Los conglomerados del hampa y el sabor a pesimismo que nos dejan

Opina - Sociedad

2017-01-26

Los conglomerados del hampa y el sabor a pesimismo que nos dejan

En estos días, en Medellín hay una fuerte y creciente preocupación con respecto a la delincuencia común; en especial, en los últimos años, el tema de los fleteros o asaltantes en moto se ha vuelto cada vez más recurrente y en los medios sociales (Facebook, Twitter, foros de artículos noticiosos, etc.) abundan los comentarios, opiniones y propuestas con relación a ese enorme problema social que es la delincuencia común.

Ante todo ello, no puedo dejar de hacerme preguntas diversas. ¿Qué hacer? ¿Cómo los civiles podemos vivir tranquilos y “salvarnos” de esa lotería trágica, de que nos roben, nos fleteen, nos agredan o nos maten? ¿Acabarán algún día esas grandes empresas del hampa y del delito?

El mal llamado sentido común puede proporcionarnos muchas respuestas y soluciones, eso siempre y cuando la manera de pensar se articule a la lógica que hemos adoptado como nacional (también la adornan con nombres como “folclore”, “idiosincrasia”), y que se resume a frases como “no dar papaya”, “sea verraco”, “hay que armarse y darles bala”, y así podría seguir… Lamentablemente, en parte tienen razón, sobre todo en aquello de no facilitar la oportunidad; ya en el tema de tomar la justicia por mano propia, tengo muchas discrepancias y me opongo; de lo contrario, sería un “patriota” con fusil en mano y “ladraría” con propuestas belicosas desde el teclado… Pero luego, “perro que ladra no muerde”. Así que mi álter ego belicoso no publicaría nada y se hubiera enlistado en el ejército.

Tengo mis propias respuestas a las preguntas anteriores: todas están cargadas de melancolía y pesimismo. Traduzco lo de la papaya a mantener un bajo perfil, a “pasar de agache” y así evitar, a ver si cuento con suerte y no me cae la roya; soy paranoico para retirar dinero, fui víctima de fleteo hace algunos años luego de cambiar un cheque en un banco (me iban a matar por una “chichigua” al lado de grandes cantidades: $250.000); prácticamente dejo de usar el celular cuando ando en la calle o en un bus; camino a paso largo, desconfiado. Es lamentable nadar con cierta profundidad en esa piscina de la paranoia.

Por otro lado, no creo que esas empresas delincuenciales acaben o cierren; a estas nunca les llegará la recesión; podrían reducirlas a expresiones menores, pero tampoco creo que ocurra, mucho menos en la ciudad de la eterna primavera. No sucederá por muchas razones: es herencia de los tiempos oscuros de Pablo Escobar; a la vez, mientras el narcotráfico sea ilegal, difícilmente mermará el flujo financiero que sostiene esa categoría del negocio delictivo.

La primera razón alberga una realidad triste, nauseabunda, pero muy certera: el poder político que controla la ciudad no es el oficial; esas grandes empresas del hampa mueven los hilos y determinan cuándo puede haber justicia y cuándo no; los alcaldes que lleguen pueden prometer medidas drásticas de intervención sobre esas problemáticas y no ocurrirá algo de gran relevancia e impacto, habrá una que otra captura a algún mando medio, algunos pillos de menor rango irán a la cárcel (en el peor caso para ellos, tendrán arresto domiciliario y lo quebrantarán cuantas veces les dé la gana).

Esas empresas, ahora instituciones del delito, permanecerán durante muchas décadas más; se han apuntalado y les ha merecido ese estatus, algunas comunidades han tenido que aceptarlas a la fuerza; otras porque son lo más cercano a las figuras de ley y control (así esa ley vaya inversamente proporcional a lo que la carta constitucional establece). Son vicios ya arraigados en nuestra sociedad, que en varios casos no se reproducen deportivamente, sino porque en realidad las posibilidades de prosperidad social se reducen, aunque a mi juicio eso no debe justificarse con vehemencia, como algunos fundamentalistas lo hacen. Una solución a eso, que a muy pocos realmente interesa y suena a frase de cajón porque decirlo es fácil, sería cimentar las bases sociales en una buena y accesible educación, acompañada de salud y alimentación; necesidades básicas satisfechas equivaldrían al preludio de mejores días.

Medellín es, desde hace rato, una papa caliente y cualquier alcalde que llegue estará vistiendo una camisa de once varas mientras no enfrente directa, franca y transparentemente a esas empresas del delito. El problema de hacerlo, ya lo sabemos, es recibir como recompensa persecuciones, muerte y malestar para la familia, porque estas instituciones clandestinas no son clubes de aficionados y los juegos de intereses dentro y en torno a ellas, convidan a distintos personajes –del mundo legal además–, y trascienden las fronteras nacionales. Por todo eso, mi desasosiego y pesimismo.

La ñapa: será que, ahorita que míster Trump se trasteó a la Casa Blanca “con todos los juguetes”, y ya que está dando tanta alharaca con un discurso nacionalista, ¿tendrá coherencia y empezará a retirar, de otros países, a los distintos grupos inversores y explotadores de recursos y a las tropas militares? Ahí les dejo el trompo bailando en la uña.

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Sebastián Suaza Palacio
Vegetariano de nacimiento, aficionado a la cocina y la escritura, historiador y futuro editor; amante del café y del choclo en sus distintas expresiones.