Nuestra vocación es regional, asimétrica y compleja por geografía, cultura y colores de piel. Pero la arquitectura constitucional, normativa e institucional hace gala de los modelos territoriales europeos y la centralización como un sino eterno imposible de superar: “ordenar para controlar” (Martha Herrera) o administrar desde el centro para que el caos parezca natural. Se “atempera” la anterior lectura con la invocación permanente del tímido principio de la descentralización o bajo un lenguaje más sofisticado, pero no menos limitado: el de autonomía territorial a la colombiana.
La tendencia territorial de la Revolución francesa y las lógicas blancas y eurocéntricas primaron a la hora de administrar los territorios. Invisibilizar, homogenizar y unificar, ha sido parte de la tarea territorial en la supuesta fase republicana. Es curioso, pero aún invocar otras formas de administración o de distribución del poder en Colombia, como el modelo federal, genera urticaria, por supuesto, una forma de Estado que también merece la lectura crítica y comparada, aún así, menos perversa que la identificada con la expresión de “regeneradora” y salvadora.
Sin duda, la forma federal, aún en su vertiente tradicional y europea, pudo ser una forma de Estado más amable que la reiterada en el pacto constitucional de 1991. Razones existen para justificar este error histórico. Lo que no se concibe es la asunción eterna de la forma unitaria del Estado, en mi criterio, ya agotado.
Bajo ese esquema, muchas décadas más nos tardará tomar decisiones de mayor calado en materia de organización territorial. Mientras tanto que la élite y las lógicas bogotanas administren el Chocó, la Minga, el Pacífico o el Amazonas.
Pensar en lógicas regionales en el marco de la homogeneidad, uniformidad e igualdad, tan propios de la Revolución francesa, no se hace fácil. Más cuando allí los niveles intermedios de gobierno nacieron para desconcentrar más que para descentralizar. Sus famosos cambios en lógica regional, todavía no cautivan el alma de los estudios de modelos territoriales más democráticos y descentralizados.
De igual forma, trabajar con las categorías tradicionales de las formas de Estado, tampoco aporta mucho. Tendremos que hacer un modelo territorial a la medida nuestra. Estado unitario, regional o autonómico o federal, ya no se pueden definir de forma clara a como lo hacía la doctrina hasta la década de los ochenta. Los fenómenos de hibridación, mestizaje, plurinacionalismo, étnicos, globalización, integración etc., no se hacen esperar.
Y las nominaciones constitucionales son insuficientes frente a la variedad de sus mismos textos como a los diversos nombres que adoptan los académicos a la hora de estudiar los temas territoriales: autonómico-federal, autonómico-unitario, federalismo unitario, unitario, regional y plurinacional, unitario regional, entre otras opciones. Incluso, Estados unitarios que tienen en su seno verdaderas regiones como sujetos políticos o con descentralización política, formas asimétricas de descentralización del poder, tema excepcional, pero posible en el mundo de las clasificaciones.
Se puede afirmar que los dos modelos tradicionales de Estado regional o federal son más generosos con la distribución territorial del poder, por lo menos en teoría. Me refiero a las regiones como verdaderos sujetos políticos, más allá de una simple descentralización, esa que tanto se invoca en Colombia, últimamente tan ligada al principio de la asociatividad territorial, cuyo ejemplo perfecto es la Región Administrativa y de Planificación RAP, que a la fecha deja pocos réditos (la misma historia para la futura Región como Entidad Territorial RET).
Más le debemos a la descentralización en temas de indicadores que al principio de la regionalización y sus limitadas opciones de configuración y consolidación. Este principio tendremos que arrebatarlo al Estado centro, desde los territorios, desde la base, desde los movimientos sociales.
Tres principios: descentralización, autonomía y regionalización están agotados en el marco del Estado unitario. Debe hacerse una lectura más agresiva o poderosa de la distribución del poder en Colombia. El Estado unitario debe mutar o desarrollarse en verdadera lógica de democratización del territorio.
Bajo estas premisas, el proyecto de Ley de Regiones (a punto de sanción), es más de lo mismo. Apenas le arrebatamos limosnas al Estado centro que cede a su lento y saboteador ritmo en materia de poder.
La acumulación de poder que ha logrado el Estado centro es vasta y, no está dispuesto, a otorgarlo a los territorios tan fácilmente y por el simple slogan de la “democratización territorial” o la “construcción del Estado en los territorios”.
Foto cortesía de: Blog El Río