Columnista:
Óscar Perdomo Gamboa
Para Iván Duque, el que se eligió con votos comprados por el narcotráfico y formularios alterados, las quejas contra la policía que en dos meses masacró trece personas y dejó quemar vivas a otras nueve en un CAI son “minúsculas”.
Comprensible. Para el títere de un genocida con cerca de diez mil muchachos asesinados en falsos positivos del Ejército, una veintena de muertos por la policía es minúscula.
En realidad, el minúsculo es él: un pelele sin autoridad ni respeto. Repetidamente se ha visto su pequeñez ante las masivas marchas de estudiantes, obreros, indígenas y todo un país que se queja de su nula administración, de su desprecio por las clases trabajadoras y de su demostrada ineptitud. Cobarde y pusilánime, no es capaz de dar la cara a quienes demandan su atención; a no ser que sean Maluma a lo digan “paramilitar”, ahí sí sabe que es con él.
En cambio, mayúsculos son sus escándalos: la compra de votos, sus funcionarios relacionados con el narcotráfico, el montaje contra los acuerdos de paz, las chuzadas y seguimientos de las fuerzas armadas, la acumulación dictatorial de los poderes del estado, las masacres y asesinatos de líderes sociales… Un largo etcétera sólo comparable a la lista de investigaciones contra su amo sub júdice. Iván Duque administra la corrupción en todas sus mayúsculas dimensiones. Para eso sí sirve.
A nivel internacional, también es minúsculo y el mundo lo sabe. Recibe millones de dólares para los acuerdos de paz, pero los sabotea constantemente; anuncia que protege el medio ambiente y promueve el fracking; perora contra el comunismo y la izquierda, pero le hace homenajes en China a Mao Tse Tung… ¿Cómo tenerle respeto a un tipo cuya mayor tarea en el exteriores servir de mandadero de quien en verdad tiene el poder? Ya lo veremos en toda su hipocresía arrodillado ante las migajas de Joe Biden, aunque su partido de gobierno y su “embajador” en USA hicieron campaña en su contra ilegalmente, como corresponde al Centro Democrático,.
Tan minúsculo es el subpresidente que se ha convertido en un meme andante, como Luis Carlos Vélez. Sus siete enanitos, su disfraz de policía, sus dulces para los niños del Chocó… todas esos actos circenses e inicuos demuestran su talante pírrico. No inspira respeto, sino burlas. Aunque él también se burla constantemente de los colombianos al nombrar a corruptos como embajadores o apoyar a los militares que acaban de asesinar a una mujer a quemarropa. Pero los estúpidos que votaron por él lo sabían: en campaña lo único que podía mostrar eran retos rockeros, tonadas en guitarra y cabecitas con un balón; y canas pintadas y peinadas por Petro, claro.
Cada acto de despotismo, como dar dinero a Avianca y los bancos o comprar helicópteros de lujo cuando las empresas colombianas requieren subsidios y los estudiantes reclaman matrícula cero, lo empequeñecen más. No importa cuántos millones malgaste en promocionar su imagen o cuántas veces salga en televisión diciendo falsedades con su sonrisa bobalicona ante familias que consumen una comida diaria menos, es un ser minúsculo comparado con la mayúscula fuerza del pueblo colombiano que salió masivamente a marchar en su contra. El mismo pueblo mayúsculo que quiere sacarlo con firmas y votos de la Casa de Nariño y que, si la Registraduría y los clanes del narcotráfico no repiten sus turbios logros pasados, enterrará para siempre la corrupción del uribismo en las próximas elecciones.