Aún el país no termina de asimilar la noticia de la trágica muerte de la pequeña Yuliana Samboní, de apenas siete años de edad, a manos del hoy sindicado por la fiscalía Rafael Uribe Noguera como el perpetrador de ese acto visceral y aterrador. No es posible encontrar explicaciones a tal grado de barbarie, pero sobre todo, es más increíble aún leer, escuchar o tener que encontrarse con personas que defienden e incluso justifican el accionar de personajes que desprecian el valor de la vida humana cometiendo crímenes tan despiadados como el que hoy nos estremece.
Mucho se ha dicho de la vida y la conducta de este hombre; ya sabemos de dónde viene, su familia, estudios y hasta de sus faenas y rumbas como estilo de vida característico, pero no nos hemos detenido a pensar que como Uribe Noguera existen en el país cientos, quizá miles de tipos que encubriendo su imagen en una fachada, están a la caza de nuestros niños y niñas, quienes terminan siendo las víctimas por las que incontables veces al año solemos protestar luego de una tragedia parecida a la que a esta familia indígena le toca padecer este fin de año.
Lo peor de todo, es que no solo está el autor material, sino muchos seguidores con fachadas parecidas que aplauden tales injusticias, los mismos que seducidos por el uso de las redes sociales sacan a relucir sus pensamientos y voces de apoyo. Es así como encontramos en la red social Facebook, una comunidad creada la semana pasada con el nombre de “Yo le creo a Rafael Uribe” (https://www.facebook.com/Yo-le-creo-a-Rafael-Uribe-1171603722930682/?fref=ts) que en tan solo 72 horas contaba ya con más de tres centenares de suscriptores e igual número de seguidores, algunos motivados por el morbo, por conocer más del personaje o simplemente por aumentar la controversia sumándose al debate desatado por la tragedia.
Lo único cierto, es que por las razones que sea, acciones como crear una comunidad que emita contenidos a favor de causas en las que la víctima pasa a un segundo plano enfocando su actividad a defender al presunto violador, torturador y asesino, no hace más que ampliar ese tinte amarillista que como colombianos somos capaces de ponerle a casi todo lo que ocurre en nuestro país, aún por encima del dolor y el sufrimiento de la familia afectada.
Esos capaces de crear un perfil, página o comunidad destinada a ganar seguidores por defender lo indefendible son tan culpables como el victimario; son los mismos que de haber tenido la oportunidad, habrían ayudado al violador a limpiar la escena del crimen, hubieran lavado el cuerpo con aceite para ocultar las huellas y eliminar los fluidos, destruido la ropa de la menor para que no fuera encontrada, colaborarían lavando el piso para borrar los rastros de sangre y harían tiempo para que las autoridades no pudieran entrar al apartamento donde se cometería tal sacrificio humano. De esta forma, crearían una estratagema para darle tiempo al asesino de idear su coartada, quizá intoxicándose para hacerse pasar por impedido mental con poca capacidad para afrontar su responsabilidad. ¿Hicieron esto los hermanos del sindicado cuando llegaron al apartamento y evidenciaron el tamaño de la tragedia cometida por su pariente, siendo uno de ellos un reconocido abogado?
Solo la justicia dará el veredicto, pero no hay duda de que muchos de estos ciberdelincuentes que hoy encontramos haciendo eco de las razones por las cuales el arquitecto Rafael Uribe Noguera no es tan culpable como lo dicen las pruebas, son igual de cómplices como los que lo ayudaron montar su defensa jurídica.
Este parece ser el modus operandi de algunos miembros de las clases privilegiadas para encubrirse entre ellos buscando burlar a la justicia, pues también encontramos el sonado caso de Luis Andrés Colmenares y su fatídica muerte, en el que al echar un vistazo a la misma red social hallamos una comunidad llamada “Justicia No Venganza Apoyo a Laura Moreno y Jessy Quintero” que se activa cada vez que la noticia vuelve a ser tratada en los medios en respaldo de las señoritas sindicadas por el asesinato del universitario (https://www.facebook.com/Justicia-No-Venganza-Apoyo-a-Laura-Moreno-Y-Jessy-Quintero-230658337030765/).
Tiende el caso de la violación y muerte de la pequeña Yuliana a enrarecerse tal como lo ocurrido con la tragedia de la familia Colmenares, pues no hace falta ser un investigador avezado para comenzar a sospechar de los acusados y sus familias cuando desde el primer minuto del crimen se tiende sobre los implicados todo un manto de “extrañas coincidencias”, entre las que saltan a la vista la desaparición de pruebas, tráfico de influencias, medios de comunicación que solo dan trascendencia a la noticia cuando la ciudadanía enardecida pide justicia, personajes involucrados que pertenecen a lo más estratosférico de la sociedad colombiana, y finalmente y aunque en ultimas pase a segundo plano, el dolor de las víctimas que en total abandono de las autoridades no pueden encontrar la anhelada justicia.
Y como si todo lo anterior fuera poco, como en un afán caótico por parecernos más a las tramas turbias de los films de Hitchcock y Tarantino, apareció muerto el viernes un hombre humilde de clase popular, cuyo error fue trabajar arduamente por el sustento de su familia residente al sur de la ciudad y ser el vigilante de turno del edificio donde ocurrieron los trágicos hechos. Quizá vio mucho, quizá sintió temor como testigo clave o quizá simplemente no quiso exponer a su humilde familia a situaciones vertiginosas que solo él les podía evitar acabando con su propia vida (si es que se comprueba el suicidio) sabiéndose inmerso en las entrañas de un monstruo llamado poder criminal, vil, descarrilado y ensañado contra cualquiera que ponga en riesgo la estabilidad de “las familias de bien” de este país.
Mientras todo esto pasa, la justicia no llega, cojea demasiado.