Columnista:
Kanábico Objetor
En Colombia el sector político que hoy gobierna ha venido insistiendo en la «unificación» de las altas Cortes en un afán pavoroso por contener cualquier decisión judicial que, tomada en «derecho» afecte a su jefe natural, el expresidente y exsenador Álvaro Uribe Vélez.
Y lo lograron, ¡las Cortes se unificaron!
Cerraron filas para defender la separación de poderes que ya ni el presidente Iván Duque ha querido respetar, se unificaron a fin de defender la democracia y al «Estado de derecho» ante los pronunciamientos virulentos y amenazantes del partido de Gobierno que terminaron ambientando lo que para muchos podría ser «la noticia del año».
Desde aquel, 17 de septiembre de 2014, cuando el país fue espectador de uno de los debates más épicos que ha tenido lugar en el Congreso de la República con relación al paramilitarismo en Colombia, citado por el senador Iván Cepeda Castro; la opinión publica esperaba ansiosa conocer el desenlace y resultado de este capitulo de la historia reciente colombiana, pues el protagonista es el expresidente Uribe, un hombre que ha consolidado un poder político inimaginable y una imagen a la que incluso hay quienes le rinden culto, muy a pesar de su cuestionable vida.
Durante ese debate, Álvaro Uribe y toda su cuadrilla acusaron al senador Cepeda de «recorrer las cárceles del país buscando testigos en contra de él» haciendo referencia a las visitas que como integrante de la Comisión de Paz y DD. HH. del Congreso hacía con otros parlamentarios. En estas visitas de Cepeda a los centros carcelarios, conoció al exparamilitar Juan Guillermo Monsalve, que asegura ser testigo de los vínculos del ganadero Santiago Uribe y su hermano (Uribe) con la creación del grupo paramilitar «Los Doce Apóstoles».
La periodista Olga Behar, escribió el libro El clan de los doce apóstoles en el que da cuenta de cómo ese grupo logro configurarse en el nordeste antioqueño con la anuencia execrable de políticos, policías, militares, ganaderos, empresarios y comerciantes que históricamente, en la zona han detentado el control y en la que luego el grupo paramilitar sembró el terror.
¡Uribe, fue víctima de su propio invento!
El mismo 14 de septiembre, después de la intervención del senador citante al debate, entre gritos y arengas, el expresidente y hoy exsenador por el Centro Democrático se abrió paso airado y con la atención de las cámaras rumbo a la Corte Suprema de Justicia, con el fin de, según él, pedir que se investigara al senador Cepeda por supuestamente «comprar y manipular testigos con el propósito de que declararán en su contra» y en efecto, la Corte investigo a Cepeda y lo halló inocente de las acusaciones disparadas por Uribe y su cuadrilla de estafetas, pero, en cambio sí encontró los elementos necesarios para inferir que quien debía ser investigado por soborno y fraude procesal era justamente al expresidente y exsenador — que siempre ha estado apuntando con su dedo acusador, estigmatizador y silenciador—.
Durante los ocho años del proceso que hasta la fecha adelanta la Suprema Corte, se pudo recopilar un amplio material que ponía en evidencia — una vez más — la maña cuasi criminal de Uribe para utilizar en la defensa de su familia y de sí mismo, toda la artillería de su poder y figura política.
No es la primera vez que Uribe Vélez, intenta influir en las situaciones judiciales, principalmente de su familia, ya lo hizo con su primo el parapolítico Mario Uribe y ahora lo hace en su afán por ocultar las verdades que con relación a él y a su hermano Santiago, emergen de la boca de los testigos exparamilitares, policiales y civiles que por suerte, aún les sobreviven, y digo así, porque casualmente en los procesos que a los hermanos Uribe Velez comprometen, muchos de ellos se han convertido en «buenos muertos».
De ahí que la Sala de Instrucción de la Corte Suprema determinara que se debía dictar medida de aseguramiento sobre Uribe, ya que sus actuaciones ponían en riesgo el desarrollo del proceso que hoy a modo de «paradoja» tiene que enfrentar. Esta decisión ha desatado la furia del uribismo en Colombia y de los sectores de derecha de toda la región Latinoamericana, furia que ha sido dirigida en contra de honorable Corte y que ha dado oxígeno a la idea de suprimir todas las Cortes para tener una que finalmente sirva de cortesana a quienes hoy siguen enquistados en el poder.
El uribismo como estrategia pretende adjudicarle a la Corte Suprema de Justicia una supuesta militancia en la izquierda colombiana, sector del espectro político que no ha podido ser gobierno y está ad portas de no poder seguir siendo oposición, si el exterminio físico, simbólico y político avanza.
Los pronunciamientos y llamados de quienes han decidido fungir de defensores y defensoras de oficio del expresidente han llegado al extremo de graduar a magistrados y magistradas de la Corte como «criminales y verdugos» de un personaje que debe dar cuenta ante de la justicia y la opinión de sus responsabilidades en las más investigaciones que contra él se adelantan en distintas instancias. Por ahora, es momento de que responda por los delitos de soborno y fraude procesal aunque tanto lo quieran obviar.
No es un secreto que el nombre del jefe eterno del uribismo reposa en mas de 200 procesos investigativos por diversos delitos, de los cuales puedo decir que el 99 % reposan en el sueño interminable de la impunidad y todo gracias la Comisión de Acusaciones de la Cámara.
A las altas Cortes, al Sistema de Justicia Transicional y al Sistema de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición les tenemos que rodear porque hoy son el objetivo político del partido de Gobierno que durante su campaña advirtió que llegarían al Palacio de Nariño con la misión de «hacer trizas» el acuerdo de paz, y de paso sea dicho que nada de lo que hoy le pasa a Uribe es producto del «pacto de la Habana» como execrablemente llaman al acuerdo, es simplemente el efecto de todas las decisiones que en su vida pública y política ha tomado.
Hoy, el expresidente Uribe no es victima de un plan de la izquierda «castrochavista», lo es de su propio invento, pero aun así, lo que la historia misma no puede permitir es que un mártir se haga de él.