Hay que compadecerse de esos pobres harapientos que viven tirados en la calle, sacudiendo una coquita con monedas (los que aún tienen alientos), limpiándole piojos a quienes heredarán su esquina y estirando las manos cansadas para pedir, suplicar, implorar por una monedita que les regalen.
Es injusto verlos a diario, al sol y al agua, aguantando humillaciones, esperando a que alguien se maree tanto por el hedor que desprenden para que se acomida de ellos y les den unas cuantas monedas para suplir las necesidades básicas del ser humano.
Pero no es suficiente, algunas personas ya han desarrollado inmunidad y pueden pasarles por el lado, tan tranquilos, ignorando a quien, tristemente, no tiene otra forma de vivir. ¿Acaso no ven que sus manos no están habilitadas para trabajar?
Con las pocas monedas que logran sacar a diario, a duras penas les rinden para una bolsita de bazuco o algo de pega para esnifar, porque “pa’ qué zapatos si no hay casa”. Compran alguito para comer y para lujos como ropa no hay presupuesto. Y así tan mal presentados nadie los va a contratar.
Es obligación de la ciudadanía seguir manteniendo a estas personas que encontraron en la caridad (o el asco ajeno) una forma de malvivir, porque un día se vieron desesperados, en la calle, y no tuvieron mejor idea que pedir, y vieron que esto era fácil, que no requería mayor esfuerzo, sólo una cara dura que no sienta vergüenza; así que explotaron el drama de su vida para poderla rentabilizar.
Los mendigos son animalitos que dependen de la caridad, de lo que le den para comer, de lo que pueda beber, y donde pueda tirarse a dormir. ¿Es acaso justo?
Sí, habrán quienes han querido salir de ese mundo y las condiciones no se lo han permitido; pero hay muchos más, viviendo en el mugre, porque lo encuentran más fácil. Y como ya no tienen vergüenza, poco les importa lo que la gente diga o piense sobre cómo lucen; antes mejor, porque entre más pena causen, más dinero pueden obtener.
Si a usted de verdad le da pesar o siente que debe hacer algo, llévele algo de comer, compártale una palabra esperanzadora o haga un acto de caridad que no implique patrocinar su forma de vivir, sino una expectativa de cambio. No regale su dinero, ¿o es que tan poco esfuerzo le cuesta conseguirlo? Pero sobre todo, si quiere ayudar, ayude de verdad.
¿Acaso no le parece triste que usted pase todos los días por la misma calle y vea a la misma persona, en las mismas condiciones? Pues usted, con cada moneda, ha estado ayudándola a que siga en la calle, porque se dio cuenta que estirar la mano era más fácil que recorrer empresas enviando hojas de vida. ¿Pero vale la pena vivir así? Si puede llamársele vivir.
Para terminar, les contaré la historia de un hombre mayor que vivía bajo el viaducto del Metro en el Centro de Medellín. Se sentaba en su colchón a mirar pasar las personas y a recoger las monedas que le tiraban para ayudarlo. Al morir, procedieron a botar su hogar y encontraron más de 30 millones de pesos dentro del colchón. No tenía que vivir así, tomó la decisión de hacerlo. Y aunque no sea la situación de todos los que se encuentran en la calle, todos tienen la oportunidad de decidir.