Ante escritores de la talla de Walser, Svevo, Tabucchi y Kawabata, ¿qué lugar ocupan nuestros libros?
La literatura colombiana está llena de muy buenos amigos. O al menos eso se infiere de la lista de recomendados por nuestros autores. En todos los listados, X menciona a Y como el mejor escritor de su generación, y otro tanto hace Y por X. Luego, X y Y llaman a Z para que se una a la fila de elogios. Así, X habla bien de Y y de Z, Y hace lo mismo y Z no se queda atrás. Al final, tenemos tres listas (o cuatro, o cinco) en la que aparecen siempre los mismos autores.
No obstante, ningún país produce diez grandes novelas en un año. Ninguno. Eso me hace pensar que, más que autores, nuestros escritores son meros publicistas; y que, antes que lectores, están interesados en fundar un club de fans.
Todo lo anterior plantea una pregunta: ¿solo leemos literatura colombiana? O en su defecto, ¿solo leemos a nuestros amigos? De ser así, ¿qué lugar ocupan nuestros libros al lado de los de Walser, Svevo, Tabucchi y Kawabata? Porque es imposible que, después de leer a estos autores, uno admire y ponga en el mismo nivel a los amigos.
Ninguno de los consultados menciona libros realmente buenos. Sus Top 10 son un destilado de listín telefónico. La consagración literaria, por tanto, se reduce a ser mencionado en blogs y Fan Page de mediana o nula circulación.
Pero uno no debería escribir para que a final de año lo mencionen las revistas de los amigos. Tampoco deberíamos sugerir en ellas sus libros, porque nada nos obliga a que estos nos gusten. Ver tantas listas de escritores interreferenciados es vergonzoso. Y más que vergonzoso es aburrido. Porque, valga decirlo, no nos vamos a convertir en escritores si solo estamos pendientes de lo que dicen de nosotros, porque las opiniones son zalameras y el único crítico impecable es el tiempo.
¿Será que solo queremos vender, que nos lean a como dé lugar?¿Será que nos interesa más lo que dicen de mi novela que la novela en sí misma? ¿Cuál es nuestro afán por hacernos reseñar y mencionar por cuanto blog aparece por ahí? No debemos olvidar que, hace unos años, se promocionaron con el mismo interés novelas como Satanás, Rosario Tijeras, Melodrama y Érase una vez el amor pero tuve que matarlo, novelas que hoy se consiguen por la pírrica suma de $5000. Presentadas en su momento como las grandes revelaciones de la Literatura colombiana, lo más honesto habría sido llamarlas, por separado, como “la mejor novela que se ha escrito en mi barrio en los últimos cinco minutos”.
A mí cada día me gustan menos libros. Hace dos años decidí elaborar una lista de mis obras favoritas, y las releo a menudo para no decepcionarme de la literatura. Las novedades editoriales no me conmueven, porque corro el riesgo de sufrir una decepción. Desde la cintilla que abraza el libro (todas elogiosas, como cuando se habla de un muerto), la objetividad y la crítica seria no tienen cabida. Se han utilizado, se utilizan y se utilizarán siempre las mismas frases elogiosas con el autor de turno, como sucedió con tantos otros que, en su momento, fueron los autores de moda y hoy no son más que farsas de proporciones astronómicas.
Las listas de Los mejores libros del año son un método chabacano que busca vender a como dé lugar, y que los amigos escritores distribuyen y reproducen sin pudor. Pero, ¿qué tal si, en lugar de sobarnos mutuamente, encauzamos dicha egolatría en la consecución de una obra maestra? Leamos de nuevo a los clásicos y aprendamos con ellos qué es una buena novela. Dediquemos los próximos tres, cuatro o cinco lustros a la escritura de un libro (uno solo) que nos libere de este torrente de majaderos. El mundo no se va a acabar porque dejemos de escribir por una o dos décadas. Y tampoco se extinguirá nuestra especie si abandonamos la costumbre decembrina de recomendar a nuestros amigos como si fuesen la revelación literaria de este pésimo siglo.