Los traidores de la buena fe

Este es un país gobernado por bandidos, en fatal trinca con aspirantes y funcionarios antiéticos, que sin asomo de vergüenza, salen a los medios a rogar para que a sus compinches les vaya bien en las audiencias.

Esa tortura administrativa que se llama Federico Gutiérrez Zuluaga se lavó las manos en el grave caso de su amigo y compadre en las lides del manejo delincuencial. El Alcalde del “acá estamos, acá hemos, acá… acá…”, muy compungido, desea que se aclare todo y sin empacho le hunde la puñalada trapera a su otrora amigo, para salvarse él y deja una estela de duda sobre Villegas cuando ruega que ojalá no estuviera haciendo negociaciones a sus espaldas. Típico de los funcionarios que les pillan sus engatusadas.

Eso deja mucho que desear y surge un interrogante. Señor Alcalde, ¿qué sabe usted, más allá de lo que se le ha contado a los medios, sobre esta investigación?

Lea: Según Fiscalía, Federico Gutiérrez sabía de las reuniones de Villegas con la Oficina de Envigado.

A propósito, hay un dato curioso suministrado por la ex Jefa de Fiscalías de Medellín, Claudia Carrasquilla Minami. La investigación sobre Gustavo Villegas se venía haciendo desde julio de 2016. Esto pone en una situación más que incómoda al Alcalde o que nos explique: ¿sabía o fue informado el Señor Gutiérrez que, sigilosamente, las autoridades estaban siguiéndole los pasos a su secretario? Y si no le informaron, ¿por qué las autoridades no le contaron a la máxima autoridad del municipio sobre la investigación?

Por eso, ahora que no se haga el víctima; que no derrame lágrimas de cocodrilo, deseándole buena suerte a Gustavo, puesto que el único responsable de su nombramiento fue él, a pesar de los pesares y de todas las advertencias posibles. Y que no se escude en que lo nombró de “buena fe”. A otro perro con ese hueso.

En Colombia, reitero, gobernada por bandidos, nadie asume la responsabilidad política que le cabe. Escurren el bulto con la teoría de que las responsabilidades son individuales. En política no sucede eso y siempre se ha dicho que los gobernantes se rodean de sus amigos que, de un tiempo para acá, se llaman “buenos muchachos”.

Así las cosas, Señor Alcalde, no salga a los medios a inspirar compasión y asuma la responsabilidad política que le cabe por este hecho. Si tuviera una pizca de ética, ya sabría qué hacer.

Frente a estos acontecimientos y los ocurridos en los últimos días con la Fiscalía y su “zar” anticorrupción, los colombianos no despertamos, no exigimos, guardamos silencio y nos tragamos las mentiras oficiales. El que calla otorga, dicen. Ni los funcionarios cuestionados tienen la valentía de renunciar a sus sueldos y a sus privilegios ante las mínimas sospechas, ni nosotros somos capaces de exigírselo.

Por esa pasividad, un Federico y sus funcionarios; un personajillo como Sergio Fajardo; un culebrero como Álvaro Uribe, un bufón como Ordóñez; un descarado como Londoño Hoyos; un fiscal como Martínez Neira, escurridizo y pantallero; un procurador fantasma, como Fernando Carrillo, y los de Cambio de Radical y los de la U y los del Centro Democrático y los de un largo etcétera de nombres cuestionados que se afianzan en estas agencias electorales que fungen de partidos políticos, nos meten el dedo en la boca. Y siguen haciendo de las suyas. Cada cuatros años, los premiamos para que sigan saqueando al Estado.

El fiscal Martínez Neira, por ejemplo, en un capítulo que pareciera escrito por las huestes uribistas, declaró que su propio Gustavo le fue infiel y se declaró agraviado, es decir, traicionado. Cualquier semejanza con el Alcalde de Medellín y con los amigos de Álvaro Uribe, que están presos, es mera coincidencia. Señor Fiscal, Usted nombró al tocayo del amigo del Alcalde, asuma también su responsabilidad política.

Ante este panorama, es necesario preguntarse: ¿hasta dónde llegará el nivel de descomposición de las élites? ¿Hasta dónde irá nuestra capacidad de resistencia con esa descomposición? ¿Hasta cuándo vamos a aguantar a esta clase de politiqueros?

Esperemos para ver qué sucederá con los gustavos. La justicia se enfrenta al reto de cuestionar a las élites, que en la mayoría de los casos, se salen con la suya o acuden a la delación. Y limpios de toda culpa, esgrimen el “archivo” de sus investigaciones o se declaran perseguidos políticos.