En una entrevista para el Hollywood Reporter el actor Daniel Radcliffe admitió que tiene amigos racistas: “conozco personas muy racistas, amigos con quienes estoy en vehemente desacuerdo. No son supremacistas blancos, no serían tan extremos, pero están en contra de la inmigración y definitivamente votaron por el Brexit. Sigo siendo su amigo porque no creo que la amistad tenga que ver con estas cosas.” La columnista Zeba Blay, en el Huffington Post, tiene una crítica a estas declaraciones: le pregunta a Radcliffe si la amistad no tendría que ocuparse de estos temas. “Solo alguien que nunca ha sido víctima de discriminación por raza podría ver el racismo de forma tan abstracta. Decir que el racismo es una forma de ver el mundo lo hace parecer un sistema de creencias que no tiene implicaciones reales en las personas de color” dice Blay. Señala que muchos aliados de #BlackLivesMatter tienen amigos que publican contenido racista en su Facebook, pero los ignoran porque sienten que basta con no compartir sus creencias para dormir con la conciencia tranquila.
Blay tiene razón: Radcliffe puede escoger entre ser o no amigo de personas racistas porque es blanco. Si fuese negro estas personas sencillamente no serían sus amigos. Y de eso se trata precisamente la discriminación: de no tener opción. No es que Blay esté acusando a Radcliffe de racista, “su habilidad para admitir que hay personas racistas en su vida es un primer paso” pero el actor trata el racismo como un sistema de creencias y no como una forma de discriminación, por eso puede tolerarlo.
La cosa se complica cuando pensamos en nuestros amigos machistas, nuestros amigos clasistas, y más. Como nuestra cultura es, de hecho, machista, racista y clasista, lo más probable que hasta las personas más bienintencionadas tengan personas así en sus vidas, que incluso hacen parte de su familia. Nos guste o no, las personas blancas nos beneficiamos del racismo, nuestro color de piel es un privilegio irrenunciable. El racismo, la homofobia, el machismo y el clasismo son formas que sirven para mantener el status quo explotador de nuestra sociedad, por eso permean todos los ámbitos de nuestras vidas. Es bastante improbable que alguien se salve de haber caído en alguno de los cuatro en algún momento de su vida, especialmente si se tienen privilegios. Si purgáramos a todos los discriminadores de nuestras vidas quizás quedaríamos absolutamente solos. Ni siquiera con nosotros mismos.
Nos han enseñado que en la mesa no se habla ni de religión ni de política ni de estos temas que nos ponen a pelear. Como sería imposible que todos pensaramos igual, es necesario convivir con personas que piensan distinto. ¿Cómo hacerlo? ¿En dónde marcar la línea? ¿Pueden ser amigos un cristiano y un judío? ¿Un machista y una feminista?
Depende del sistema de valores de cada persona. Si uno no ha sido víctima de persecución religiosa quizás considera que la religión de sus amigos es irrelevante. Pero la pregunta sobre si en una amistad debe haber una afinidad ética es importante. Los amigos son “la familia elegida”, es decir, personas con quienes tenemos lazos de afecto y confianza fundados en la admiración mutua y no en lazos de sangre o de crianza irremediables. Si no hay nada que se respete o admire en el amigo quizás no es tan amigo como creíamos. Esto me lleva a pensar que la amistad sí tiene que ver con una afinidad ética, o por lo menos, una confianza y respeto que se muestran en la crítica y no en una condescendencia indulgente. Si no podemos decirle a nuestro amigo “¡Hey! ¡Lo que acabas de decir es clasista!”, si la amistad no resiste un cuestionamiento respetuoso, es una amistad superficial.
La mayoría de los grupos se enfrentan con un profundo descreimiento cuando denuncian sus opresiones. Los negros son furiosos, las mujeres son histéricas, los pobre son resentidos. Cuando las personas que tenemos privilegios permitimos que otras personas digan discursos discriminatorios en frente de nosotros, esto refuerza la idea de las denuncias por discriminación son exageradas. Una persona machista a quien nunca le han cuestionado su machismo pensará que el machismo no existe. Por eso Blay habla de la importancia de no guardar silencio. Estas personas que tenemos a nuestro alrededor, que comparten nuestros privilegios y a veces abusan de ellos, no van a escuchar a quienes discriminan pero sí nos van a escuchar a nosotros, a quienes reconocen como sus pares, y cualquier que entienda las violentas consecuencias de cualquier forma de discriminación tiene un deber moral de decir algo.
Quizás no podemos elegir un abuelo que no sea racista, pero podemos hacer una crítica a su discurso. Y sí, esto implica Navidades bastante incómodas, pero un poquito más éticas.