Autor: Cristian Prieto Ávila
Aparentemente los medios de comunicación denuncian y revelan las injusticias de las víctimas, para que su situación se conozca, y el suceso, que atenta contra la dignidad humana, no quede oculto en la impunidad.
Pero, ¿qué sucede cuando las víctimas son expuestas en los medios una y otra vez, hasta el punto que su dolor, experiencias y recuerdos terminan desgastados?, ¿qué sucede cuando las víctimas adquieren la imagen del eterno sufrimiento que parece no tener remedio?
Cuando los medios publican a las víctimas del conflicto en fotografías que circulan como emblema del proceso de la violencia, sin tener en cuenta sus relatos personales, son transformadas en mercancías canjeables para la exhibición del sufrimiento humano en la vitrina del consumo informativo.
A largo plazo los medios de comunicación exotizan a la víctima, que es modelo de guerra y prueba de su existencia, para convertirla en insignia de un sufrimiento que estimula la sed de los espectadores, que consumen el dolor de los demás como una forma de anestesiar, volverse ajenos, de la realidad violenta a la que pertenecen.
Sin embargo, la fotografía de las víctimas puestas a circular en los medios, más que ser el rostro de la realidad o la denuncia de crueldades, se transforma en un fetiche con más de cincuenta sombras de Gray, que adquieren valor por su capacidad de crear conmoción en el observador y al mismo tiempo, aumentar mediante el sufrimiento ajeno un consumo informativo.
El escaparate mediático promociona el dolor como parte de un anuncio publicitario a tal punto que desgasta la importancia del suceso, borra la causa que produjo el daño y naturaliza la condición de la víctima, en su existencia como cuerpo atrapado por la prostitución, que le pertenece a cada espectador. Para que la pueda manosear, burlar y llorar, como parte de su propiedad privada.
El espectador al que los medios dirigen sus estímulos naturaliza la condición de la víctima que será pública o publicada, mientras sufra eternamente. Al estar expuesto a un constante bombardeo noticioso en plena guerra mediática y, particularmente, a fotografías de cuerpos desmembrados, disminuidos y apartados; que se repiten, saturan y logran seducir en las noticias, día tras día, muerto tras muerto.
Así como se dispara la cámara, para capturar un trozo de realidad, se le dispara al espectador con imágenes impregnadas de dolor.
En la guerra, las víctimas son el material para la producción de fotografías, que valen por su aporte simbólico al espectáculo mediático. En el sin lugar de un asesinato, desplazamiento o masacre, que contribuye como material lastimero para la explotación del sentimentalismo, como provocación del deseo por consumir el dolor ajeno.
Una “víctima”, comercializada por un medio de comunicación, podría ser cualquier otra. Como si se tratara de sujetos atrapados en series de imágenes que los convierten en objetos intercambiables, sin importancia.
En prórrogas de sucesos violentos interminables, anclados a una captura, un instante que no se detiene, sino que se replica, para desvincular el conflicto armado de su impacto sobre la sociedad colombiana y, en una falsa reivindicación, terminar por revictimizar a los afectados directos de la violencia.
Anclarlos por siempre y para siempre, mientras existan los medios, a una memoria burlezca del sufrimiento ajeno. De la víctima puesta en venta, que aunque no tenga nombre, es esclava de su tortura.
Foto cortesía de: El Tiempo