El gobierno del presidente Juan Manuel Santos, probablemente no sea el mejor que hayamos tenido en Colombia. Hay muchas personas que, sin mayores argumentos, lo consideran un mal gobierno. Y puede que tengan razón en algunos aspectos.
Sin embargo, resulta innegable que desde que Juan Manuel Santos llegó a la casa de los presidentes esta dejó de ser “la Casa de Nari”, es decir, dejó de ser el centro de reuniones de ciertos personajes de muy dudosa ortografía recibidos en la casa del poder por la puerta de servicio, como en el caso del delincuente llamado por alio modo Job.
Porque resulta inocultable que eso que llamaba Álvaro Gómez con acierto el talante del gobierno, fue otro. Desde el 7 de agosto de 2010 no volvimos a escuchar al primer magistrado de la nación descalificando como guerrilleros de civil a sus contradictores.
No se volvió a presentar el bochornoso espectáculo del mandatario enfrentado con los magistrados de las cortes porque no hacían su sacrosanta voluntad. Y, mucho menos, se volvió a tener noticia de que las sedes del poder judicial, o las casas de los opositores y los comunicadores, fueran objeto de espionajes electrónicos protagonizados por agentes de los cuerpos de inteligencia del Estado.
Y no por ello se ha evitado la denuncia, la exposición a la luz pública o la investigación judicial del cúmulo de falencias que la Administración de Justicia presenta y que tomó cuerpo en el llamado “cartel de la toga”.
Por demás, no hemos visto a Juan Manuel Santos enfrascado en dimes y diretes con periodistas críticos o desafectos a su gobierno. Mucho menos, se ha experimentado la sensación de censura a las libertades de prensa y expresión, derivada de la orden de no conceder reportajes a algún medio por sus cuestionamientos. Y, me parece, que ningún periodista ha sido tildado de cómplice o copartícipe de delitos de narcotráfico por el simple hecho de haber sacado a relucir las proditorias actuaciones del gobernante.
Es cierto que hay amigos y colaboradores del mandatario que están siendo investigados judicialmente por sus conductas particulares. Sin embargo, ellos no conforman, como en el pasado reciente, un mosaico de verdaderas “fichas” del hampa; ni se ha señalado al gobernante hasta ahora, de andar en conciliábulos semi clandestinos con esos sujetos.
Por demás, hasta donde se sabe, Santos no ha salido a defenderlos, ni a tildarlos de buenos muchachos, ni a ofrecer sus manos a las brasas para acreditar su pulcritud. Menos aún se ha visto al mandatario telefoneando a los magistrados que los investigan para interceder por ellos.
Es posible que los hijos del presidente se hayan dedicado a sus asuntos económicos particulares, pero, que se sepa, ninguno de ellos fue favorecido por las decisiones de servidores subalternos orientadas a lograrles un astronómico incremento patrimonial.
Santos puede haber cometido todos los errores que sus malquerientes le señalan, e incluso más, pero no ha amenazado a nadie con darle “en la cara, marica” por expresar sus desacuerdos con él.
También es posible que muchas de sus actuaciones hayan fracasado en el intento de alcanzar el beneficio del interés colectivo, como él lo hubiera pretendido.
Pero en resumen, lo que nadie puede negar en este país es que, desde el comienzo de su primer gobierno, Juan Manuel Santos cambió el talante. El suyo ha sido otro, liberal, respetuoso de la diferencia, tolerante con la crítica y considerado con la oposición.
Ahora bien, cada uno de los cinco candidatos a suceder al presidente que tiene mayor opción de triunfo, ostenta también su propio talante y, lógicamente, tendrá su estilo de gobierno.
Dos de ellos han sido titulares en puestos de mando y decisión dentro de la administración pública. La gente los conoce y conoce sus actitudes. Su paso por la administración no registra actitudes persecutorias, de descalificación, de exclusión o de intemperancia.
A otro aspirante lo distinguen sus modales, su bonhomía, su capacidad conciliatoria y dialogante, como que le prestó al país invaluables servicios en desarrollo de las negociaciones de paz.
Entre tanto, hay un cuarto aspirante que es un completo enigma. Su “cara de yo no fui”, fresca y hasta hace poco desconocida, es un perfecto mascarón de proa que no suscita resistencias. Pero disimula mal el talante autoritario que le ha sido exigido por su mentor y por el grupo al que pertenece.
Su sonrisa bonachona, inmediatamente desentona cuando pronuncia palabras autoritarias impostando la voz para acercarla al tono del de su jefe y manipulador. Siendo literalmente un aparecido en política, no puede esperarse de él ninguna actitud propia, independiente, auténtica. Carece de estirpe y prosapia política, por lo cual no tendrá más remedio que ajustarse en el ejercicio del mando a las directivas que le imponga el cabecilla de su manada.
Finalmente, está el quinto aspirante a quien, como dice el viejo refrán, “de raza le viene al galgo” la imponencia y el autoritarismo.
Es un personaje que de niño gateaba en las alfombras del poder en la casa presidencial. Está pues acostumbrado al coscorrón físico y político, lo cual le torna en intolerante y prepotente, razón por la cual en un eventual mandato suyo, solo podemos esperar que nos trate a los ciudadanos como se suele tratar al personal de servicio en las casas de los potentados. Todas sus propuestas están atravesadas por el autoritarismo y más de una de las soluciones que propone tienen los barrotes del panóptico dibujados en el frontispicio.
Los dos periodos de Juan Manuel Santos han significado un intento pedagógico de construcción de una nueva visión de la relación entre los destinatarios del poder y sus titulares. Han implicado un intento de afrontar pacíficamente la convivencia social de manera republicana, bajo un estilo más democrático y respetuoso.
Por eso, precisamente lo que está en juego este domingo electoral, más que un programa económico o técnico, es la posibilidad de seguir avanzando en la construcción de una sociedad diferente, en la que quepamos todos, sin distingos, como dice la Constitución Política, de origen étnico, sexo o condición.
Una sociedad donde sea posible ejercer la crítica, sin temor al estigma o al espionaje; una sociedad pluralista, que respete el libre desarrollo de la personalidad de cada uno, sin que a nadie lo amenacen con la cárcel por ser distinto.
En eso consiste, en definitiva el talante, que es lo que está en juego este domingo. De ustedes depende.
Cuan brillante es tu pluma compañero Armando; gracias por permitirme ser tu amigo; te mando un abrazo.
alvarocampo.
Hace mas de medio siglo, cuando la oligarquia en connivencia con los cuerpos de espionaje gringos, asesinaron a quien era la esperanza de una apertura democratica, se amenaza al pueblo en las elecciones, si no se vota por los que ellos dicen, se encontraran con el demiurgo camuflado de comunista. Hoy la alternativa se presenta igual, por un lado el chalan convertido en jefe politico y por otro el representante de los oligarcas puros amenazan con la debacle comunista, que llevaria la pais a ser como el vecino Venezuela, como si estuvieramos mejor.