Tres comadronas cereteanas nacidas por allá en vísperas de la segunda guerra mundial, representan un acervo cultural tal vez mayor que el que posee el mismo museo de Louvre en París con todas sus obras de arte genuinas. Sentadas en la tranquila terraza de su casa, frente a la iglesia del pueblo, discuten temas que en su época de juventud encarnaban una censura total. La indignación de las casi centenarias señoras gira en torno a cómo de manera descarada, la inmoral industria de la moda ha decidido sin su previo consentimiento, reducir el largo de la falda en más de un metro, en menos de cincuenta años.
Semejante desatino de los diseñadores, en su afán de mostrar una piel vetada a la vista en otros tiempos, solo puede significar para las pudorosas damas el inicio del apocalipsis. Una vez sentenciado el veredicto de este tribunal con jurisdicción estricta sobre el buen vestir, la conversación empezó a tratar con rigor, asuntos de economía doméstica. La utilidad de servir la carne molida en el almuerzo fue un tema de discusión que se alargó desde las siete hasta las nueve y media de la noche, para luego terminar exponiendo la ventaja de refrigerar la carne por poco tiempo después de preparada.
Mientras en Cereté, Córdoba, se discutían asuntos de gravedad local, los medievales cimientos de la Ciudad del Vaticano se estremecían ante la llegada de un conocido duendecillo antioqueño. Nadie puede explicar cómo el domo de la Capilla Sixtina puede aún mantenerse en firme cuando sintió tan de cerca la presencia del popular personaje y de todos sus inherentes pecados. La verdad, el desplome no ocurrido de la hermosa estructura eclesiástica puede, únicamente, responder a intervenciones divinas.
El despacho papal fue testigo de la reunión de tres líderes de talla mundial, uno espiritual y dos terrenales. De los dos terrenales el duendecillo antioqueño debió haber roto algún récord Guinness por su perseverancia en el terreno político. Después de gobernar ocho años seguidos y de merodear como mosca en la pudrición estatal colombiana otros ocho años más, es obligatorio ofrecerle la condecoración del congreso como el expresidente más latoso en la historia reciente de la República de Colombia.
Pero eso no es todo, la influencia del duendecillo ha rebosado los limites más rurales de la desarrollada Antioquia y ha traspasado la capacidad mental del sus habitantes para regarse por todo el territorio nacional cual enfermedad contagiosa, cual peste incurable. Tanto así que este nuevo actor democrático fue invitado al despacho papal para recibir de parte del gobernante católico una lección de tolerancia y ética que no le fue dada en la Universidad.
Después de dos invaluables horas dedicadas por la Iglesia Católica a la resolución del conflicto Presidente-Senador, no pudo salir humo blanco por la chimenea romana, y los miles de reporteros que esperaban a las afueras de la Plaza de San Pedro por las buenas nuevas, se vieron envueltos en una desesperanza periodística.
Sólo Dios sabe cuánto tiempo le tomará a la Ciencia Política desarrollar una cura para el creciente movimiento social impulsado y liderado por el ilustre personaje antioqueño.
De vuelta a Cereté, una de las señoras en su mecedora de mimbre le pregunta a su comadre cuándo serán las nueve noches de Catalina. ¿Qué Catalina? interroga la añeja interlocutora. Catalina Almanza, responde la primera mujer ya con sueño. Esa todavía está viva, sentencia la otra comadrona en impecable costeño…