Autor:
Hayder Ramos Guerra
Mi mamá y yo teníamos un ritual, agarrábamos las fosas nasales de nuestras narices y las apretábamos con nuestros dedos índices y pulgares deslizándolos de arriba a abajo. Según lo que le habían dicho, tal ejercicio servía para afinar la nariz y hacerla más fileña. No recuerdo la fecha exacta del inicio de esa costumbre, pero lo hacíamos desde que yo estaba pequeño. Un día mientras observábamos una de mis fotos siendo un bebé de unos pocos meses de nacido, mi mamá me dijo que mi abuela paterna le había dicho que la palidez la había heredado de mi papá y de ella, que lo único que me dañaba era esa nariz achatada. Yo siempre continué haciendo de forma inconsciente el ritual de la nariz. También era usual entre primos quejarnos de la nariz ñata que habíamos heredado de nuestra abuela materna. La queja como un mantra familiar que habíamos adoptado para señalar esa parte de nuestra cara. De vez en cuando discutíamos si alguno de nosotros lograría algún día hacerse una rinoplastia para afilar el contorno. Para estar más cerca del perfil griego.
No recuerdo el momento exacto en el que me vi en el espejo y reconocí con ternura el origen de mi nariz de orificios grandes. Hubo momentos, como uno en el que de casualidad terminé asistiendo a un conversatorio en el Centro de Cooperación Española en el centro histórico de Cartagena de Indias, en el que las dos mujeres del panel hablaban de la belleza de los cuerpos negros, afros y los cánones de la belleza hegemónica. Ese fue uno de los momentos en que muchas cosas en mi mente empezaron juntarse. El incómodo momento en que empecé a entender el repudio a mis amplias fosas nasales y el comprender por qué había asimilado querer una nariz recta y triangular. Y en donde por una alguna razón abracé esa frase de la canción Formation de Beyoncé que decía algo como “I like my negro nose with Jackson Five nostrils”1 [me gusta mi nariz negra con las fosas nasales de los Jackson Five] (traducción propia). La canción no era dirigida a mí, pero la hice mía.
Mi abuela paterna hija de un inmigrante sirio-libanés de quien quizás heredó su tez clara y un apellido que no tiene trascendencia, mismo con él que su mamá tuvo que pelear para que la reconociera hija, en varias ocasiones le escuché referirse despectivamente a los cabellos rizados de las mujeres negras que vivían en su barrio, al igual que de una presentadora de noticias que mostraba su hermoso afro en televisión nacional. Mi abuela tiene nietos con el mismo cabello y los que quiere. Mi otra abuela, ella de tez oscura, también nos decía a mí y a mis primos que debíamos evitar exponernos demasiado al sol o nos íbamos a volver prietos como ella. Como una forma de reprendernos.
Mis abuelas a las que he escuchado muchas veces contando sus historias, a las que quiero, de las que he aprendido muchas cosas, replicaban las mismas frases que seguramente habían escuchado de sus antecesores, a lo mejor de sus padres o de sus abuelos. Frases que han repetido seguramente mi mamá, mi papá, tías, tíos, primos y hasta yo en algún momento de mi vida. Un pensamiento que se comparte entre personas sin cuestionar lo nocivo que puede llegar a ser, que se expresa en simples comentarios que hace mi ser querido que, de seguro, no lo hace con la intención de dañar, no obstante, hay gente que sí lo hace con ese propósito. Frases que como muchas otras se van trasmitiendo de generación en generación, que se diluyen en la cotidianidad de una conversación familiar, pero que siguen perpetuando opresiones. Y la cadena de locuciones perniciosas repetidas se va a mantener hasta seamos nosotros los que tengamos que romperla, hasta que no permitamos que eso se siga reproduciendo. Pero no desde la postura de una persona que se cree moralmente superior porque supuestamente no incurre en ciertos comentarios. Todos hemos replicado alguna de esas lógicas dañinas en algún momento. Desde el reconocimiento de mi ser humano imperfecto, que erra, que reconoce que aprendió a replicar consignas de otros cargadas de opresión, de racismo, pero que intenta desaprender eso y no solo desaprenderlo, sino también compartir ese nuevo conocimiento adquirido con otros, con la misma paciencia que uno tiene consigo mismo.
Porque al final nuestras mentes son el resultado de no solo nuestros pensamientos, sino que esos mismos pensamientos son una mixtura de cosas que aprendemos de todas las personas que hemos conocido, que nos rodean y que de alguna u otra forma, hacen parte de la persona que se es. La pregunta es, «¿qué tal que todas tus ideas, tus puntos de vista, tus conclusiones y manera de ver el mundo no sean realmente tuyas y no vengan de ti, sino que están ahí porque alguien más las puso en tu mente?»2
Fuentes:
- Beyoncé. (2016). Formation [Canción]. Lemonade. Columbia Records.
- (6 de junio de 2021). MUSE son los románticos de nuestro siglo (y te explico por qué) [Archivo de Vídeo]. Youtube. https://www.youtube.com/watch?v=lE7IfQPLLIY