En diciembre de 2014, un contratista de la Alcaldía de Medellín salió con su esposa y con su único nieto a una fiesta familiar que les tenía preparada la alcaldía en el Aeroparque Juan Pablo II. Nunca los dejaron pasar de la puerta. La razón era de naturaleza contractual. Portar un carné de contratista vale lo mismo que pagar con un billete falso, y los billetes falsos los rompen en presencia de quien los entrega.
Como él, otras cinco familias llegaron y tuvieron que devolverse. Ni a mi padre ni a esas familias les hacía falta esa fiesta para ser felices; pero no deja de ser amargo que día tras día, Colombia sea un país que denigra al profesional independiente en todos los niveles y a nivel social todavía más, porque le da la espalda, los estratifica y lo castiga al firmar un contrato por prestación de servicios.
Un profesional contratista del Estado firma por un período no mayor a seis meses, incluso lo hacen irrisoriamente por un mes, los que gozan de suerte firman por un año, muchas veces con precarias condiciones económicas y laborales, que no corresponden con su nivel educativo, su experiencia y la calidad y el tiempo que demanda la labor encargada. Firmamos sin alguna promesa de continuidad, de posible vinculación, sin la mínima garantía de estabilidad o crecimiento profesional. No tenemos prestaciones sociales, eso sí, vacaciones definitivas. Veteranos y jóvenes contratistas, todos trabajamos bajo el imperio de la zozobra y la burla laboral. No hablemos de quienes están tramitando su jubilación, y a quienes el Estado les pone zancadilla burocrática, ese cuento es más desalentador.
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La huellatón fue una iniciativa ciudadana que en Medellín tuvo el apoyo del Área Metropolitana principalmente. El objetivo era y es hacer un llamado a la ciudadanía para que se lleven a cabo las celebraciones navideñas sin pólvora, porque su uso afecta gravemente la integridad física de los animales y de las personas. La huellatón logró la meta de recoger un número significativo de huellas de animales domésticos y silvestres en la ciudad y los municipios que conforman el Valle de Aburrá. La intención es que estos tarjetones físicos tengan la capacidad de incidir rigurosamente en el aspecto legislativo y político. Vale la pena pensar que un día así será. Un día cuando la mano siempre avivata y parasitaria de la corrupción se rinda ante la cultura del civismo. Mientras, larga vida tendrá la infame pólvora.
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Los de mi generación, recordamos que el día de las velitas teníamos que preparar la garganta y la boca para hacer sopa de salivas. Las babas servían para acrecentar la llamarada de un experimento que llamábamos candelada, y que era un ritual navideño entre los amigos para probar quién tenía las babas de mejor calidad. Ganaba el que se le aparecía el diablo entre el fuego e hiciera correr del susto a todos los demás. También había que preparar las manos para aguantar la tonelada de esperma caliente que amasábamos para hacer bolas gigantes de parafina. Prendíamos Chispitas Mariposa y a las 12 todavía no nos daba sueño. Bendita infancia callejera.
Hoy, a mis 29 años, no tengo mayor obligación con el día de las velitas. Le tengo fobia al fuego, al olor a incienso, a la pólvora. Estoy segura que las chispitas mariposas son cancerígenas y que pueden dejar ciegos a los mocosos. Veo pirómanos por todos los rincones, el diablo es puerco y se quiere vengar de los cristianos. Los faroles con velas dentro que cuelgan en los balcones me dan cierto escalofrío. Y mientras le doy la espalda a esa escabrosa costumbre católica de prender velas a la Virgen en diciembre, mi ventana empieza a arder. Mi madre afuera está de espaldas al pequeño incendio, adormilada y con un Dios te salve María languideciendo en su boca. Los vecinos gritan: Señora, se le va a quemar la casa! Y por poco sí…
Finalmente, amo a esos vecinos que se clavan en los balcones a informarse de lo que pasa en las casas ajenas. Me salvaron la vida. Y bueno, sí, odio el día de las velitas para siempre.
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¿Desde cuándo los hombres adquirieron la vil costumbre de contarnos los orgasmos cuando estamos en la cama? ¿Por qué las cuentas de ellos nunca coinciden con las nuestras? Un gemido, un grito o un mordisco, no se traduce siempre en un orgasmo. Empeliculados. También les dio por creer que nos pone calientes ver fotos de sus penes erectos, sin más. Ingenuos. El mejor banquete sexual es aquel que empieza con besos, con complicidad, amor y respeto. La virtualidad puede ser atractiva a veces, pero todas las veces preferimos el juego de la real seducción. ¡No nos maten de la aburrición con sus matemáticas!