Autor: Daniel Muñoz González
La historia nos da grandes enseñanzas, y muchas veces, ellas no tardan tanto como se espera. Esta vez, pasados tan solo tres años desde la firma definitiva de los acuerdos de paz, después de que el Centro Democrático se opusiera férreamente a la consolidación de los tratados y a cualquier clase de conversación, ahora, desde el Gobierno, les tocó sentarse a negociar con los líderes del paro nacional del #21N, y con los demás representantes de las distintas organizaciones sociales del país.
Todo esto solo nos despeja una verdad bastante clara: el Gobierno no lo puede todo. Es imposible pensar que un Estado logrará materializar todos los ideales políticos y jurídicos de un país con un solo actuar, y ese fue el gran error histórico que cometieron quienes se opusieron de manera irrestricta a los acuerdos de paz, quienes pretendían tomar presos a todos los guerrilleros, quienes pretendían que el resto de los guerrilleros se entregara; y a quienes continuarán en la lucha armada, pretendían pulverizarlos hasta hacerlos desaparecer de la faz de la tierra
El Gobierno es tan solo uno de los muchos actores de poder que irradian el funcionamiento de una sociedad, no existe por naturaleza ni es estático e inerme frente a las realidades que lo rodean, por lo tanto, cuando se presentan situaciones que exceden su ámbito de capacidad, solo le queda una opción: negociar, no hay de otra.
Y la historia es implacable, no se queda con nada. Frente a la caída en las encuestas de Iván Duque, seguidas de los múltiples hechos desafortunados, como el bombardeo a 18 niños en San Vicente del Caguán, las propuestas de reforma laboral en pensiones y en salarios, y finalmente con las marchas de este mes, la institucionalidad colombiana se vio sumamente debilitada, y se vio obligada a sentarse a escuchar.
No sucedió, como muchos decían, que Juan Manuel Santos era un guerrillero que quería traicionar a Álvaro Uribe y por eso firmó un acuerdo de paz con las Farc. Lo que aconteció fue que el expresidente Santos logró entender las limitaciones de todo ente de poder como el Estado.
El expresidente se dio cuenta de que, en más de 50 años de conflicto, el Estado no tuvo la suficiente fortaleza para acabar de fondo con este grupo ilegal. Así, le tocó negociar de igual manera para poder solucionar el conflicto, y sacar mucho más fortalecida la institucionalidad colombiana.
Duque sigue aprendiendo, y puede que ahora no sea muy consciente de ello, pero será una gran lección que recordará, tal vez cuando ya sea demasiado tarde, y es que este paro no se acaba a punta de Ejército, Policía y Esmad, sino a través del diálogo, lo cual, lo único que pretende generar es la inclusión de las posturas sociales que, hasta el sol de hoy, se han visto discriminadas por el Gobierno, y las cuales históricamente se encontraban en un segundo plano, pues el tema central siempre fue la guerra.
No somos cándidos con respecto al diálogo nacional que hoy se plantea en Colombia, pues no vemos una real sinceridad y ánimo de escucha en el presidente, pero sí es valioso, al menos en apariencia, el ejemplo dado de concertación.
Ese es el norte que debemos comenzar a forjar en esta patria, la aceptación del otro, sin importar sus gustos, su cosmovisión o su corriente política. Sí falta mucho para que el partido que jamás quiso negociar nada lo haga de manera sincera, pero es un paso muy grande que ya hayan visto que con la intransigencia nada se gana.
No pretendemos venir a cobrar factura por lo que está sucediendo, ni mucho menos reabrir viejos debates de la administración anterior, sino sacar algo bueno para el aprendizaje del país entero. Las cosas se solucionan hablando, negociando, no a punta de bala, tampoco satanizando ni excluyendo a quienes piensan diferente.
Nada en este país puede seguir por ese camino, pues una sociedad se construye precisamente con el otro, con el prójimo, somos animales gregarios, y nos sería imposible sobrevivir sin el esfuerzo conjunto de todos.
Por otra parte, del diálogo pueden esperarse varias cosas. La primera y más probable, es que se siga con las conversaciones, el Gobierno tome “atenta” nota de lo solicitado por los líderes del paro y demás sectores sociales, prometa implementar lo acordado y, finalmente, termine incumpliendo todo a lo que se obligó.
Frente a esta postura, y en virtud del gran descontento nacional que existe, sería una situación sumamente desafortunada que deterioraría aún más la situación del país, se continuaría con la polarización, y la agitación de las masas cada vez más elevada, adversas consecuencias generarían en el corto plazo.
Sin embargo, no somos del todo pesimistas, pero sí damos una posibilidad menor a que se cumplan los acuerdos producto de la negociación. Aunque, en caso de ocurrir, sería gran ejemplo para la disminución de la polarización y para comenzar a cohesionar todos los sectores sociales tan divididos.
Sin más, la historia nos enseñó la importancia del diálogo y la conversación: no es matando ni violentando al prójimo. Ojalá aprendamos de esta situación y que la voluntad aparente de diálogo sincero del gobierno, se transforme en una convicción real de atender los necesidades y derechos que tanto el pueblo reclama, para lograr, con todas las de la ley, dar un paso hacia el país incluyente y plural que todos anhelamos.