porque sabemos leer un plan de gobierno, porque muy juiciosos vamos a seguir de cerca a los candidatos, porque seguro encontraremos más afinidad con uno que con otro, y porque de la grosería, la presión justificada en imaginarios colectivos, los montajes y la campaña negra en general, ya sabemos quiénes se encargan.