Lo que se oyó en el auditorio León de Greiff no es un acto insurgente, no es el estallido de una papa, ni la chiflatina airada de unos revoltosos. No es la ruidosa intromisión de un grupo de encapuchados, ni un acto desesperado, grosero o de ignorancia. Lo que se oyó en el auditorio es la voz de un estudiante, tal vez la mía, tal vez la de todos.
En cambio, sí resulta insultante la contra argumentación del Presidente ante la intervención de Sara Abril: «¿Usted quiere la Paz?». Si tuviera que responder a esa pregunta, siendo sincero, tendría que decir que he estado a favor del proceso que se adelanta para dar fin al conflicto entre las FARC y el Estado colombiano, aún sabiendo que éste no significa la paz.
La paz de la que Juan Manuel Santos habla, con la que logró llegar a ser el presidente de Colombia, con la que ha ganado reconocimiento y patrocinio internacional, con la que consiguió el apoyo de las mayorías y con la que se atreve, también, a argumentar y a justificar sus ataques en contra de los colombianos esperando salir bien librado, esa paz de la que se ufana, es mucho más que lo que él propone.
La paz es muy diferente a esas acciones represivas. El mensaje que hoy nos deja con la reforma tributaria, con la disminución del presupuesto de la educación, con el mantener y otorgar licencias mineras sin importar el desgaste de los recursos naturales, con el despilfarro en la bonanza petrolera, con la complicidad en el tema salud (EPSs y Ley 100) con la hoy tan sonada venta de ISAGÉN, salario mínimo entre otras canalladas, nos deja claro que su discurso no es de paz sino pacificador.
Si Sara Abril no acudió al debate con el presidente, como muchos útiles le critican y le reclaman, es porque éste con la clase dirigente no tiene sentido. Esa vía, por ejemplo, en temas como el de ISAGÉN se agotó. De todas las maneras y con todos los recursos se trató de hacer entrar en razón al gobierno con el fin de parar el fraude; demandas, tutelas, debates en el congreso, uniendo incluso sectores extremos de opinión y los esfuerzos fueron en vano. Una venta que, además de perjudicial para el país, por lo que representa vender la generadora más grande de energía y el uso de los recursos hídricos, fue hecha de manera ilegal; una subasta en la que sólo participó un proponente y a sabiendas que los otros se retiraban, una venta donde quien fija el precio es el mismo que compra, una gran estafa.
Entiendo que a placer de muchos, bonito y constructivo sería un debate, pero por más diplomacia y gallardía que exista, lo que se ha logrado es que se reduzca el presupuesto de la educación (Universidades, Colciencias, Sena…) y también que se vendan los recursos y activos de la Nación. Hoy, después de todo el desgaste, no nos queda más sino las chiflas y sí, también algo de vísceras.