No me resigno a pensar que somos un país violento por naturaleza y que no tenemos opciones distintas a la guerra. Los acontecimientos de los últimos días, indican que un muy pequeño sector insistirá en continuar incendiando campos y ciudades, lo malo es que ese pequeño sector tiene una base popular ciudadana convencida de que esos pocos tienen razón.
Cuando asisto a una sala de teatro alternativo, entiendo cada vez más, porqué nuestros gobiernos a pesar de sus discursos en pro de la cultura, siguen asignando presupuestos de hambre a este sector: es porque si les dieran mayores recursos a las artes, la población colombiana terminaría por quitarse el velo que la televisión nos ha puesto.
Tres actrices caleñas, una del Barco Ebrio, la segunda de Esquina latina y una tercera, cubana, integrante de El Pequeño Teatro de Bogotá, se dieron cita en Cali con obras que bien exponen los intríngulis de la guerra ¿quiénes las instigan? ¿Quiénes ganan? y ¿Quiénes pierden?
“Trilogía de Mujeres para el Final de la Guerra”, con monólogos magistrales de “La Maestra”, “Macbeth” y “Madre Coraje”, nos ayudaron a ver la verdad oculta tras la guerra, al igual que el Teatro Experimental de Cali, con un maravilloso recorrido por más 50 años de conflicto armado en Colombia, empezando por la guerra civil de comienzos del siglo XX, con su obra “Los Dientes de la Guerra”.
Es claro, clarísimo, cuando nos acercamos a estas apuestas teatrales, que acá “abajo en el pueblito”, nadie gana con la guerra. En “Madre Coraje”, la obra de Bertolt Brecht, estrenada en Zurich en 1941, y protagonizada espléndidamente desde hace 10 años por la cubana Mérida Urquía, el personaje de Madre Coraje defiende la guerra porque gracias a ella sobrevive. Vende sus productos a uno y otro bando en contienda, simulando sentir simpatía por los dos.
“No dejaré que me hablen mal de la guerra.
Dicen que destruye a los débiles,
Pero ésos revientan también en la paz.
Lo único que pasa es que la guerra alimenta mejor a sus hijos«.
Al final sin embargo, esta mujer para quien la guerra era buena siempre que sus hijos no estuvieran en ella, termina perdiendo a los tres, por cuenta de ese monstruo fratricida que parece no tener fin.
“Los Dientes de la Guerra” por su parte, deja claro al público que mucho de abuso, mucho de violencia, y nada de cambio. Incluso se plantea, que los problemas de este país no se resuelven, por una sencilla razón, “porque este no es un país, sigue siendo una colonia”, asegura uno de los personajes de la obra. Al final de la apuesta escenográfica, que coincide con el final de las FARC como grupo armado, resulta también evidente, que hoy la pelea no es entre partidos, es entre bandos.
El país, o mejor “la colonia”, parece a punto de iniciar un nuevo conflicto por cuenta del uribismo y del santismo, unos convencidos de que a los malditos asesinos y violadores de las FARC se les hacen muchas concesiones, otros enarbolando las banderas de un gobierno que ha defendido la paz. Yo insisto en que los unos y los otros se equivocan.
Ni en los 8 años de Uribe ni en los 7 de Santos, la vida ha sido mejor para la población colombiana. En el Congreso Uribe hizo todo lo necesario para arrebatar los derechos de la clase trabajadora, eliminando horas extras y recargos nocturnos; en el de Santos nos devuelven una de 4 que perdimos, en la defensa del argumento de que la clase empresarial no puede soportar la carga laboral formal.
Desde Uribe hasta Santos la mayoría de los trabajadores aún en funciones misionales de las empresas, y sobre todo, en las del Estado, están siendo tercerizados, porque de otra forma, aseguran, las empresas desaparecerían. Muchos empleados trabajan de sol a sol y de lunes a domingo, sin derecho a remuneración adicional alguna por el esfuerzo.
Uribe hizo todo lo posible por firmar el TLC con los Estados Unidos, tarea que fue concluida por Santos, quien “coronó” este y otros tantos tratados de libre comercio, los cuales han venido dejando tierra arrasada en los campos y en las ciudades. Ningún sector sobrevive la competencia desigual con las empresas gringas y sus productos, y tampoco resultó cierto eso de que comprar en el extranjero en lugar de producir aquí, significaría precios bajos para los consumidores.
¿A quién le bajó el precio del arroz, o del azúcar, la panela, o la cerveza? ¿Acaso de verdad hoy tenemos televisores, computadores o celulares a “huevo”? Todo sube y los ingresos que sí bajan, cada vez alcanzan menos. La reforma tributaria de Santos vino por lo poco que nos quedaba de ingreso, entonces ¿cuál es la pelea?
Seguimos siendo los de a pie, los del pueblo, los que nos enfrentamos unos a otros, mientras un muy pequeño y selecto grupo, goza de los excesos de todo aquello que por acá nos falta.
Las elecciones de 2018 no pueden seguir girando alrededor de la guerra y la paz, sino sobre los problemas fundamentales del aparato productivo del país, único generador de ingreso posible.
Lo que necesitamos resolver son los problemas de nuestro modelo de salud, de educación, de vivienda, de justicia y carcelario. Más teatro alternativo y menos Hollywood con su sed de venganza. “La venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena”… eso me enseñó el Chavo del 8.
El primer paso para vivir en paz, es lograr un acuerdo nacional respecto de la defensa de la vida, entender que ninguna razón por buena que parezca, puede justificar la muerte. Ni siquiera los más nobles ideales, deben empujarnos a las armas y a la muerte. Se han preguntado ustedes, ¿“cuánto cuesta un ideal”? ¿Aún el más noble? El TEC nos dio la respuesta: “Un número incontable de cadáveres”.