Desde la decisión de la Corte respecto al matrimonio de personas de mismo sexo el comportamiento de quienes están en contra de ésta ha dejado ver el increíble odio que pueden sentir. Un odio más increíble que tener que defender -en pleno siglo XXI- los derechos de los homosexuales. Un odio tan increíble como el hecho de que ningún argumento le sirva a una homofobia que sólo puede nacer de la más profunda de las ignorancias.
No basta con explicarles que según la Constitución de 1991 somos una República pluralista, en la que se supone que ni Monseñor Ordóñez, ni Viviane Morales y su facción de más de dos millones de incultos deberían “meter la cucharada” pensando que la nación debe regirse bajo lo que ellos consideran “Las buenas formas” Porque ellos no entienden que su religión y sus creencias, son para ellos, no para los que no las profesamos y ciertamente no para gobernar una Nación. Eso es válido en sus iglesias y sus casas, de ahí en adelante, no.
Es inútil citar el artículo 2 de la Constitución reza que son fines del Estado promover la prosperidad general y servir a la comunidad, incluyendo la comunidad LGTBI –y el resto de letras que tenga la sigla- pues el artículo dice: “Las autoridades de la República están instituidas para proteger a todas las personas residentes en Colombia, en su vida, honra, bienes, creencias, y demás derechos y libertades, y para asegurar el cumplimiento de los deberes sociales del Estado y de los particulares” Sin asteriscos, sin restricciones, sin excepciones que incluyan preferencias sexuales o de si les ofende lo que los demás hagan con su sexualidad, su vestir, su proceder o lo que sea, mientras no interfieran con los derechos de los demás.
Se advierte en vano que no se trata de tolerar sino de respetar ciudadanos pares, ciudadanos que también pagan impuestos, que mueven la economía y que no viven sólo de deberes sino que tienen derechos. Ciudadanos que también son ingenieros, profesores, periodistas, ilustradores, biólogos, contadores, profesionales en negocios internacionales. Que gay puede ser el mejor profesor que tenga su hijo, que lesbiana puede ser la cirujana que le salvó la vida en el quirófano y así incontables ejemplos de personas que no son ciudadanos de una menor categoría sino que son colombianos que deberían estar en su pleno derecho de casarse y adoptar un niño mientras sean personas idóneas dentro de los marcos jurídicos para hacerlo. Situaciones en las que su inclinación sexual no debería ni siquiera preguntarse, porque es tan tonto pensar que por su homosexualidad van a ser malos padres, como si todos los heterosexuales son una maravilla para criar niños.
Del mismo modo, ignoran la evidencia científica y siguen creyendo que la homosexualidad es una enfermedad. Los homofóbicos son personas con puntos de vista medievales a los que no les importa -como bien lo han expresado mucho en redes sociales- si los menores están en un semáforo vendiendo dulces, mientras no estén en un hogar con dos mamás porque ¡pues, ¿cómo?! ¡Eso es anti-natural! Lo natural es que no tengamos cómo darles estudio, comida y un techo. Lo normal es que los amontonemos a todos en el ICBF hasta que les encuentren un hogar, o que nazcan en uno donde no importa si el papá es un alcohólico y la mamá una irresponsable, mientras sean macho y hembra los que constituyan el buen hogar, el “normal”.
¿Y Qué es lo “normal”? ¿Eso quien lo decide y por qué?
Rezan y se persignan como buenos camanduleros al pensar en el matrimonio entre dos hombres y dos mujeres, diciendo que todo se está echando a perder. No sé en qué altísima sociedad creen que viven, de verdad no tengo idea ¿Se han dado una pasadita por el panorama del país? No es que seamos una sociedad ejemplar…
Y pretender impedir avances en legislación incluyente en el país no nos acerca a ser ejemplares, por el contrario nos aleja y sin motivos, pues nada empeora si mañana se casan dos hombres y evitarlo no mejora nada; que suceda no cambia el rumbo de la vida de quienes no son homosexuales. Concederles a ellos lo que por derecho debe concedérseles no le arrebata ningún derecho a alguien más.
Habría que preguntarles ¿cómo son capaces de vivir con tanto odio y de dónde nace? ¿Algún deseo reprimido? ¿El amor de sus vidas resultó gay y no lo superan? ¿Algún trauma sin tratar del que culpan a toda la comunidad homosexual? ¿Miedo a la evolución y al cambio? ¿Falta de criterio propio? ¿Homofobia por moda? ¿Por costumbre? ¿Por miedo a que los consideren gay si defienden los gays? Yo no soy lesbiana, y no tengo que serlo para defender la igualdad de condiciones de quienes los son.
Ese ahínco y esa energía que usan para preocuparse por los homosexuales deberían invertirla en otras cosas: demanden solución a la crisis del sector salud, que se amplíe el presupuesto de investigación y de educación en el país, demanden que los corruptos rindan cuentas de la plata que se han robado, exijan el metro de Bogotá, que le cierren el Twitter a Uribe, promuevan leyes que protejan el medio ambiente, hablen más de proceso de paz… o no sé, no hagan nada, pero vivan su vida y dejen vivir a los demás.
Adenda: Le dedico esta columna a mis amigos y amigas homosexuales, gracias por hacer de este un mejor país.