Hace once años llegué a una comunidad que desde mi niñez había conocido, lo que no sabía era que dicha comunidad iba a ser tan decisiva en mi vida al punto que hoy, me siento orgullosa de ser hija adoptiva de ella.
En la época de los 1600´s la trata de personas de los países potencia con ínfulas de colonizadores estaba en pleno apogeo, la moda era cazar y secuestrar personas de su entorno natural, de su territorio, de su historia, de sus familias, de sus vidas para traerlas obligadas en una travesía intercontinental inhumana con el peor trato que se le pudiera dar a un ser humano.
Ese dolor aún hoy después de tantos siglos perdura, pues aunque después de haber sido declarados pueblos libres sólo ha sido de palabra, porque la obra y la omisión de muchos ha hecho que las condiciones de discriminación y maltrato no sólo de la sociedad, sino también de las políticas públicas hacen que las brechas de desigualdad se mantengan.
Mi pueblo, mi comunidad después del cimarronaje, comenzó a crear su propia historia, a tratar de mantener una ancestralidad y unas costumbres que aunque nuevas y algunas impuestas, siempre se han mantenido ligadas a su pasado lejano, porque así se las hayan tratado de borrar, aquí están y aquí se quedan.
Como todo en éste país tiene su veneno y sus dobles intensiones, a mi comunidad la dejaron enraizar, la dejaron que se apropiara como suyo un territorio donde por siglos les costó domesticar, amansar la selva para poderla hacer habitable y productiva, donde pudieron por varios siglos practicar sus artes y oficios ancestrales de agricultura, pesca, artesanía utilitaria, su medicina, su folclor y mantener su historia, memoria y cultura vivas a través de la oralidad.
Pero lo que no contaban era que su tranquilidad traducida en abandono estatal, iba a ser irrumpida por el llamado progreso del blanco; llegaron las vías, llegaron los servicios públicos… Llegaron los proyectos turísticos. Y todo aquello que se creía que era por mejorar sus condiciones de vida y bienestar, lo que realmente fue una condena a volver a ser esclavizados de otra manera, más sutil y no tan cruel como hace 400 años, pero sí volvió el desarraigo y la gentrificación.
Llegaron de los mismos colonizadores pero convertidos en grandes empresarios, que por su capacidad de inversión y en manguala con los mismos traficantes de esclavos (hoy convertidos en políticos) se han dedicado a hacer todo lo posible por hacerle creer al mundo que, es un peligro para mi comunidad vivir a la orilla del mar pues corren el riesgo de ser arrastrados por la marea -cosa que no ha ocurrido en 400 años-.
Pero ahora en la vida moderna, al parecer sí hay un riesgo; pero no hay peligro ni riesgo para los grandes empresarios que construyen y hacen sus millonarias inversiones en los mismos territorios donde no son aptos para los que por siglos han habitado en ellos ¡Qué paradoja! Un turista no se ahoga, pero un negro sí.
A mi comunidad le quedan unas herramientas de salvación, y son tratados internacionales que el país ha firmado como lo es el Convenio 169 de la OIT de 1989.
Con dicho tratado el país fue obligado a adoptar leyes especiales de protección a las minorías y con ello surgió la Ley 70 de 1993, ley que fue elevada a derecho fundamental Constitucional.
Pero existe una condición, las comunidades deben mantenerse rurales y con sus artes y oficios, costumbres, memoria y ancestralidad intactas, y dicha ley con esos requisitos no protege a los negros que viven en las ciudades, algo injusto porque muchos de ellos en consecuencia de la gentrificación han sido obligados a migrar a lo urbano buscando un bienestar que tampoco, en muchos casos, han encontrado.
Hoy, los municipios y los distritos con el maravilloso invento de los planes nacionales, departamentales, municipales de desarrollo, y los benditos planes de ordenamiento territoriales, aprovechan para ir ampliando la cobertura rural y cambian a su antojo las disposiciones urbanas y distribución de suelos de todos los territorios.
A esto se le suman las famosas socializaciones de los “maravillosos” proyectos de desarrollo que aprovechan con sus trabajadores sociales a hacer una campaña de blanqueo de las comunidades e irles cambiando muy sutilmente todo lo que por 400 años habían construido como comunidad y hacerles creer que el desarrollo es su salvación.
¿Cuál salvación? Si comienzan por decirles a los jóvenes que ser pescador y agricultor está pasado de moda, que lo que está de moda es estudiar los cursos del SENA que traen a las comunidades para capacitarlos para que tengan una supuesta ‘estabilidad laboral’ en los proyectos. Pero realmente es porque ellos están obligados a contratar mano de obra capacitada para construirlos y luego para emplearse en ellos de manera permanente.
Cursos muy importantes de maestros de obra, cocineros, mucamas, botones, jardineros, barrenderos, etc. De los cuales deben tomarlos mínimo 20 para que sea rentable traer un profesor, al final cuando certifican 40 horas, solo hay oferta laboral para 4 o 5 jóvenes, y el resto que pescaban y cultivaban ya no lo quieren hacer porque son barrenderos certificados.
Después de once años, mi comunidad no es la misma, mi comunidad le perdió amor a lo que es suyo y no se lo podía arrebatar nadie. Pero otra vez hicieron la misma jugada: llegaron con espejitos y baratijas brillantes para intercambiarlas por el oro y la riqueza de los pueblos, porque solo ellos, los esclavizadores de siempre son los que tienen derecho a vivir dignamente, porque esos… Los negros y los indios viven de nosotros: los blancos.
Foto cortesía de: Daniel Rosenthal
Muy interesante. Me gustó mucho el sentimiento y profundidad con la cual abordas el tema.
Indicas que hay un proceso para hacer productiva la selva. No. Así no es. La selva siempre es productiva. La gente lo que hace es iniciar el proceso de compartir la vida con la selva.
Va un gran saludo
Fernando Ruiz
Gracias Lwilita por recrearnos la historia de tu comunidad.Es realmente triste cómo el ser humano trabaja tan duro para destruir al otro.
Te dejo un abrazote
MariaCo?