Columnista:
Felipe Alzate Pérez
Como pudimos apreciar, hace dos semanas, de manera inédita cientos de manifestantes afines al saliente presidente Donald Trump se tomaron el Capitolio de los Estados Unidos arbitrariamente. ¿La razón? Resulta que, los congresistas de ambas cámaras se disponían a contabilizar los votos de los colegios electorales que confirmarían al demócrata Joe Biden como presidente electo.
Luego de los disturbios que ocasionaron la muerte de cuatro personas, además de varios heridos y algunos arrestos, las sesiones se llevaron a cabo en la madrugada y finalmente, se confirmó la elección de Biden como nuevo inquilino de la Casa Blanca, desde el 20 de enero, siendo el presidente número 46 de los EE. UU.
Pero ¿es algo casual o un hecho aislado lo que ocurrió en Estados Unidos? Veamos dos hechos recientes que nos permitirán comprender que este tipo de reacciones no son hechos aislados y que el descontento social se está consolidando cada día más, como un movimiento que a falta de respuestas asertivas no se queda esperando, sino que sale en busca de respuestas.
Inicialmente, nos vamos a trasladar a 2019, cuando varias personas ingresaron en horas de la noche en la sede del Parlamento de Hong Kong; los activistas pintaron grafitis, ondearon la bandera de la época colonial y dibujaron de color negro el escudo de la ciudad. Finalmente, lograron huir del lugar antes de la llegada de los activos de la Policía y la irrupción por parte de la unidad antidisturbios. La razón de este hecho, se debía a que en ese entonces se tramitaba una ley que autorizaba la extradición a la China continental de cualquier persona. Los habitantes de esta región administrativa especial denuncian la reiterada violación a los derechos humanos por parte de China, además, de la solicitud de mayores libertades e independencia, pese a que en 1997 se firmara la retrocesión del territorio por parte del Reino Unido a China, ratificando al gigante asiático como el soberano de estas tierras. Mucho se ha hablado de la injerencia de países europeos en apoyo a una posible iniciativa independentista en Hong Kong, pero, con evidentes propósitos económicos.
No tratemos de tapar el sol con un dedo, quizás el legítimo derecho de China de ejercer soberanía en su territorio no se esté ejecutando de la mejor manera, aunque lo que sí es cierto, es que los hongkoneses usurparon uno de los símbolos de la democracia, paradójicamente, exigiendo la anhelada libertad.
Ahora, nos remitimos al segundo caso que podría ser una mixtura de lo descrito anteriormente, y es que con ocasión de la pandemia que nos ha estado azotando durante, prácticamente, la totalidad del año pasado y lo poco que va del 2021, es posible que los ánimos se agiten y, por lo tanto, cualquier decisión que se tome en estos tiempos debe ser medida milimétricamente. Aquí, nos referimos a Guatemala, un país que, como el nuestro, también está bajo el yugo de la corrupción que no da tregua y de la que no se avecina una pronta vacuna. El 21 de noviembre de 2020 ocurrió algo sin precedentes: manifestantes prendieron fuego a la sede del Congreso. Estos, denunciaban la insensibilidad e irresponsabilidad de los legisladores con la actual situación del país, el cual se encuentra sumido en la pobreza.
Datos oficiales indican que más de la mitad de la población guatemalteca no tiene la capacidad económica de cubrir sus necesidades básicas, siendo el detonante de este acontecimiento la polémica aprobación del presupuesto para la vigencia del 2021. Los guatemaltecos acusan que este presupuesto, a pesar de que es el más alto de la historia de la nación centroamericana (13 000 millones de dólares), será destinado en su mayoría a cuestionados proyectos de infraestructura y, además, lo más preocupante es que un tercio será financiado con una deuda externa.
Sea por decisiones, que finalmente no son compartidas por algunos sectores de la población, como lo sucedió en Estados Unidos, o por la búsqueda de un golpe de opinión en contra de iniciativas que violan los derechos humanos y que reprimen a una población, Hong Kong, con ansias de libertad, recurriendo a las vías de hecho e incentivados por la indignación y la impotencia de una sociedad que pide a gritos la ayuda de la clase gobernante, como en Guatemala. Hechos como estos nos dan a entender que las sociedades, cada vez más, actúan sin tener en cuenta la importancia del respeto por la institucionalidad, sea por desconocimiento o simplemente, por convicciones políticas o personales.
Los políticos, históricamente, han actuado de manera cíclica, ya que es común que la voz del pueblo no sea escuchada a la hora de tomar decisiones trascendentales. La violencia nunca va a ser la solución a ningún problema de la humanidad, siendo la propia historia la que nos lo ha demostrado, pero, cuando se mezcla el descontento social con la movilización ciudadana no hay nada que detenga las ansias de justicia social.