Mi reino por un Nobel

Opina - Política

2016-10-06

Mi reino por un Nobel

Pasó el plebiscito, ¿y ahora qué? Durante meses fuimos bombardeados por las manifestaciones coléricas de una de las partes y la soberbia taimada de la otra parte que hacían temer lo peor sin importar el resultado y aunque dados los ánimos previos era difícil predecir el desenlace, quedó claro que la contraparte era la más sorprendida con el resultado y su hermetismo inmediato da la impresión de que para ellos la carta de navegación a seguir nunca estuvo planteada.

Una cosa de la que no hay duda es que los individuos que se sentaron a negociar en la Habana en nombre de las FARC no necesariamente hablaban en nombre de todos los militantes de la organización, dada su antigüedad gozan de notoriedad, pero su autoridad real es casi que cuestionable, son figuras más bien simbólicas. La estructura de las FARC, al parecer, se convirtió en una réplica muy folclórica de la monarquía británica, ya que si bien siguen siendo emblemáticos y gozan de cierta notoriedad ante la comunidad tanto nacional como internacional, no son responsables de las decisiones de estado, lo que ocurra en el parlamento no representa una amenaza para su estatus y su labor puede ser incluso tan poco vinculante como se ha vuelto la de la figura de un canciller.

El argumento que más se ha defendido para el rechazo del acuerdo de desarme – porque como dijo en alguna entrevista Antonio Caballero llamarlo acuerdo de paz es excesivo y hasta ridículo- es la supresión de las penas privativas de la libertad y la negativa a aceptar su participación en política, pero a la hora de tomar una decisión dadas las actuales circunstancias, ¿qué tan nocivo puede ser verlos en el senado o qué tan inteligente puede ser recluirlos?

Por la naturaleza del proceso, la participación política es un requisito lógico. Pretender que los miembros de un grupo armado de tanta trayectoria se desmovilicen y acepten condenas o que simplemente regresen a sus casas, es bastante ingenuo. De alguna manera tienen que justificar la existencia de su movimiento y si ya no hay armas ni enfrentamientos de por medio, la evolución natural es hacia la política.

Los partidarios del NO insisten en que en el proceso con los paramilitares, ellos no recibieron este beneficio y nuevamente estamos confundiendo el caldo con las tajadas, los paramilitares no la pidieron (de manera abierta, porque extraoficialmente siempre la han tenido) por el simple hecho de que su conformación, en teoría, no apunta a la participación política, sino a la preservación de una dinámica que es beneficiosa para el oficialismo de turno.

Según la ley colombiana, a un delincuente confeso lo ampara el principio de oportunidad, pero en 2010 la Corte Constitucional fue clara al no permitir el uso de este recurso para los desmovilizados del paramilitarismo que no alcanzaron a ser cobijados por el sistema de justicia y paz. Aún así, en muchos casos, el argumento del hacinamiento en las cárceles fue la excusa perfecta para dilatar el proceso y esta es la hora en que todavía el tema no ha podido ser conciliado, las condiciones carcelarias no han mejorado, así que no hay impedimento para reciclar pretextos.

El No, a la hora de la verdad, tal vez no significa un obstáculo monumental para la continuación y «feliz» término a corto plazo del proceso porque, si bien el mensaje que se envía es el rechazo al documento que se ha socializado, la colcha de retazos que es la Ley de Justicia y Paz, provee un marco básico de referencia con el que el gobierno y cualquier grupo armado puedan continuar trabajando sin necesitar la intervención de nadie, de manera que Uribe, intencional o accidentalmente contribuyó enormemente para la cimentación de cualquier proceso venidero. Esta aparente derrota es la oportunidad perfecta para Timochenko y su combo de replantear su estrategia mediática.

Ante la comunidad internacional, lo que ocurrió el 2 de Octubre puede parecer confuso o no, porque frente a procesos de este tipo no es extraño que individuos enfrentados y con posturas tendientes al extremismo terminen saboteándose los unos a los otros, incluso el suicidio político se vuelve una alternativa viable, pero para alguien con algo de malicia, es el escenario ideal para invertir los papeles y pasar de ser un actor hostil a una pobre victima más de las circunstancias. Mantener ante la opinión pública una imagen de interlocutor pacificador y posar como un ser arrepentido que lo único que pide es una oportunidad para enmendar su pasado y cambiar su futuro incorporándose a la dinámica que le ofrece el escenario social moderno, es tal vez la mejor manera de vencer al adversario, haciendo quedar a este último como rencoroso e intransigente enceguecido por la ira, y es bien sabido que el que se enoja pierde.

Tal vez el nobel de Paz se les escapó, por ahora, pero aún falta mucho camino por recorrer, esta nueva etapa del proceso puede ofrecer un enfoque que si bien no es nuevo, se vuelve un tanto intrincado, jugar el papel del combatiente afligido, solitario, incomprendido y marginado se puede convertir en este momento en la mejor estrategia.  Así las cosas, tal vez estemos frente al próximo Yasser Arafat.

Publicado el: 6 Oct de 2016

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Margarita Maya
Arquitecta constructora de profesión, con un decente gusto por la historia y la lectura, autodidacta permanente en temáticas de equidad de género y etnia. Las verdades absolutas suelen volverse relativas.