Basta de gentilezas con los maltratadores y misóginos del mundo. La manera como violentan a las mujeres y perpetúan el machismo supera con todas creces la libre expresión y hasta esa dosis de ignorancia a la cual todas las personas tenemos derecho. Son cómplices y punto.
Nada de justo tiene que nuestras madres, hermanas, tías, amigas, novias, vecinas y, en general nuestras compañeras en este planeta, tengan que aguantar con resignación los insultos de tantos machitos que andan por la vida pregonando una superioridad que únicamente existe en su imaginación y sus prejuicios. Nada. Nunca.
Ahora, el misógino de esta semana no es cualquier aparecido. Es un tipo que ha ostentado importantísimos cargos de representación y que simboliza a ese pequeño grupo de personas adineradas y amigas del poder que creen que pueden decir lo que sea a quien sea.
Por ejemplo: el señor Gabriel Camargo fue senador de la República con casi 40.000 votos que nadie se explica de dónde salieron, pues no salió jamás a hacer campaña. Ante tal “milagro” su respuesta fue sencilla: “Lo que pasa conmigo es que soy un triunfador. No hay actividad en la que me meta en la que no tenga éxito. Y eso produce envidia”.
Es decir, lo que para cualquier colombiana o colombiano de a pie sería obligación mostrar, para él es una muestra de envidia que justifica su silencio. Un cretino. “Pero eso fue hace veinte años”, dirá el que se siente representado por las palabras de Camargo. Y tiene razón. Lo que pasa es que estar por encima de la Ley es un estilo de vida, para el hoy presidente del Deportes Tolima.
En 2012 la Dimayor lo multó y lo sacó del fútbol por tres meses por andar difamando sin pruebas al Deportivo Cali; porque quiso y no le dio miedo. Y en 2017 aprovechó su posición de poder como presidente y máximo accionista del Deportes Tolima para censurar e incluso utilizar la fuerza pública contra el periodista Alejandro Rodríguez en un hecho que fue denunciado incluso por la FLIP.
Todo lo anterior evidencia que no podemos esperar menos de Camargo, quien hace días salió orgulloso y sonriendo a decirle a los micrófonos que el fútbol femenino “es un caldo de lesbianismo tremendo”. Tras de cotudo, con paperas; machista y homofóbico el exconcejal, exdiputado y exsenador.
Dijo además que el fútbol femenino no generaba dinero y volvió a equivocarse. El modelo económico de libre mercado que defiende el señor Camargo ha hecho del fútbol una competencia entre los bolsillos más poderosos. Quien más invierte, por regla general es quien más gana.
No es casualidad que desde el Mundial de Canadá en 2015 y el patrocinio de Iberdrola a la Liga Femenina Española, la Eurocopa Femenina rompa récords de sintonía y sea tanto rentable como estable. La misma FIFA hoy ve en el fútbol femenino la mayor oportunidad para hacer crecer el deporte.
Lo que pasa con Camargo es que quiere generar ganancias pagando sueldos bajos a las mujeres y destinando lo que ellas generen al equipo masculino. Una antilógica escandalosa.
Todos los hombres gozamos de una lista de beneficios que la sociedad machista nos otorga desde que nacemos. No basta con la indignación vestida de anhelos de justicia que generan casos como el de Rosa Elvira Cely o Yuliana Samboní si no entendemos que la primera piedra de esas violencias se coloca cuando desmeritamos a la otra por tratar de hacer parte de un escenario que creemos nos pertenece. La política, el fútbol, las calles en la noche y hasta sus cuerpos y sus decisiones.
Neil Strauss bien dijo que cualquiera que odie algo se siente amenazado por ello. Y en las palabras del machito cretino de Gabriel Camargo, el odio abunda.
Fotos cortesía de: Marca y Las2orillas