Columnista:
Germán Ayala Osorio
Suena extraño, por decir lo menos, que un funcionario americano inste a políticos colombianos para que no se inmiscuyan en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos. Y es inusual que así sea porque la intromisión siempre ha venido de embajadores y congresistas gringos, en los asuntos internos y en las jornadas electorales de Colombia. Esto, como parte de las relaciones de dominación que de tiempo atrás ejerce ese país sobre el nuestro.
El llamado de atención del embajador de EE. UU. en Colombia, en particular a políticos del Centro Democrático que se sumaron a la estrategia de Trump de tratar de asustar al electorado estadounidense con el fantasma del castrochavismo, es la expresión clara de la preocupación que embarga tanto al embajador Goldberg, como a los republicanos, que son conscientes de la crisis económica y política que afronta la Unión Americana, por cuenta de los errores cometidos por Trump, pero sobre todo, por el inestable carácter del huésped de la Casa Blanca, a lo que se suma su comportamiento narcisista y mesiánico. El miedo que genera que la potencia militar del norte se pueda “convertir en una Venezuela” si Biden llega a la presidencia, se puede explicar por tres circunstancias: la primera, por la evidente decadencia de la discusión pública de asuntos públicos tanto en los Estados Unidos como en Colombia. La segunda, conectada con la primera, por los altos niveles de estupidez e ignorancia que vienen exhibiendo los ciudadanos afines al pensamiento de derecha. Y una tercera, por el terror que hay en las huestes uribistas ante la posibilidad de que Biden gane las elecciones y decida revisar la agenda bilateral con Colombia, hoy narcotizada y conducente a darle la espalda al proceso de paz y a la implementación del Acuerdo Final, en coordinación total con el Gobierno de Iván Duque Márquez.
De allí que el llamado de atención del embajador Goldberg no obedece a que los políticos del Centro Democrático, por arte de birlibirloque, se convirtieron en referentes para los votantes americanos, en particular para los latinos que pueden votar. No. Por el contrario, el “jalón de orejas” del diplomático se explica por la crisis de credibilidad que rodea al presidente-candidato, Donald Trump y por la enorme preocupación que rodea a los republicanos, ante la posibilidad de perder la reelección ante el demócrata Biden, dado el desastroso manejo dado por el actual presidente americano a la pandemia y a las relaciones internacionales.
Apelar al fantasma del castrochavismo en las elecciones de los Estados Unidos para asustar a los latinos indecisos y a quienes ven en Biden la salida a las crisis que afrontan los americanos por cuenta del narciso y burdo Donald Trump, constituye una vulgar estratagema electoral “exportada” por los asesores de Uribe a los Estados Unidos.
De la misma manera como en Colombia hay millones de ignorantes, estúpidos y cautos ciudadanos que creen a pie juntillas lo que replican los medios masivos de información, en los Estados Unidos también se cuentan por millones los desinformados, ignaros y estólidos ciudadanos habilitados para votar. En particular, cientos de miles de colombianos que aún creen que “Uribe fue lo mejor que le pudo pasar a Colombia”. Es a esos connacionales que los políticos del CD les hablan, para que voten por Trump y así mantener y extender en el tiempo las relaciones narcotizadas, para, de esa manera, afectar el proceso de implementación de lo acordado en La Habana u ocultar el equivocado manejo que le viene dando Duque a esa responsabilidad y compromiso estatal.
La baja capacidad de análisis, el déficit de lectura, el desinterés y la nula formación en pensamiento crítico en los votantes de los Estados Unidos y Colombia, hacen posible no solo que suene verosímil aquello del “riesgo de convertirse en Venezuela”, sino que veamos con algo de asombro, que un diplomático americano acreditado en Colombia y otros operadores políticos de los dos partidos tradicionales de los Estados Unidos, insten a congresistas colombianos, de derecha y de izquierda, a que no se entrometan en las elecciones.
No faltarán los colombianos que crean que de verdad, políticos del talante de la senadora María Fernanda Cabal, con sus opiniones, puedan afectar la decisión del electorado americano. Escasamente podrán afectar la decisión de los desinformados y ciegos colombianos que siguen creyendo en eso que se conoce como el “uribismo”. No, por favor. Cualquier tipo de influencia que se pueda llegar a reconocer a los políticos colombianos estará mediada por la crisis de la política, de la democracia y de una ciudadanía inmersa en ambientes poco propicios para el debate racional. Sin duda, sociedades verdaderamente inteligentes desecharían de plano la circulación y la presentación de espectros como el del castrochavismo. Y queda claro que la estupidez ronda por toda América.